Luis Pescetti: "Escribo con humor para que el que lee se vea como yo lo veo"
Sentado en una silla de madera bajita, de esas que usan los chicos, Luis Pescetti convida té y se pone muy serio para hablar sobre su último libro, Una que sepamos todos (Siglo XXI), donde ofrece un nutritivo menú de recursos didácticos y pedagógicos para los adultos que tratan con chicos, en la escuela o en la casa. Habla pausado y claro, busca ejemplos propios, cuenta anécdotas. Pero no bromea: durante la entrevista se lo ve muy diferente al músico irreverente que hace reír a grandes y chicos sobre el escenario.
"Esto no es un recital de Luis Pescetti", decía el anuncio de la actividad que el escritor, músico y docente protagonizó ayer en el espacio LA NACION de la Feria del Libro. Melina Furman y Carlos Díaz, editor de Siglo XXI, presentaron la colección Educación que aprende, inaugurada con el libro de Pescetti. Con el humorista Roberto Moldavsky como invitado, el autor de Natacha compartió con el público anécdotas, bromas y reflexiones sobre el rol del juego en la infancia. Hoy, en el último domingo de la edición 44 de la feria, Pescetti hablará en la Sala José Hernández sobre la versión cinematográfica de su exitosa serie, que se estrena el jueves 17. Para celebrar los veinte años de la saga Natacha, que lleva vendidos más de 1.500.000 ejemplares en América Latina, Loqueleo reeditó los nueve títulos en una edición de tapa dura para coleccionar.
-¿Cómo surgió la idea de "Esto no es un recital"?
-Se le ocurrió a la editorial porque cada vez que voy a la Feria se acerca mucha gente, muchos del interior, que esperan escuchar mis canciones, pero esta vez no iba a cantar. Invité a Moldavsky, que es muy inteligente y me divierte mucho. Él siempre cuenta cómo se las tenía que ingeniar con pocos recursos cuando vendía gamulanes en el Once en pleno verano. Eso me hace acordar a cuando yo llegaba a dar clases en escuelas de todo el país y me encontraba que no había instrumentos ni profesor de música. Había que arreglárselas como se pudiera. Me conmueve esa capacidad tan propia de los argentinos de arreglarnos con los elementos que hay para sacar la familia adelante.
-¿Por qué decidiste escribir un libro dirigido a adultos con juegos y propuestas para compartir con los chicos?
-En ese camino, donde siempre faltaban destornilladores o tornillos, fui desarrollando una serie de recursos para hacer cosas con los elementos que hay. Empecé a anotar y reuní un montón de ideas que se pueden llevar adelante con o sin profesores de música, cuando hay pobreza de recursos materiales o de la otra, de concepción de la tarea. Ese fue el origen del libro.
-Proponés el concepto de "bolsa de juglar": que cada uno, en su casa o en la escuela, recurra a los recursos creativos propios. ¿Cómo pueden potenciarse esas herramientas?
-Están ligadas a los recursos que constituyen la identidad, que es también lo que uno cree que le falta o aquello a lo que llama cultura. Es un límite difuso entre quien soy, qué sé, con qué cuento, qué transmito. Yo propongo agrandar el concepto, integrar la herencia familiar, la tradición cultural, los saberes propios.
-El libro tiene un público muy amplio: padres y familias, y también docentes. ¿Pensabas en algún destinatario en particular cuando lo escribías?
-Los mismos maestros con los que me tocó trabajar. Pensaba: "Los maestros a los que les voy a hablar son los que están trabajando en malas condiciones". También en mí mismo, cuando tenía que dar clases al otro día y pensaba: "¿Y ahora qué hago?". La condición docente es única porque no hay otro profesional que trabaje todos los días, cinco días de la semana, durante cuatro horas o más, durante un año, con un grupo de veinte chicos.
-¿Esos recursos que ofrecés a los docentes son necesarios porque no los reciben en su formación?
-No conozco la currícula actual. Puedo hablar de mi experiencia: los recursos sobre los que escribí no los aprendí en instituciones formales, pero sí en espacios educativos informales. Así y todo, recomiendo a los que quieren enseñar que pasen por las instituciones porque no hay otra manera de validar lo que estudiaron.
-El jueves próximo se estrena la película Natacha, basada en tu libro. ¿Cuál fue tu participación en el proyecto?
-Natacha nació hace veinte años. Los directores Fernanda Ribeiz y Eduardo Pinto y la productora Magoya me propusieron hacer una película con los dos primeros libros. Fue hace cuatro o cinco años. Yo me cuidé especialmente de no participar porque confié en la sensibilidad del equipo. Cuando se largó la producción, me mostraron el guion. Hice algunos toques. Como se asume que mi humor es muy irreverente, a veces eso se traduce en una forma que no es tal cual. Marqué algunos detalles, pero nada más. Sí ayudé, y fue una participación muy activa, para convocar chicos para el casting. Mandaron videos más de mil niños. Yo no quería intervenir porque me partía el corazón tener que decidir. Luego vi algunas escenas y en un fin de semana hice todas las canciones.
-Veinte años después, Natacha sigue vigente. ¿Qué tiene el personaje que sigue fascinando a los chicos de hoy?
-Me dicen cosas como "me conecta con mi infancia". También, "dice mi mamá que cómo hiciste para saber qué pasa en mi casa". Yo escribo ficción con humor para que el que lee se vea tal como yo lo veo. No quiere decir que es un espejo. Es más complejo. Los veo en su inocencia, en su desparpajo. Cuido mucho el lenguaje, que se parezca a como hablan ellos. No es una aventura de niños caricaturizada. Como se dijo en alguna crítica: "Aguanten niños haciendo de niños".
-¿Cuáles son los recursos y las estrategias que utilizás como padre?
-Inventar historias orales. A veces, también bailar, hacer música, compartir canciones. Y algo que hago mucho en el escenario: me pongo por debajo del público, nunca bufoneando. Con mi pequeña tropa también lo hago. Dramatizo y me ubico en un lugar distinto para que ellos jueguen. Y eso los lleva a verbalizar, formular teorías, actuar un rol de protagonista, del que sabe más. Tengo un texto que se llama "Lortografía", todo junto y mal escrito. Con errores garrafales. Y recibí cartas de los chicos diciendo "¡Qué vergüenza!". Lo que yo quería era que asumieran la importancia de la ortografía. No lo hubiera logrado con un mensaje del estilo: "Niños, es muy importante escribir correcto, y blablablá".
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