Lucidez, entusiasmo y generosidad: el escritor Luis Gusmán cumple 80 años
Autor de clásicos de la literatura argentina como “El frasquito”, “Villa” y “La rueda de Virgilio”, el autor, oriundo de Avellaneda, trabaja en nuevos libros y prepara un espectáculo musical con canciones de los años 60 y 70
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Hoy, Luis Gusmán cumple ochenta años y la literatura argentina lo celebra. “Extrañar no es equivalente a la nostalgia -dice el escritor nacido en Avellaneda en el 24 de enero de 1944 a LA NACION-. Me parece increíble que hayan pasado 55 años desde que escribí El frasquito. Una vida de escritor. Los interlocutores que no están, Ricardo Piglia, Luis Chitarroni, por la proximidad en el tiempo; los de antes, Enrique Pezzoni. Ahora, Fernando Fagnani, Salvador Gargiulo, Maxi Crespi, Diego Erlan. Con sus prólogos a mis libros, Esther Cross y Leonora Djament, y Eduardo Grüner y Jorge Jinkis, siempre”.
En opinión de críticos, escritores y lectores, Gusmán es uno de los autores más destacados de la literatura argentina. Sin abandonar el realismo de la novela policial y la novela política, los remolinos de la historia de la literatura y el psicoanálisis, las huellas de genealogías, duelos y epitafios, se volvió un escritor anticanónico y canónico a la vez. Desde El frasquito (censurado por la dictadura militar) hasta En el corazón de junio (Premio Boris Vian), y de Villa a No quiero decirte adiós, su novela más reciente protagonizada por el pesista y detective Walenski, la obra de Gusmán atraviesa temáticas, lugares e imaginarios con una escritura genuina y magnética. Le alcanzan dos o tres frases para sumergir a los lectores en el universo de los personajes.
Es también un ensayista singular, que no evita los pasajes autobiográficos ni las tesis mundanas. En otoño, publicará Adonde un libro me llevó en la editorial Granica (en la imagen de portada se podrá ver a un Gusmán niño, disfrazado de cowboy). “Sale para la Feria del Libro de Buenos Aires. Lecturas de la infancia y los lugares a donde los libros me llevaron”. A mediados de año, estrenará un espectáculo musical con canciones de los años 1960 y 1970. “Se va a hacer el preestreno en la librería del Fondo de Cultura Económica y después varias funciones en La Botica del Ángel. Textos y canciones, desde ‘Hotel de los corazones destrozados’ a ‘Mi viejo’ y ‘Pon tu cabeza sobre mi hombro’”, anticipa.
La lectura, la escritura y la amistad tiñen de novedad la tradición (y viceversa). “Los libros de mi mesa de luz me iluminan y me acompañan: Borges, Faulkner, Kafka, Felisberto Hernández, Proust, Lemebel -revela el autor de La ficción calculada-. La primicia, con pudor, es que estoy escribiendo poemas en prosa. Siempre me gusta ser sorprendido por textos inéditos. Sigo y voy a seguir escribiendo, al menos para mí; para que circulen públicamente, los amigos son los que me propician, pero a la vez, ofician de límite”.
Sobre el momento actual que se vive en el país, Gusmán sostiene: “Hay una frase que repito: ‘Esta es una época en que nadie se muere de vergüenza’, o, al menos, muy poca”.
A continuación, compartimos testimonios de escritores, editores y críticos literarios sobre la obra y la vida de Luis Gusmán.
Eugenia Almeida, escritora
Admiro mucho a Gusmán, por su obra y por su enorme generosidad con los colegas escritores en general, y con los más jóvenes en particular; por su dedicación a leer lo que se está escribiendo, a comentarlo. Es algo que me conmueve mucho: no siempre se unen así una gran obra y una gran generosidad. El libro que más me gusta de él es Los muertos no mienten, que publicó Edhasa. Es un libro muy impresionante en el que aparece la relación de su madre con el espiritismo. Es un libro raro, tiene relato, autobiografía, mucho de ensayo; pocas veces un libro me impactó tanto en relación con cosas del mundo. Cuando pude viajar a París, fui a visitar la tumba de Allan Kardec en el cementerio de Père Lachaise; no es algo que suelo hacer, visitar tumbas de personas ilustres, y lo hice porque en ese libro hay unas páginas en las que Gusmán habla sobre esa tumba. Mucho tiempo después leí Magnetizado, de Carlos Busqued, y en mi cabeza se hizo una relación extraña, porque el preso con el que Busqued habla también tuvo lazos con el espiritismo por medio de su madre. Mientras leía, pensaba cómo, desde un escenario similar, se puede devenir en un enorme escritor y psicoanalista o en un asesino serial condenado a prisión. Se sale así de la idea de que cada uno tiene lo que se merece; casi siempre estamos movidos por circunstancias que muchas veces nos exceden.
Edgardo Scott, escritor
Una vez escribí que Luis era el mejor escritor de su generación. Más allá del énfasis y de mi preferencia, sigo creyendo que es el escritor que mejor sintetiza varios momentos clave de la literatura argentina de los últimos cincuenta años. El primero son los libros de los 70, donde predomina la escritura antes que el relato, esa escritura tan sensual y a la vez cifrada o hermética, eran las épocas de la “letra” y el “placer del texto”; ahí Luis publica El frasquito que no es solo un emblema de esos años, sino también un libro que no ha envejecido. Se lee hoy mejor que El fiord, de Osvaldo Lamborghini. Y después viene toda esa secuencia de libros espiritistas durante el Proceso, hasta En el corazón de junio, que son parte del relato imposible y afantasmado de aquellos años. Ya en democracia hace un corte y recupera el relato, cuando muchos de su generación quedaron encallados en los procedimientos de los 70. Y con Villa creo que define una nueva forma de novela política que ha tenido una influencia muy grande. Además, es un gran lector, tiene un modo de leer único, hecho de hallazgos. Eso sin duda tiene que ver, contra lo que se pueda pensar, con cómo usó la literatura para leer al psicoanálisis. No al revés. Por último, cualquiera que lo conozca, sabe que tiene una ética muy rigurosa, sin concesiones. Y que trabaja mucho. Es un gran amigo, un tipo muy directo y generoso. Tal vez lo único que lamento es que sea de Racing.
Fernando Fagnani, editor y escritor
Como Francis Picabia, un pintor que fue, sucesivamente, varios pintores, Gusmán es un escritor y también varios escritores. La prosa explosiva de El frasquito convive con la escritura seca, casi clínica, de Villa; el tono cercano de sus textos autobiográficos (Avellaneda profana, La rueda de Virgilio) con el rigor analítico austero y lúcido de Epitafios y La ficción calculada, dos de sus mejores libros de ensayo. Igual que Picabia, hay algo a lo que jamás ha renunciado: la búsqueda del lirismo. Los personajes de sus novelas y sus cuentos son antihéroes que sobreviven con dignidad a las derrotas. No se ufanan de ellas, no ventilan sus heridas, ignoran los pasajeros triunfos, que ya serán revertidos en un futuro cercano. Pero anhelan, en secreto, las epifanías, los flechazos donde se descubre un amor, una amistad, un escritor. Ese es el inconfundible territorio de Gusmán: el de los encuentros azarosos que cambian el destino, y también, a veces, el de la inútil espera de esos encuentros, que nunca llegan.
Mercedes Güiraldes, editora y escritora
Luis Gusmán cumple 80 años y escribe como un pibe. Comparte con César Aira, su contemporáneo, la total ausencia de angustia frente a la página en blanco. Escribe y publica sin cesar, en diferentes sellos editoriales, sin casarse con ninguno, y en eso también se parece a Aira. Yo lo había leído pero no lo conocía hasta que, hace algunos años, nos presentó Edgardo Scott. Después publicamos en Emecé Flechazo, relatos en torno de encuentros, desencuentros y despedidas en la literatura, un libro delicioso, originalísimo, que invierte el procedimiento normal y vuelve reales a seres ficticios. Si la deriva loca en que estamos inmersos lo permite, este año publicaremos un nuevo libro de relatos, esta vez sobre los sueños de los detectives, protagonistas de uno de sus géneros favoritos, el policial. Pero no solo escribe sin parar, también lee y reseña a autores y autoras jóvenes, a veces noveles, con genuina curiosidad, con la generosidad de alguien para quien no existieran las jerarquías o no tuvieran importancia. Gusmán cumple 80 y nos invita a la fiesta que es leerlo y conocerlo.
Victoria Torres, docente e investigadora
No podemos pensar la literatura argentina de los últimos cincuenta años sin hacer referencia a alguna obra de Gusmán. Cuando afirmo esto, pienso, por supuesto, en El frasquito, la imperiosa herida infringida a las letras, y en Villa, ese texto ineludible cuando volvemos a sumergirnos en los horrores de la dictadura. Sin embargo, me gustaría traer a colación dos obras que quedaron al margen y que por eso, en ese gesto, son las más gusmanianas de todas: Brillos y El peletero. Mantenerse al margen pudiendo ser centro es muy difícil, y más en los tiempos que corren, pero Gusmán lo hizo consecuentemente y ahí está su grandeza y excepcionalidad inalterable. Es un escritor discreto, sin alardes. Atesoro un ejemplar de Brillos desde cuando tenía veinte años, cuando Gusmán fue a una clase de teoría literaria que daba Jorge Panesi en la Universidad Nacional de La Plata. Tiene una dedicatoria manuscrita que me ofrece “los brillos y lo mas oscuro”; con ese “mas” sin acento, leí y sigo leyendo Brillos. Gozo con su goce ante lo escrito, que esta vez es parco y está lleno de vacíos y silencio, como la muerte del padre con que se inicia el relato y que hace posible que después pueda relumbrar mucho más la figura de la madre. Una joya rara que nos sigue fascinando. Hace unos meses, cuando estuvo en Colonia, para las jornadas de literatura argentina que organizo en la universidad alemana donde doy clases, pude hablar con él sobre El peletero, una novela que, en la vereda de enfrente de sus primeros textos, es, sobre todo, personajes y trama. Admiro también a este Gusmán que asumió con éxito el desafío de ser cauce y llevar al lector a no desviarse y a seguir una historia sin distraerse. No hay muchos escritores en la Argentina que puedan lograr eso sin caer en el best seller o en la mala literatura. El lo logró.
Maximiliano Crespi, crítico literario e investigador
No es fácil elegir un libro de Luis Gusmán por sobre otros. La suya es una obra impresionante, con múltiples y atractivas aristas. Pero el valor de cada una de ellas va siempre en correlación con lo que es capaz de descubrir de la época en la que se inscribe. Como intelectual su presencia es sin duda indeleble y activa en la historia del campo: los nombres de Literal, Sitio, Diatribas, Conjetural son prueba suficiente de ello. Como las de Jinkis y Grüner, la suya es una voz sostenida en una ética y una política de la lengua. Como ensayista, Gusmán ha sido siempre lúcido y revelador; dio, entre otros tantos, dos libros realmente fundamentales para el pensamiento crítico y la cultura de izquierda: Epitafios y La pregunta freudiana. Como narrador tiene la virtud y la honestidad de escribir solo cuando le pican las manos, cuando siente que tiene algo que decir. Cada libro suyo es un ensayo de disidencia frente al sentido común contra el que se escribe. Doy tres ejemplos. A comienzos de los 70, El frasquito operó una suerte de transgresión respecto de una lógica policial de presentar los hechos y disponer los lenguajes. Esa inaudita ficción escrita al dictado de la lengua popular se abría paso a través de la ley gramatical y de las recetas de la transparencia realista para generar las condiciones de posibilidad de narrar aquello que truena aun por debajo de la prohibición del incesto. En 1999, Villa se instituye como una novela política en varios sentidos del término. Se desarrolla como planteo crítico a un estado de la imaginación que imponía al testimonio como refugio último de la verdad y como cuestionamiento de un esquema de justificación canallesco como la ley de obediencia debida, que pone en evidencia el carácter represivo y eminentemente productivo del terror en la conformación de las conciencias que germinan en su interior y, luego también, a su alrededor. Esto es: la forma subterránea pero real en que el pasado modula y condiciona el presente. En 2007, El peletero plantea algo similar, aunque con un matiz que descubre algo propio de la época. Es una ficción política centrada en la posibilidad de que lo pasado cobre una nueva vida. Una vez más, lo que ha cambiado es la historia: está ahora bajo una nueva ley de mercado y una ideología que se naturaliza como buena conciencia. Solo que esta vez el personaje central no se licúa en la cómoda pasividad. Se alía a otro marginal para pergeñar un atentado que, a la manera de los arltianos, está tan cargado de verdad como de ridiculez. Es un gesto excesivo y real, que busca probar cuánto y hasta qué punto una vieja piel puede sobrevivirse con cierta dignidad.
Una carta de Salvador Gargiulo a Gusmán
Querido Luis:
Se me viene a la cabeza un tango que decía “Cuarenta años de vida me encadenan / Blanca la testa, viejo el corazón”. Qué podría decir entonces si son ochenta los años, y que tu cabeza no alcanzó a ser blanca ni tu corazón pareció haber envejecido demasiado.
O el tiempo discurre para vos de otro modo -digamos a la mitad de su velocidad normal- o tu corazón no bombea sangre dulce sino tinta (iba a decir amarga, pero solo a veces) que irriga solamente hacia tus miembros superiores: digamos cerebro y manos, para mantenerte -ahora que las banalidades de la vida casi ya no cuentan- más vital que nunca.
Ni te gustan ni me gustan las confidencias: las miserias que acarrea el tiempo son de catálogo y es mejor fundar la amistad en entusiasmos compartidos. Ni falta hace que te los mencione, pero esta carta es pública y bien vale que la gente lo sepa, pues quizás un editor magnánimo encuentre en estos brotes el yacimiento para fundar una editorial con títulos garantizados por dos generaciones y que van desde antologías de lo ínfimo hasta ensayos -o simples títulos, lo demás qué importa- que cumplen con una única premisa: son los únicos que justifican una llamada de teléfono a las dos de la mañana. No te preocupes: los tengo escritos y no esperan la Parusía para convertirse en libros.
Cuando escucho decir “Qué bien estás para tener ochenta” se me figuran las peores ecuaciones. Así que prefiero celebrar el título que tenemos entre manos y que viene, de uno u otro modo, a relevar esta cifra sobre tres columnas que hacen a una vida: la música, los libros, los viajes. La obra se va a llamar Adonde un libro me llevó, la va a publicar Granica e incluye en cubierta a un pequeño Luis disfrazado de cowboy. Ese Luis cumple hoy ochenta años. El otro, el octogenario, no es seguro que sea el mismo (sé que te encantan estos dobleces borgeanos).
Felicidades, querido Luis.
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