Los recuerdos que sabemos crearnos
En esta entrevista, la escritora argentina Sylvia Molloy habla de su segunda novela, El común olvido (Norma), centrada en la memoria y la identidad. Es la historia de un hombre que vuelve a la Argentina para reconstruir su pasado y el de su madre muerta. Por medio de ese relato, la autora recrea personajes inspirados en seres reales, muchos de los cuales pertenecieron a la revista Sur
Las novelas de Sylvia Molloy se nutren de las formas insólitas que a veces toma la realidad. Tanto en el caso de En breve cárcel (1981) como en el de El común olvido , su última novela (que acaba de aparecer editada por Norma), la autora argentina -consagrada a la docencia y la investigación académica, y radicada en los Estados Unidos- comenzó a escribir a partir de hechos curiosos y traumáticos.
"Hace años, en París, fui a ver un departamento que aparecía publicado en el diario, con la intención de alquilarlo -cuenta la escritora-. Cuando llegué, me di cuenta de que ya había estado allí y de que ese lugar estaba vinculado con una historia personal mía. Así nació En breve cárcel . El común olvido surgió a partir de un episodio parecido al que vive Daniel, su protagonista: perdí la caja que contenía las cenizas de mi madre que, según su deseo, yo debía esparcir sobre el Río de La Plata."
En El común olvido , una novela "sobre el caracter elusivo y poco confiable de la memoria", como dice su autora, Daniel, todavía joven, homosexual, nacido en la Argentina pero radicado en los Estados Unidos, donde trabaja como traductor y bibliotecario, vuelve a Buenos Aires obsesionado por el deseo de averiguar todo sobre su madre, fallecida un mes antes. Y lo mortifica la certeza de que la verdad está en una especie de nebulosa impenetrable, donde confluyen lo que él ignora y lo que sabe pero es incapaz de recordar.
"Necesitaba un personaje que fuera como Daniel -dice Molloy-, muy atento al detalle pero distraído en cuanto a las proyecciones posibles del detalle. Daniel quiere precisión cuando la precisión es imposible. Yo sabía que esa pesquisa no lo llevaría a nada, pero él no lo sabe hasta que llega al final. Creo que hay un tenue momento de sabiduría en el personaje cuando asume que no quiere averiguar más y acepta la idea del regreso. No es una novela de formación pero hay en ella un aprendizaje."
Hay, también, más elementos autobiográficos: la figura de la madre de Molloy, en sus días finales, recreada en el personaje de Ana, la tía de Daniel; la estrecha relación con Buenos Aires; la homosexualidad, abordada por Molloy en textos como Hispanism and Homosexualities (1998).
"Poco antes de morir -explica la escritora-, mi madre comenzó a olvidarse de algunas cosas. No perdió la memoria pero se apropió de los recuerdos de otros: contaba cosas que -yo me daba cuenta- ella no podía haber vivido. También alteraba lazos de familia: confundía a la hermana con la tía, por ejemplo. Todo eso me pareció muy rico como material narrativo y fue la idea germinal de la novela. La figura de mi madre está exagerada en el personaje de Ana. Ana tiene tan poco asidero en el pasado que lo que no recuerda lo inventa, e inventa más de lo que recuerda, con lo cual acaso sea el personaje más creativo de la novela."
Molloy viene con frecuencia a la Argentina, generalmente por cuestiones laborales. "Antes venía a ver a mi familia, a mi madre sobre todo. Pero nunca me he quedado más de tres semanas. No sé si tengo miedo de asentarme. Y cada vez que vuelvo a la Argentina me reacomodo a la imagen que guardo del país del que me fui. A pesar de la frecuencia del regreso hay una especie de borrosa imagen primera, creada por la fantasía. Estoy segura de que el Buenos Aires del año sesenta y tantos que recuerdo de manera muy fragmentaria es un Buenos Aires que me he ido fabricando."
En el Buenos Aires de El común olvido Daniel está solo. Ha dejado a su amigo en los Estados Unidos y no termina de sentirse cómodo en la Argentina. La pluma de Molloy sugiere que ese aislamiento es consecuencia de su homosexualidad. Sin embargo, la sensación de íntima soledad que Daniel transmite al lector no tiene tanto que ver con cuestiones de género como con la trama de desencuentros afectivos, ignorancias y ocultamientos que lo apresa y es el sustrato de toda historia familiar.
"Creo que se combinan ambas cosas. El que viene de las orillas tiene una perspectiva diferente del centro; el que es homosexual, también. Que Daniel sea expatriado y homosexual me parece que refuerza lo que -estoy de acuerdo- es una inseguridad típica del personaje que, además, necesita entrar en contacto a través de la distancia (para poder leer un libro, antes lo traduce, y lo mismo pasa en sus relaciones personales: con la madre, con sus recuerdos, con la gente que encuentra en Buenos Aires opera esa distancia, esa necesidad de traducir)."
A través del tema de la memoria, El común olvido aborda también el cuestionamiento de la propia identidad, la búsqueda de los orígenes, la revisión de la relación con los padres, temas que suelen frecuentar los autores muy jóvenes. "O acaso bastante menos jóvenes -reflexiona Molloy-. No fue mi intención hacer una novela elegíaca pero, sí, este libro es el fruto de esos momentos retrospectivos en los que uno mira el recorrido que ha hecho."
Sylvia Molloy dejó la Argentina por primera vez en 1958 para estudiar en París. Luego volvió, vivió los años sesenta en el país y finalmente se instaló en los Estados Unidos, donde enseña en la Universidad de Nueva York, después de haberlo hecho en las de Princeton y Yale. En aquel paréntesis entre dos exilios Molloy conoció y frecuentó a los integrantes del grupo Sur. El espíritu que alentó ese movimiento literario es también materia de El común olvido .
"Me interesaba mucho ver no solamente el Buenos Aires que ha dejado Daniel, que es el que busca y recuerda, sino un Buenos Aires incluso anterior, que sería el de los años 30 y 40. Ese pasado, ese mundo justo anterior a mi nacimiento, o bien, de mi primera infancia, me fascinaba. Reconstruirlo fue una suerte de arqueología personal de mi parte, porque traté de rearmar algo que yo misma no recordaba demasiado bien. Por ejemplo, en el libro hablo de citas en el bar del City Hotel, y jamás he ido a ese lugar, pero sé que mis padres iban.
"Sin duda la actividad literaria que evoco es la del grupo Sur; me interesaba la entonación, la ironía de ciertos miembros de ese grupo y creo que gente que fue amiga de algunos de ellos reconocerá anécdotas o expresiones de algunos personajes de la novela". El libro está lleno de "chismes", como le gusta decir a Molloy, y de personajes en clave. "Hay algunos, pero siempre mezclados. A lo mejor he armado un personaje tomando elementos de dos personas". ( Ver nota aparte. ) Molloy hace progresar la sencilla historia de El común olvido con exquisitos toques de humor ("me gusta que la melancolía que hay en la novela esté corregida por el humor y la ironía") y por medio de una rica variedad de recursos formales, que comprende el estilo autobiográfico, el epistolar y el del diario íntimo. "Son todos modos de escritura que me interesan porque pertenecen a la primera persona, y si bien el texto es una novela, quería acudir a esos géneros que juegan con el roce entre escritura y realidad y que, en el caso de los diarios, también juegan con la recreación de lo cotidiano. Para Daniel eso es muy importante. De pronto descubrir la posibilidad de una rutina en Buenos Aires le permite aquerenciarse, ilusoriamente, porque no vive aquí sino entre dos mundos."
-¿Tuvo usted alguna la sensación de vivir "entre dos mundos"?
-Sí, sobre todo en el plano literario. Cuando se publicó mi primera novela quería ser una escritora argentina, y todas las reseñas recalcaban que yo vivía afuera.
Además de títulos como Las letras de Borges (1979) y Acto de presencia: la literatura autobiográfica en Hispanoamérica (1997), Molloy ha escrito textos en francés, en inglés y en castellano. Pero ficción, sólo en castellano.
Molloy descubrió que la apasionaba la literatura por vías indirectas: el idioma francés, primero; la química, después. "Descubrí la literatura en la Alianza Francesa -recuerda-, porque los contactos con la ficción que había tenido tanto en el Nacional como en la escuela inglesa a la que iba eran poco conducentes a la lectura ulterior de los textos: allí sólo se aprendían datos sobre los escritores. En francés tuve la buena suerte de tener una profesora que adoraba la literatura y que me comunicó ese amor; así que cuando comencé a estudiar química en la facultad, por deseo de mi madre, estaba claro que prefería leer antes que estudiar química."
Molloy continuó con sus estudios en Ciencias Exactas durante casi un año. "Y de no haber intervenido un docente, posiblemente hoy sería química. Ocurrió un día que, después de un parcial, el jefe de trabajos prácticos nos llamó a todos para comentarnos el examen. Cuando llegó mi turno me anunció que había sacado muy buena nota y después, de buenas a primeras, me preguntó: ´¿Por qué no se va, Molloy?´ Me sorprendí y él me dijo: ´Usted no está a gusto acá, además la veo siempre con un libro, ¿qué lee ahora?´. ´ La cartuja de Parma´ , le contesté. ´A mí me gusta más Rojo y negro ´, me dijo, ´pero piénselo Molloy, váyase´. Y fue como si me abrieran las puertas del Infierno o del Purgatorio porque este hombre me estaba dando el permiso para irme que yo no podía darme a mí misma. Entonces fui a casa y dije que no quería seguir química sino literatura. Y ante mi sorpresa nadie nadie se enojó. Creo recordar que ese profesor se llamaba Héctor Posi y, si algún día supiera dónde está, le agradecería, porque le debo muchísimo."
Molloy disfruta tanto de la escritura crítica como de la ficcional. "La segunda posibilita un orden menos estricto que la primera. Además, recuerdo lo que dijo Edward Said recorriendo una exhibición de textos críticos: ´¿Quién puede leer estos libros?, evidentemente nos leemos a nosotros mismos´. Con esto no estoy denigrando la crítica, que para mí es un ejercicio esencial."
-¿Por qué?
-Porque es una puesta por escrito de mi lectura. Leer me enseña a pensar y poner por escrito mi lectura, tanto más. Cuando escribí Acto de presencia , sobre la autobiografía, lo hice con toda intención revisionista, para mostrar la riqueza del género y lo mal que se habían leído ciertos textos.
Siempre tengo dos proyectos en cocción: uno de crítica y otro de ficción; sacrifico el uno al otro porque no escribo ambos simultáneamente pero lo que estoy pensando en crítica se traduce en ficción y viceversa. Cuando escribí mi primera novela estaba escribiendo Las letras de Borges y hay puntos de contacto entre En breve cárcel y mi reflexión sobre Borges, como creo que hay puntos de contacto entre Acto de presencia y El común olvido : la preocupación por la escritura del yo, por la noción de identidad, que los autobiógrafos del siglo XIX se empeñaban en construir como si fuese algo monumental y estable y que yo, en El común olvido , trato de construir como algo inestable, plural y fragmentario.