Esta entrevista se publicó originalmente en LA NACION el 5 de junio de 2018.
No demos vueltas: fue elegida ocho veces la mejor jugadora del mundo, entre 2001 y 2013; la Federación Internacional de Hockey la designó en 2008 la mejor jugadora de la historia; ganó seis veces el Champions Trophy, fue varias veces medallista olímpica y bicampeona del mundo en 2002 y 2010. ¿Cómo no sumarla a la lista de los mejores deportistas argentinos de la historia, junto con figuras como Guillermo Vilas, Diego Maradona o Emanuel Ginóbili?
Luciana Aymar lleva jeans, remera y un blazer rojo shocking. La conversación tiene lugar en el set de grabación de 99%, la disciplina del éxito.
Creo que mi disciplina, mi constancia, mi exigencia, sumadas al talento que tenía, me han llevado a ser la mejor. Pero si yo tuviera un hijo, no sé si le recomendaría el estilo de vida.
–Empecemos con el entrenamiento. ¿Cómo era un día normal?
–El silbato sonaba a las 8 de la mañana. En la cancha.
–¿A qué hora te levantabas?
–6.30.
–¿Desayuno?
–Cuando estaba en Buenos Aires, desayunaba tranquila. La noche anterior me preparaba la ropa para todo el día, porque los días eran muy extensos. Necesitaba disciplina: a las 8, hockey en la cancha, dos horas; después, gimnasio. Y kinesiología, con los baños de hielo, tres minutitos. Después, a almorzar a mi casa, o con las chicas.
–¿Había una dieta especial?
–Teníamos una nutricionista. Los lunes nos pesaban, y cada una tenía una dieta particular, dependiendo de qué precisaba. Yo necesitaba aumentar masa muscular, tomaba licuados proteicos durante los entrenamientos. Cada una sabía qué debía comer de proteínas, hidratos, verduras. También dependía de la actividad que iba a tener a la tarde.
–Volvamos al día.
–Por lo general, me dormía una siesta. Una hora. Me desmayaba. Mi casa era otro consultorio de kinesiología, tenía todos los aparatos; incluso, si necesitaba desinflar alguna rodilla, me dormía con los magnetos. ¡Era como un robot! Y si bien no comía tanto, sí era muy metódica con las cuatro comidas. Después salía para la segunda parte del entrenamiento.
–¿Y qué te tocaba?
–Podía ser partido con los juniors, o sea, con varones. Fue algo habitual desde 1998. La Argentina empezó esa metodología y después la copiaron otros equipos: Holanda, Australia. Te da una dinámica diferente.
–¿A qué hora volvías a tu casa?
–20.30.
–¿Qué días?
–Todos. Bueno, domingos no. Y el sábado cada una tenía su partido en el club. Entrenábamos lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, todos los días, a la mañana; el martes cada una entrenaba con su club.
–¿Se incrementaba el entrenamiento ante un torneo como el Champions Trophy?
–Dos meses antes de alguna competencia la doble carga era alta.
–¿Cuándo vislumbraste que el hockey te podía llevar lejos?
–No sé si sentía una pasión por el hockey, sí sentía pasión por vestir la camiseta argentina. Veía a los deportistas –a Diego, a Gaby Sabatini, a Manu Ginóbili– y quería destacarme. Tenía otras cualidades: hacía tenis y hockey. Elegí hockey porque era un deporte de conjunto.
–¿Entrenabas después de hora?
–Sí, si no podía ir al club, entrenaba con varones. Con Banco Provincia o con GEBA, eran casi como mis compañeros.
–Vos, a los 16 o 17 años, estando todavía en Rosario, empezaste a viajar a Buenos Aires.
–Sí, 16 años...
–¿Cómo era eso?
–No era fácil. Salía los domingos, me venía a buscar un taxi 2.40 de la madrugada, y el colectivo salía a las 4. Llegábamos 7.30, comíamos algo rápido y a las 8 arrancábamos. Si llegaba a las 8.15, cerraban la puerta y no me dejaban pasar.
–¿Te quedabas en Buenos Aires de...?
–De lunes a jueves.
–¿A los...?
–16.
–Largaste el colegio...
–No, no. No era todas las semanas. Terminé el colegio sin dificultad. Tenía faltazos, pero después rendía las materias. Al principio no viajaba todas las semanas; cuando terminé el colegio, vivía en Buenos Aires.
–¿La preparación psicológica?
–El seleccionado contaba con ayuda. El alto rendimiento necesita contención psicológica, estamos expuestos a muchas presiones. Una no lo puede manejar, estando en la cancha, siendo tan joven. Tener tantas responsabilidades, jugar un Mundial con tanta gente, vestir la camiseta de un equipo que tanto ha ganado, es mucho.
–¿Te aislabas antes de ciertos partidos?
–Sí, necesitaba eso. Escuchaba mi música, preparaba mi ropa, pensaba en la formación del equipo, si alguna compañera necesitaba algo. Pensaba qué iba a transmitir en la ronda.
–¿Qué implica la capitanía?
–Es muy distinto ser capitán en un deporte semiamateur que en uno profesional. En el hockey, con las cosas que hemos pasado, deberías dedicarte a pensar solo en el juego y disfrutarlo, pero te estás preocupando de si tienen dónde alojarse, si tienen el vuelo, si cobraron su beca, si tienen ropa para entrenar, si quieren cambiar al kinesiólogo o al entrenador.
–Completame lo de tus compañeras...
–Las preparaba dependiendo el equipo con el que nos enfrentábamos. Había también comunicación con el entrenador, nos fijábamos en cómo se esforzaba el equipo, qué jugadora estaba mejor que otras. El capitán, al menos en las Leonas, debe preocuparse por muchas cosas.
–Vos decías que tal o cual partido había sido difícil, por ejemplo, el debut ante Sudáfrica en los Juegos Olímpicos de Londres... En perspectiva, ¿cuál fue el más difícil?
–En Londres estábamos con nervios y la presión de la gente era muy alta, todos esperaban que las Leonas buscaran la medalla de oro. Fuimos con algunas bajas. Había cosas complicadas dentro del equipo. Yo tuve el regalo mágico de ser abanderada, y más allá de todo, como siempre, las Leonas terminaron llegando a la final olímpica más por la garra y los valores que por el juego en sí.
–¿Cómo es llegar a una final?
–El trabajo más grande es de los entrenadores. Se van fijando cómo está el equipo previamente y nos pasan videos motivacionales.
–¿Dormís la noche previa?
–¡Yo no duermo nunca!
–Bueno, entonces empecemos por eso...
–No dormí nunca en 20 años de carrera.
–Estabas en la cama...
–Siempre fui de visualizar mucho, demasiado.
–¿Pero podés desayunar o tenés el estómago hecho una piedra?
–Me ha pasado, en momentos de mucha presión, de tener que tomar ciertos licuados proteicos porque se me cerraba el estómago. Pero lo que más me costaba era la noche anterior.
–Un consejo a los chicos y chicas que hoy abordan una situación de estrés. No de la dimensión de una final de Juegos Olímpicos, pero, digamos, una situación estresante.
–Uno hace mucho análisis, cuando da un paso al costado, de todo lo que vivió. Me da mucho orgullo lo que conseguí en mi carrera. Pero después, viendo a Luciana desde afuera, la forma de ser que tuvo por 20 años... No es que me arrepiento, pero sí hubiese cambiado algunas cosas...
–¿Qué?
–Mi forma de disfrutar la vida. De vivir la vida.
–¿Eras un robot?
–Era medio robotito, tenía una obsesión por ganar siempre, por ser la mejor.
–¿Podrías haber llegado tan lejos sin serlo?
–No, yo creo que mi disciplina, mi constancia, mi exigencia, sumadas al talento que tenía, me han llevado a ser la mejor. Pero si yo tuviera un hijo, no sé si le recomendaría el estilo de vida.
–Me acabás de arruinar la última pregunta.
–Te leí la mente.
–¿Qué le dirías a un hijo de 15 o 16 años cuando te dice "mamá, me voy para el Cenard, te veo el jueves a la noche"?
–Yo trataría de ser como fueron mis padres, nunca me presionaron. Disfruté del deporte porque mis padres vivían en el club y yo amaba hacer deportes porque ellos amaban hacer deportes.
–¿Pero a tu hijo le dirías "sí, anda nomás al Cenard"?
–Le diría "hablemos, tratemos de sacar todo lo emocional". Mi estilo de vida fue un estilo de vida demasiado duro. Me acuerdo de cuando mi mamá dijo: "Lo único que espero es que mi hija se retire, para que pueda disfrutar de la vida". Fue el empujón. Tenía razón. Tengo 37 años, basta de tapar. Amé el deporte y lo sigo amando. Fue lo mejor que me dio la vida. Pero necesito vivir la vida, también.
–Dijiste tapar. ¿Tapar qué?
–Era mi forma de no expresarme de manera normal. Las emociones de adentro. Por eso mi obsesión, yo sentía que me expresaba. La cancha era una terapia.
–¿Qué harías distinto?
–Disfrutaría cada momento. No pude disfrutar tanto porque siempre buscaba más. Mejor jugadora del mundo, buenísimo, ¿qué tengo que mejorar? Entonces, cuando tenga un hijo le voy a decir: disfrutá más de la vida, viví cada etapa. Pero si es el mejor en algo... Al final, es como una contradicción.
–Volvamos a un partido: "estresazo", se terminó. ¿Y el post?
–Los posts para mí eran tremendos, siempre terminaba enferma. Era tanta la presión psicológica.
–Después de un torneo, cuando bajabas la guardia. ¿Pero después de un partido?
–No, después de un partido, no. Estás todavía en guardia. Te quedan otros partidos. Tenés que ver la táctica, a veces tenés que meter 5 goles para clasificar. Esas presiones una las va cargando. Terminaba el torneo y yo tenía 40 de fiebre, muerta.
–Trapo.
–Sí.
–¿Cómo fue el abordaje del retiro?
–Al principio, pasar por la situación de que muchas se fueran despidiendo, tu camada. Jugaba con chicas muy jóvenes, a algunas les llevaba 15 o 20 años. Me encantaba. Por momentos iba a la par de ellas. Pero cada vez va costando más, tu cuerpo no se recupera igual. Me empezaba a preocupar por cosas que pasaban dentro de la confederación, no podíamos jugar tranquilas. Había cosas que no sabíamos manejar. El jugador tiene que estar para jugar, no en si cambia el entrenador o el kinesiólogo, el masajista, las becas. Era demasiado. El deportista tiene que saber apartar muchas cosas personales para poder jugar. Vos a veces te peleás con tu pareja, con un familiar, y tenés que jugar igual. Me costó eso al final. Y esa lesión... Fue una señal. Me decía: "Lucha, basta, hasta acá". Lloraba, porque fue mi vida y hasta el día de hoy siento melancolía. Miro a las chicas y quiero estar ahí. Quiero estar ahí y hacer todo lo que hacía.
–¿Y el día después?
–De las peores cosas de mi vida. Así como me obligué a dejar de jugar. Fue una enseñanza muy grande, porque aprendí a tener más empatía, a disfrutar pequeños momentos, a compartir con mi familia, a tener más conexión, más diálogo. A tener una relación, con la que me siento bien, contenida. Tengo un compañero al lado. Sigo aprendiendo. Cuando empiezo a mirar fríamente, desde otro lugar... ¡Qué obsesión que tenía! ¡Era una extraterrestre!
–¿Qué le dirías a la exjugadora?
–La última parte de su carrera la tendría que haber manejado de otra manera.
–¿Y a la del día uno?
–No cambiaría nada. Amé jugar al hockey. Fui una obsesiva, con una exigencia enorme. Estoy orgullosa de lo que hice. Tuve costos grandísimos. Pasé por una etapa muy dura, angustiante y depresiva, pero lo estoy superando gracias al psicoanálisis. Me conocí más que en 20 años de carrera. Estoy descubriendo otra etapa de mi vida. Soy la Luciana que disfruta de su familia y de su pareja, que conoce más su cuerpo y sigue investigando qué otras cosas la apasionan.
¿Por qué la elegimos?
Considerada la mejor jugadora de la historia del hockey mundial por su talento y por la cantidad de medallas y campeonatos que ganó con la selección argentina, que incluyen Juegos Olímpicos, Champions Trophy y mundiales, Lucha Aymar, retirada hace cinco años, reflexiona sobre su carrera. El esfuerzo y la exigencia que se impuso para llegar a la cumbre del deporte y la obsesión por querer ganar siempre, la hicieron vivir cargada de presiones: "No pude disfrutar tanto porque siempre buscaba más", recuerda.
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