"Los santos populares son una resistencia frente a la disolución"
María Rosa Lojo reunió 10 experiencias
Un ladrón rural, una joven víctima de la violencia, un sacerdote, algunos curanderos, una cantante... Las historias de las personas que después de su muerte pueden llegar a ser santificadas por la gente no parecen tener mucho en común más que su muerte trágica.
Con las herramientas de la literatura, la escritora María Rosa Lojo recreó escenas vinculadas a la vida de algunos santos populares argentinos. En su libro Cuerpos resplandecientes (Sudamericana) acerca a los lectores experiencias de estos personajes y de sus devotos.
En diez cuentos cortos, la investigadora del Conicet, autora de 16 libros de poesía y con varios premios en su haber, se ocupó de figuras conocidas a nivel nacional, como el Gauchito Gil, la Difunta Correa, Ceferino Namuncurá, el Cura Brochero, Gilda, Pancho Sierra y la Madre María. También incursionó en cultos regionales, como los dedicados a Vairoleto, Santos Guayama, la Telesita y Almita Sivila.
A pocas semanas de haber salido a la venta el libro, en el que empezó a trabajar hace seis años, Lojo recibió a LA NACION y explicó que no intentó contar la biografía de los santos populares. Son relatos, explica, enfocados desde la perspectiva de la fe y también de la crítica y del humor.
-¿Qué función tienen estas figuras en la vida de los que creen en ellos?
-Los que se identifican especialmente con ellos son los sufrientes, los excluidos socialmente. En un punto todos podemos identificarnos con ellos porque todos compartimos, en tanto humanos, las situaciones límites de la existencia, la impotencia ante la enfermedad y la muerte, los padecimientos que nos afectan a todos, cualquiera sea la clase social en la que hemos nacido o nos movamos. Los santos populares suelen estar especialmente ligados a las clases más pobres, que, además de los sufrimientos comunes a toda la especie humana, tienen los sufrimientos derivados de la injusticia, la marginación. De ahí que sean tantos los casos de bandoleros rurales que fueron santificados porque se asocian sus figuras con la reivindicación social. Como Vairoleto, que tenía simpatías anarquistas, además de sus vínculos con espiritistas y predicadores.
-Comenzó a investigar sobre estas figuras en 2001. ¿Existe vinculación entre ellas y la crisis de ese tiempo?
-Este tema me interesa desde siempre, porque me fascina ver cómo en la literatura se construye el imaginario popular. Lo hago también como investigadora del Conicet. Los santos tienen que ver con la historia y la identidad de un pueblo, por eso me interesó. En 2001 vivíamos una crisis muy grave; la Argentina parecía un país al borde de la disolución. Según los estudios sociológicos, en esos momentos aparecen con más fuerza, aunque siempre estuvieron estas figuras canonizadas por la gente como elementos de resistencia frente a la disolución y como reivindicación identitaria.
-¿Como factor de unión?
-Sí, y como identificación colectiva en torno a un panorama común de valores, creencias y memorias. Un pasado común y un futuro común también.
-¿Qué aportan a la identidad nacional estas figuras?
-Tienen que ver directamente con la construcción de la identidad nacional. Las más antiguas, como el Gauchito Gil, la Difunta Correa -que viene desde el siglo XIV- o la Telesita -cuya historia se entrelaza con las más antiguas tradiciones indígenas-, son figuras que nos hablan de nuestro pasado de conflictos. Casi todas las figuras de este libro se enraízan en el pasado relativamente antiguo para nuestra nación joven.
-¿Cuáles son a su entender los dos santos populares más representativos?
-El Gauchito Gil y la Difunta Correa son las dos figuras más representativas, masculina y femenina. La Difunta Correa es como la madre por antonomasia, de acuerdo con patrones y parámetros muy metidos en el imaginario no sólo argentino sino también humano: la madre nutricia que a pesar de estar muerta sigue alimentando al hijo.
-Usted incluye al cura Brochero y a Ceferino Namuncurá (que fue beatificado recientemente) en el mismo grupo que a Gilda...
-Porque para la gente son todos santos populares. Ese es el parámetro que escogí, a pesar de que Brochero y Ceferino sí son reconocidos por la Iglesia.
-¿Con el tiempo se mantienen como "santos" o algunos se transforman en ídolos?
-Los teóricos hablan de este problema. El santo, en el sentido genuino del culto, nunca deja de ser un sujeto al que yo interpelo, alguien que estuvo en este mundo y, como yo, sufrió, lo conmueven los padecimientos de los seres humanos. Y por ese padecimiento y su superación está en condiciones de ser un mediador. El ídolo o el fetiche es una degradación del vínculo con ese sujeto que es el santo, al que se trata como un instrumento del que me puedo valer para conseguir efectos mágicos.
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