Luis Pescetti: “El problema con las emociones es cómo lidiamos con ellas”
El autor de “Natacha” publicó su primer libro para chicos centrado en las emociones: ofrece, con humor, inventos originales para enfrentar situaciones típicas como la timidez y el mal de amores
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“Es raro escribir sobre emociones porque es raro escribir sobre no emociones”. Parece un juego de palabras, pero no lo es. Botiquín emocional para humanos y superhéroes, novedad de diciembre de Loqueleo, es el primer libro de Luis Pescetti en el que el autor de Natacha se propuso escribir sobre las emociones de manera explícita.
Con dibujos propios, mucho humor y lenguaje coloquial, Pescetti ofrece a los lectores una serie de inventos muy originales y creativos para “tener a mano” en caso de emergencia emocional. Hay, por ejemplo, una brújula sin imán “ideal para elegir tu propio camino”; una especie de megáfono con dos sectores bien delineados: uno dice “Hable” y el otro “Ni se meta”; una oreja para secretos conectada a una caja fuerte que “sirve para hablar sobre cosas muy muy muy privadas”.
También, remeras con inscripciones como “Lo normal es un poco raro” y “Soy un misterio invisible hecho visible”. A varios de estos inventos se puede recurrir para enfrentar la timidez y el mal de amores en la infancia, entre otras situaciones.
Dedicado a sus hijos, Vicente y Santiago, Botiquín emocional para humanos y superhéroes está narrado por un chico, Javi, que anota en un cuaderno secreto cosas que le pasan en la escuela y en su casa.
En el video que acompaña esta entrevista, realizado por Pescetti para su sitio web, el escritor lee el capítulo final del libro, “Derechos sobre las emociones”. Dirigiéndose a los chicos, enumera: “El derecho a sentir; a guardarte lo que sentís. A tener alguien que dé confianza y seguridad para contar lo que sea. A que no le pongan nombre o etiqueta a lo que sentís”, entre otras. También: “A no sentir lo mismo que todos y a sentirte diferente”; y a “Tener sentimientos encontrados y a estar en crisis”.
En diálogo con LA NACION, en el jardín de su casa en zona norte, Pescetti adelantó que sigue trabajando con el tema para un próximo libro para el público adulto: un ensayo sobre las emociones en la infancia, Cómo era ser pequeño, recordado a los grandes saldrá en marzo en México, publicado por Siglo XXI.
-¿El nuevo libro surgió a partir de las experiencias extremas que vivimos a causa de la pandemia?
-No. Es raro escribir sobre emociones porque es raro escribir sobre no emociones. Justo estoy leyendo la entrevista “Con los ojos abiertos”, de Matthieu Galey a Marguerite Yourcenar, que es tan austera en la expresión de la emocionalidad. Todo se sustenta en emociones: después verás si las contás o no las contás. Lo raro es hablar explícitamente de las emociones.
-A diferencia de muchos libros recientes que tocan el tema de las emociones de manera didáctica, con etiquetas, el tuyo recurre a la ficción para hablar sobre lo mismo, pero de otra manera.
-Vi que había muchos libros sobre emociones. Recorrí el panorama y me dio la impresión de que hay mucho catálogo emocional y un enfoque que no me parecía bueno, que yo no recomendaría porque tienden a tildar o clasificar las emociones. El problema con las emociones es cómo lidiamos con ellas. La mayoría nos hacemos una galleta y las ocultamos o hacemos un rulo y las actuamos. Es muy complejo. Me parece que el libro está más cerca de lo que plantea Bruno Bettelheim en Psicoanálisis de los cuentos de hadas que a un menú de un restaurante. Yo quería decirles a los chicos y a las maestras (porque los libros de Loqueleo se trabajan en muchas escuelas) que podemos hablar sobre las emociones, tocarlas y nombrarlas de distintas maneras.
-¿Cómo te resultó el proceso de escritura desde lo emocional?
-Me divertí, pero no fue un trabajo emotivo como otros: emotivo fue escribir Frin, El ciudadano de mis zapatos o Cartas al rey de la cabina. De esos tres libros escribí algunas partes llorando. Hablé con mucha gente y pregunté a profesionales para no pifiarle. Por un lado, fue un trabajo de dispensario de salud pública en un barrio y, al mismo tiempo, de “frasco pandemia”, ya que me tomó de julio de 2020 a julio de 2021.
-¿Crees que por el contexto de la pandemia es un libro más necesario en estos tiempos?
-No, es necesario en el sentido de que los chicos están más expuestos a una narrativa adulta por muchos medios, más incontrolados. Antes tenían el barrio, la vereda, y todo estaba a escala humana, escala 1 a 1. Los chicos podían hacer diez cuadras y ese era el universo de contacto. Eso explotó. Por un lado, porque los chicos ya casi no tienen autonomía, ni siquiera en los pueblos, pero tienen una ventana gigantesca a contactos y hay que advertirles, por su bien, que incluso el avatar o el nick con el que están jugando puede ser un adulto con otras intenciones. Si vas a un shopping con tu hijo o a un aeropuerto con tu hijo, lo llevás de la mano y le pedís que no se aleje. El estallido de las redes hizo necesario estar atentos.
-¿Qué remedios o recetas tenías en tu botiquín emocional y cuáles tuviste que salir a buscar?
-No salí a buscar ayuda sino casos, a escuchar un abanico de anécdotas. Traté de tener el cuidado de reunir una paleta de situaciones que le pasan a cualquier chico sin que parezca un menú. La vida no viene por franja etaria, viene a baldazos y la agarrás con la cucharita que tengas según tu edad. Entonces, me imaginé la vida de una familia donde le pasan cosas a los chicos, pasan cosas en la escuela. Lo que quiero con este libro es abrir la puerta a toda la complejidad del tema, con todos los matices: que no se sientan raros por sentirse raros; que no se crean “frikis” por no responder a la norma; por encontrar palabras u otras maneras de hacer visibles sus emociones porque, sin duda, cuando nos pasan cosas y no tenemos palabras o imágenes quedamos más sujetos a lo que nos pasa y menos testigos.
-¿Por qué decidiste incluir dibujos tuyo e inventos como recursos narrativos?
-Con la pandemia tuve necesidad de cortar con la pantalla porque estaba harto y resurgió una vieja afición de la infancia: el dibujo. A mi madre le gustaba dibujar, yo copiaba los cursos de dibujo que ella recibía por correo. Durante la cuarentena nos sentábamos con mis hijos a dibujar. Recuperé ese gusto. Hice los dibujos del libro a mano, me peleaba con el papel, con mi mano. Volver a dibujar fue un descanso y un alivio. Además, me permitió hacer inventos para meterme con todos los temas que quería tocar. Si te sentís rechazado, te ponés los zapatos con resorte y sorprendés al otro. Un chico es un lector muy inteligente y entrenado. Lee eso y se sonríe porque sabe que estaría buenísimo que existieran zapatos así. Eso es hablar de emociones. No hace faltar ser literal ni dar los ingredientes para hacer un bizcochuelo, todos por separado, y decir: “Ahora disfrutalo”: eso no se parece para nada a la experiencia emocional.
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