Los ojos del siglo
Es una de las grandes fotógrafas del mundo contemporáneo. Ante ella posaron en distintas épocas los personas que marcaron el espíritu del siglo, desde James Joyce y Jorge Luis Borges hasta Eva Perón y François Mitterrand. En su departamento de París, evoca las sombras de ese pasado deslumbrante. Las imágenes que ilustran estas páginas revelan la profundidad de su mirada.
LO primero que impresiona hoy de Gisèle Freund es su pelo: uno no sabe si no se ha peinado o si, por el contrario, ese remolino que se eleva casi como un signo de pregunta en el aire es el resultado de un arreglo de inspiración punk . A pesar de la lluvia y de algunas ráfagas de viento frío, la ventana está abierta. El departamento, muy pequeño y amueblado para satisfacer estrictamente las necesidades de una mujer sola, acompañada durante el día por una secretaria, está en el último piso de un edificio impersonal.
Desde el balcón, se ven los techos de un barrio popular de París, frecuentado en otras épocas por artistas y escritores. No hay ninguna cámara fotográfica a la vista. Hace ya varios años que Gisèle, una de las fotógrafas más importantes de nuestra época, la que capturó las imágenes más reveladoras de los intelectuales más importantes del siglo, ha dejado su oficio. La maga que logró desnudar con su lente la cara bella y angustiada de Virginia Woolf se limita ahora a recordar y a preparar sus próximas muestras. El rostro de Gisèle es simpático, con una cualidad adolescente o juvenil que trasciende las marcas del tiempo. Pero quizá porque prefiere seguir viéndose con los ojos de la memoria, no quiere que se la fotografíe. Sus gestos y sus palabras de bienvenida son aún más cálidos cuando se habla de la Argentina.
Jean Cocteau
"Nací en Alemania, pero hoy mi patria es Francia. No sabía nada de la Argentina hasta poco antes de la Segunda Guerra; las primeras noticias que tuve fueron las que me dio Victoria Ocampo en París en los años 30. Hubo dos mujeres que tuvieron gran influencia en mi vida: una, fue Adrienne Monnier, la librera que estaba al frente de La Maison des Amis des Livres; la otra, Victoria. Curiosamente a la argentina la encontré en lo de Adrienne Monnier. Más tade Victoria me invitó a comer en su casa en París. En esa ocasión, también se hallaba como invitado Roger Caillois. Él estaba muy enamorado de ella a pesar de la gran diferencia de edad: Roger tenía veintidós años, y Victoria, cincuenta. A ella la fascinaba la inteligencia de Roger, y la espantaba la pobreza en que él vivía. A veces, llegó a desmayarse de hambre. Llegué a querer mucho a Victoria, si bien su personalidad no era fácil. Era mandona, pero de una enorme generosidad. Estaba muy relacionada, tanto en su país como en Europa. Una llamada telefónica de Victoria abría todas las puertas. Ella nos dijo a Roger y a mí que fuéramos a Buenos Aires. El primero que viajó fue él; después, cuando la guerra estalló, yo lo seguí. El resultado de ese viaje fue una serie de fotografías de paisajes y personalidades.
"Recorrí la Argentina desde el norte hasta el sur. Podía haberme quedado allí, teniendo una vida cómoda, fotografiando a las señoras de alta sociedad que Victoria me presentaba. Pero yo prefería viajar y ser una periodista antes que una retratista de la aristocracia de América Latina. Además me interesaban mucho más los escritores, la llanura, las montañas y las estancias que sus dueñas. Me fui en un barco hasta Tierra del Fuego. Filmé en 16 milímetros todo lo que me parecía digno de registrar. Conocí a Borges cuando él veía, y posteriormente cuando ya era ciego. En este sentido, tuve la suerte de encontrar y registrar con mi cámara a muchas personalidades a lo largo de sus vidas. Esto no es común. Tengo varias fotos de distintas épocas de Borges, de Malraux, de Mitterrand."
La pasión de mirar
Gisèle Freund estudiaba sociología en Frankfort cuando comenzó a tomar fotografías en carácter de aficionada en 1932. Su padre le había regalado una Leika manuable, lo que la impulsó el Día del Trabajador, el 1º de mayo de ese año, a asistir a la manifestación que habían convocado el Partido Socialdemócrata, el Partido Comunista y los sindicatos. Los policías confiscaron los carteles de los manifestantes de izquierda y, en cambio, protegieron el desfile de unos provocadores nazis. No había ningún fotógrafo profesional en aquel acontecimiento, que fue la última manifestación de la República de Weimar.
Walter Benjamin
Hubo otra oportunidad excepcional, años más tarde, en 1935, en París, que Gisèle supo aprovechar muy bien. Fue durante el Congreso por la Defensa de la Cultura en la Maison de la Mutualité. Allí Freund tuvo la fortuna de tener como modelos a los escritores más destacados del momento, reunidos para defender la democracia. Sólo había dos fotógrafos: Gisèle y David Seymour. Frente a su lente, pasaron en aquella ocasión André Gide, E. M. Forster, Robert Musil, Jean Cassous, André Malraux, Aldous Huxley, Bertold Brecht con la cabeza rapada, Heinrich Mann, el jovencísimo Boris Pasternak.
"Yo no fotografiaba a nadie que no me interesara. Cuando pedía una sesión de fotos con un escritor, era porque había leído sus libros y esa obra había despertado mi curiosidad, mi admiración, o me había irritado. Piense que fotografié a André Gide, que tuvo un período de simpatía por los comunistas; pero también a Pierre Drieu La Rochelle, un hombre muy refinado, con novelas muy complejas, que fue colaboracionista, nazi, y que hacia fines de la década del 20 había sido uno de los amantes de Victoria. Adrienne Monnier hizo que me conocieran en el medio intelectual. En 1939, organizó en su librería, en la Rue de l`Odéon, una proyección de mis fotografías en color de distintos escritores. Eso hizo que, más tarde, los que no habían posado para mí aceptaran, no sólo porque mis fotos les habían gustado sino por vanidad. Los autores son muy vanidosos. A esa proyección, asistieron André Breton, Jean-Paul Sartre acompañado por su madre y por Simone de Beauvoir, la duquesa de la Rochefoucauld, Jean Genet, Jules Supervielle y muchos otros".
El éxito de Freund entre los intelectuales se debe a un hecho según ella muy sencillo:
"A mí no me gusta deformar a la gente. No trato de imponer mi visión. Los artistas y los escritores, en realidad como cualquier otra persona, detestan verse mal en las fotografías. Y yo siempre traté de que se reconocieran. Con Virginia Woolf, me pasó algo extraño. Victoria Ocampo le había mostrado mis fotografías en color, y Virginia aceptó que yo fuera a su casa a retratarla por encargo de Victoria. Llegó hasta a cambiarse de ropa para que las imágenes no fueran monótonas. Su rostro era bellísimo, pero sus ojos revelaban sus sentimientos de una manera asombrosa. Su manera angustiada, dolorida, de mirar era casi una confesión.
Cuando vio el resultado (Victoria estaba entusiasmadísima), Virginia se sintió sorprendida, como desnudada por mi cámara. Protestó, dijo que yo la había engañado, telefoneó a su amiga Vita Jackeville-West para decirle que Victoria Ocampo había llevado a una mujer diabólica a su casa. Reaccionó como esos indígenas que se resisten a ser retratados porque piensan que las imágenes les roban el alma y la vida".
El misterio del jabón
En la Argentina, Gisèle recuerda haberse divertido mucho con el círculo de amigos de Victoria Ocampo:
"Ella tenía mucho sentido del humor, le encantaba reírse. La risa y la cólera eran dos aspectos muy entrañables de Victoria. Durante la época en que ella y Roger Caillois mantenían una relación amorosa, y más tarde también, Victoria se indignaba porque Roger tomaba mucho alcohol, era desordenado y no muy limpio. Victoria sólo bebía agua, era elegante de un modo muy sobrio, y el encanto principal de sus casas residía sobre todo en la limpieza entendida como pureza: pureza de líneas de los muebles, de las construcciones, y también pureza concebida como higiene. Los pisos estaban relucientes, así como la vajilla. Se olía a limpieza en cuanto uno entraba en San Isidro o en Mar del Plata. Roger no era así y Victoria lo mandaba literalmente a bañarse. Él se encerraba en el baño con un libro. Y salía de allí, en verdad, tan sucio como cuando había entrado. Victoria no entendía ese misterio. Hasta que un día irrumpió durante esa ceremonia higiénica y descubrió el engaño. Roger llenaba la bañera de agua, se sentaba en el borde con un libro en la mano a leer; con la otra mano, agitaba el líquido ruidosamente para que pensaran que él estaba chapoteando allí con el jabón, cuando en realidad ni siquiera lo había tocado. Era cómico ver la indignación de Victoria".
Los brazos de Perón
Entre las fotografías más difundidas y más logradas de Gisèle Freund, se encuentran las que tomó de Eva y el general Perón. Se trataba de un encargo de una publicación norteamericana. Gisèle no quería que ninguna de sus amistades argentinas se enterara de que ella estaba en Buenos Aires para retratar a la pareja presidencial.
"Todas mis relaciones en la Argentina eran antiperonistas, empezando por Victoria. Yo sabía que tendría un disgusto con ella si alguien le decía que yo había regresado especialmente para retratar a Evita. Llegué a Buenos Aires de incógnito. Esperé toda una madrugada con el fin de fotografiar a Eva cuando trabajaba en el Ministerio. Ella me dijo: «Usted es la primera periodista internacional que me ve trabajar con mis pobres». Había enfermos, había pobres que le pedían máquinas de coser, aumentos de salarios o simplemente dinero. A todos, como a mí, les tendía una mano pequeña, húmeda y ya enferma. Vestía muy sencillamente, con ese tipo de elegancia despojada de los grandes modistas de las décadas del 40 y del 50. Recuerdo que había un diario que publicaba las fotos de quienes habían visitado a «la Señora», como la llamaban. Yo temblaba pensando que podían publicar la mía, y que Victoria y todos los suyos se enterarían. Pero después hubo un problema con mis fotos. Al día siguiente, un ministro me llamó para pedirme los negativos. Yo me las arreglé para sacarlos del país y salí, como pude, escapando de la Argentina.
Richard Wright
"También retraté a Perón. Era un hombre muy simpático, hablaba muy bien en francés. Pero era difícil tomarle una buena foto. Tenía los brazos muy cortos, las manos desproporcionadas. Resultaba un poco ridículo, sobre todo porque se suponía que era un dictador, un gran hombre que debía parecer imponente; y, en cambio, uno lo veía tratando de ser agradable, con esos bracitos cortos... Si bien yo sabía que era todopoderoso en la Argentina, en ningún momento, tuve temor ni logró intimidarme.
"En realidad, creo que ése es uno de los secretos de mis trabajos: nunca me sentí intimidada por mis modelos. Ni por De Gaulle, ni por Mitterrand. Era más fácil, por ejemplo, fotografiar a De Gaulle que a Mitterrand. De Gaulle era siempre De Gaulle. Uno sabía, desde el primer momento, que él hablaba como si fuera Francia, desde la grandeza . Mitterrand, en cambio, era un ser más elusivo, más enigmático, más impenetrable. En ese sentido, exigía del fotógrafo que desplegara todas sus estratagemas. Porque el secreto de una buena foto no es dar con la mejor pose, con la más sentadora, sino atrapar al modelo distraído, olvidado de la cámara, olvidado de la inmortalidad, y sin embargo, ofrecido, entregado a un ojo que supo ir más allá de lo que el retratado quiso mostrar. Eso fue lo que le pasó a Virginia Woolf. Ésa fue siempre mi ambición cada vez que tuve ante mí a esos hombres y mujeres que construyeron el espíritu del siglo".
Por Hugo Beccacece
Para
La Nación
- París, 1998
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