Los próceres de Milei
Para el historiador, el Salón de los Próceres sigue una lista arbitraria: “No se puede tomar en serio, semeja a la Biblia y el calefón”
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No me gustan los próceres. Suelen ser un engorro para el ciudadano y para el historiador. Admito que la patria necesita sus mitos fundadores, tal como Virgilio hizo con Eneas. Pero los mitos tienen sus problemas. En el himno que lo honra, ese de “Yerga el Ande”, San Martín fue “grande” “por secreto designio de Dios”, y su “trono” se ubica, “entre cielos y nieves eternas”. Dios ungiendo a un militar, que nos mira desde la eternidad: pésimo precedente de lo que Loris Zanatta llamó “la nación católica”.
Con un listón tan alto, el club de los próceres resultó sumamente selecto, y cada candidatura fue fuente de querellas infinitas, de las que surgieron líneas históricas y relatos antagónicos, que envenenan nuestras conversaciones. Los mitos, en los que se cimentó nuestra nacionalidad, dificultan enormemente el trabajo de los historiadores que quieran entender, por debajo del bronce, a la persona real. En cambio, atraen a escritores faranduleros, que hacen su agosto “humanizándolos”. Y últimamente, a quienes se sienten realizados derribando estatuas.
Me gusta la idea de remplazar ese club selecto de próceres por un grupo extenso de “ciudadanos destacados”, gente normal, que contribuyó a construir la Argentina. Cada uno en su época, desde su posición y sus convicciones, y con sus humanas singularidades. Cada uno con su ejemplo.
La lista debe ser fundamentalmente plural. Como solía decir Félix Luna, la historia está hecha de conflictos, acuerdos y nuevos conflictos, y quienes estuvieron enfrentados aportaron algo para la construcción de la Argentina. ¿Por qué optar entre Rivadavia y Rosas? Cualquier profesor mínimamente actualizado puede explicar que, durante unos cuantos años, ambos se complementaron para ordenar y hacer próspera la provincia de Buenos Aires, lo que no era poca cosa.
En el mismo sentido, aceptemos el desafío de sumar a Urquiza y Mitre, a Roca y Alem, a Yrigoyen y Alvear, a Justo y De la Torre, a Perón y Balbín, a Alfonsín y Menem (“nadie es perfecto”). Y que haya tantas mujeres como hombres; por ejemplo Alicia Moreau de Justo y Eva Perón. Y además científicos, escritores, historiadores. Ningún sector debe quedar fuera de esta lista de ciudadanos destacados. Puede ampliarse permanentemente, siempre que dejemos pasar veinte años.
Hace un par de años estuve interesado en esto. Pero la propuesta requiere algo hoy imposible: ciudadanos que entiendan lo que leen. La propuesta de Milei para el “Salón de los Próceres” resolvió mis dudas. No limitado por un conocimiento, siquiera mínimo, de la historia argentina, el presidente pudo actuar con toda libertad. Su lista es maravillosamente arbitraria. Amplía mucho el sector del siglo XIX: sumar a Mitre y Roca es meritorio; no sé si Avellaneda era imprescindible. ¿Necesitaba a Bouchard para sumar dos marinos? ¿Por qué no está Sáenz Peña y sí Victorino de la Plaza, una figura menor?
No está Rosas pero figura Facundo Quiroga; no creo que el Quiroga real, relativamente relevante, sino el mito de Quiroga forjado por Sarmiento y retomado por sus adversarios. Al mismo universo mítico pertenecen el Sargento Cabral -un personaje construido con mínimos datos históricos- y la “Tumba del Soldado Desconocido de la Guerra de Malvinas”, un objeto material milagrosamente convertido en un prócer. Como muchos señalaron, hay un único científico, las mujeres no existen y el siglo XX tampoco.
No se puede tomar en serio esta propuesta, que semeja a la Biblia y el calefón. ¿Qué podemos discutir? ¿Para qué dramatizar? Milei se dio el gusto de hacer “su” lista, autorizando así a que los futuros presidentes se den ese gustito. En cada provincia o municipio, en cada organización social, en cada taller u oficina, y hasta en cada hogar, que cada uno haga su lista. ¡Viva la libertad...!
De un plumazo, Milei acabó con el problema de los héroes y simultáneamente estableció un derecho nuevo. Erasmo no lo habría imaginado mejor.
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