Los poetas, la poesía y sus crisis
Orfeo en el quiosco de diarios
Por Edgardo Dobry
Adriana Hidalgo/328 Páginas/$ 42
"Para nosotros, solo está el intentar. Lo demás no es asunto nuestro" escribió T. S. Eliot en sus Cuatro cuartetos , señalando quizás que la experiencia poética es una tentativa amenazada permanentemente por el fracaso. Podemos pensar que se trata de una condición intrínseca, propia de toda obra de arte, o, como lo hace el crítico Edgardo Dobry en Orfeo en el quiosco de diarios , trazar un mapa genealógico de la crisis, con fechas y nombres precisos.
Podemos trasladarnos por ejemplo a mediados de la década de 1860, a la aparición del simbolismo francés y -más precisamente- a la obra de Stéphane Mallarmé, en cuya abierta voluntad de hermetismo Dobry localiza los primeros síntomas del malestar, consignando que la retirada del discurso poético se motiva como una protesta ensimismada y más o menos romántica frente al "importante crecimiento de la alfabetización y los avances tecnológicos que permitieron las grandes tiradas de libros y de prensa periódica".
En principio, dicha "crisis del verso" -perfilada por primera vez en la poesía de Mallarmé, pero que se manifiesta también en los movimientos de vanguardia y se extiende hasta nuestros días- podría adjudicarse al desgaste de las formas canonizadas por la lírica, aunque tal vez, en el fondo, se vincule con un pronunciado deterioro de la subjetividad que excede, ampliamente, el horizonte de la creación literaria.
La pérdida de lo que podríamos llamar -con Harold Bloom- "los dones creativos de la poesía" tiene que ver entonces no tanto con un agotamiento de las herramientas estéticas como con esa crisis de identidad -afectiva y social- que el sujeto moderno experimenta en todos los campos. Si bien Mallarmé clausura con su silencio casi monacal, su "inanidad sonora", toda una época de ostracismo y decadencia de la poesía entendida como un discurso sagrado, es a Apollinaire a quien toca, en las primeras décadas del siglo XX, presentar "el nuevo estado de cosas" y abrir el juego hacia una poesía más democrática, inspirada en los carteles callejeros, los jingles publicitarios y las canciones populares.
No obstante -y como bien advierte Dobry en el agudo y pormenorizado análisis que dedica al autor de Caligramas - Apollinare es un poeta en el cual todavía coexisten los elementos de la tradición grecorromana con los nuevos materiales que proveen los tiempos modernos. No representa por lo tanto una ruptura total -si eso fuera posible en algún caso- sino más bien un momento en que la crisis cambia de signo. Cambia posiblemente el punto de vista: del torremarfilismo evasivo y visionario se pasa a las panorámicas simultáneas del cubismo, pero en lo fundamental el lugar del poeta en el mundo sigue siendo conflictivo y excéntrico.
Con todo, no es un planteo estático de la historia de la poesía lo que Dobry nos ofrece en este conjunto de ensayos. Aunque el autor toma claramente partido por lineamientos estéticos muy definidos, se trata más bien de perfilar un campo de fuerzas dinámico donde una potencia que -en un determinado contexto- puede ser considerada activa, puede pasar en el siguiente a ser pensada como reactiva. De ahí que Dobry pueda moverse con absoluta libertad de la poesía de Cavafis a la de Gabriel Ferrater, pasando por los viajes de Sarmiento, la poesía argentina de la década del noventa, la escritura de Arturo Carrera o la de Alejandra Pizarnik, para discutir con la tradición y repensar una y otra vez cuál es en la actualidad el lugar del poeta.
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