Los tomates están verdes y los autos se estacionan de culata
Nunca entendí la importancia que tiene estacionar de culata, por qué es mejor que hacerlo de frente. Cuando llego a un estacionamiento, siempre surge el mismo malentendido: asumo que la elevada tarifa que cobran incluye que el cliente pueda dejar el auto en la línea que dice "Pare aquí", delegando la misión imposible de encajar el vehículo en esa especie de Tetris en el que se han transformado los estacionamientos del centro porteño en la persona idónea, pero esto no siempre pasa. El fenómeno es curioso: podemos encontrar dos estacionamientos exactos, uno al lado del otro, que cobran la misma cifra, que la promocionan con los mismos muñecos que sacuden con gracia sus manos rellenas de aire y, sin embargo, vivir dos experiencias opuestas.
En un lugar somos recibidos por un caballero que nos extiende la mano con una sonrisa, dando a entender que a partir de ese momento el auto es su problema y no más el nuestro. Mientras que en el otro, que está justo al lado, siguiendo una flecha impersonal nos vemos obligados a recorrer rampas concebidas por un arquitecto de escalímetro endemoniado que descienden hasta el abismo de la manzana, sin perder la esperanza de que un alma misericordiosa se haga cargo de nosotros pero nadie aparece. Y cuando nos resignamos a dejar el auto por ahí, librado a su suerte, alguien que nos está observando desde alguna cámara de seguridad sin acudir en nuestra ayuda, que ve cómo maniobramos lo mejor que podemos y al salir del auto solo queremos huir aparece diciendo:
-Ponelo entre el rojo y la cupé, de culata.
Y "de culata" nunca parece ser la manera natural en la que un auto busca su espacio en el mundo.
Me pregunto, ¿qué nos venden cuando nos venden una hora de estacionamiento? ¿El espacio, la atención, el muñeco sacudiendo las manos? No se trata de una reflexión en defensa del consumidor. Lo que me confunde, en realidad, es no saber exactamente qué me están cobrando, y acabar pagando por algo que no me están vendiendo. El consumo cultural no sería una excepción: hay quienes compran una entrada para ver y escuchar a un artista, pero en realidad lo que te venden es poder contar que has estado (creo que le llaman "experiencia" a este fenómeno). Similar confusión sucede en una conocida cadena de supermercados que frecuento: en general los tomates están verdes, y si tomamos en cuenta el proceso natural de maduración es evidente que aún les falta un buen tiempo para llegar al color rojo característico que adquiere esta fruta (sí, el tomate es una fruta) cuando está a punto. Pero no hay otros y entonces voy a la caja con la bolsa de tomates que aún no son tomates en la mano, y la cajera me ofrece donar mi vuelto para hacer beneficencia con mi dinero, pero en nombre del supermercado. Y otra vez me siento confundido: yo pienso que estoy comprando un tomate que debería ser rojo pero evidentemente va a completar su proceso madurativo dentro de mi organismo y ellos, deduzco ante la petición de la cajera, me están vendiendo su alma caritativa en una contaminante bolsa de nylon.
El autor es cineasta
lanacionar