"Los objetos son enigmáticos"
Admirado por Sarlo y por Fogwill, el escritor argentino habla de su nuevo libro y de las dificultades de narrar
Pretender contar una historia sin creer que las palabras comunican algo es como, según un anticuado juego infantil, confiar al teléfono un mensaje amoroso con la sospecha de que, del otro lado de la línea, llegará acaso un insulto. Sin embargo, el novelista y poeta Sergio Chejfec hizo de esa incertidumbre un modo de escribir y construyó una de las tentativas más originales que dio la literatura local en los últimos años.
Casi sin anécdotas, casi sin peripecias, las novelas de Chejfec penden de la extrañeza que provoca la distancia entre las palabras y la lisa complejidad de los objetos. La coincidencia en un mismo mes de la aparición de Baroni: un viaje , su última novela, y la reedición de su primer libro, Lenta biografía - ambos editados por Alfaguara- muestra el despliegue de una poética que se afinca en el lúcido entredicho y la razonada vacilación. Admirador de Juan José Saer y de César Aira y admirado por Beatriz Sarlo y Rodolfo Fogwill, Chejfec abandonó hace tiempo la Argentina. Vive ahora en Nueva York, después de una prolongada estadía en Caracas, donde tomó contacto con Rafaela Baroni, la artista plástica autodidacta, ingenua, obsesionada con la muerte, que da nombre y asunto a su nuevo libro. "Antes de conocerla a ella, conocí su obra y su mitología personal", explica el autor de El aire. "Después, hice un viaje y se me dio por ir a la casa, sin avisar."
-¿Por qué contar la vida de otro en primera persona?
-No pensé el libro como si fuera una biografía clásica, sino en el sentido de un relato que incluyera diferentes tipos de historias y en el que el narrador se sintiera interpelado, y que esa interpelación se relacionara con la experiencia más inmediata, con el impacto que esta figura tiene sobre el narrador.
-Rafaela Baroni encuentra una contrafigura complementaria en otro nombre conocido en Venezuela, el poeta Juan Sánchez Peláez. ¿Qué lo atrajo de este personaje?
-No hay planificación en las novelas que escribo. No tengo un diagrama de cómo va a progresar la intriga. Más bien, voy teniendo ideas y una idea me lleva a otra. Y el recuerdo que yo tenía del velorio de Sánchez Peláez, de él yaciendo en el féretro, la manera en que lo habían arreglado y maquillado, remitía a varias figuras de Baroni, por la relación que ella tiene con lo mortuorio. Hay en sus figuras una pátina y una coloración similar al arreglo de muertos más convencional.
-En otro plano, el libro es también un tratado de estética. ¿Pensó desde el principio que el relato podría leerse de esa manera?
-Cuando empecé a escribir la novela, la concebí como una especie de ensayo narrativo que iba a tener alrededor de veinte páginas. Después las cosas cambiaron y me di cuenta de que me interesaba trabajar con otros materiales. El relato se fue expandiendo. Y advertí también que podía incluir las impresiones más arbitrarias y subjetivas respecto de Venezuela y del paisaje venezolano. Entonces lo que iba a ser un ensayo narrativo terminó siendo un relato ensayístico, en el que Baroni es la primera figura pero, a la vez, es una suerte de excusa para hablar sobre estética, sobre Venezuela y sobre algunos personajes de ese país que son para mí sumamente emblemáticos y enigmáticos.
-Baroni... parece un ejercicio de arqueología, la reconstrucción de la historia de la pintora a partir de la materialidad de sus tallas. ¿Qué lugar ocupan los objetos en su narrativa?
-Sin planificarlo, trato de escenificar el pensamiento. El relato es una puesta en escena de una elaboración a medias intelectual, a medias emocional. Son los objetos, la experiencia sensible, lo que dispara el registro de los matices y las asociaciones. Los objetos tienen siempre una naturaleza enigmática.
-Tanto en Baroni como en Lenta biografía hay frecuentes vacilaciones en la narración, como si se dudara de la certeza de lo que se cuenta. ¿Por qué desconfía del acto de narrar?
-Elijo tener una voz lo menos asertiva posible, por lo menos de una manera convencional. Trato de que el lector se encuentre con un resultado y no con una historia ya concluida. Me gustaría que no se relate el pasado sino que el lector encuentre el relato de lo que está leyendo. Por otro lado, es como si el pasado de Baroni necesitara de sus tallas para encontrar una justificación. Y el narrador se encuentra con que eso es sorpresivo pero ineludible. Lo mismo pasa con un país que es difícil de representar.
-Venezuela parece ser el verdadero protagonista del libro. ¿Por qué se fue de ese país?
-Tenía deseos de irme de Venezuela por los mismos motivos por los que tuve ganas de salir de la Argentina en el año noventa. No hubo motivos políticos taxativos, pero sin duda influyó el clima social y político, que en los últimos ocho o nueve años cambió bastante. Dejé de tener estímulos en ese ambiente, del cual muchos venezolanos también quieren irse. Es un lugar donde la idea de convivencia está puesta en duda desde el Estado, un país a cuyo deseo no pude acomodarme. Por momentos, es un país que parece puro delirio.
-¿Cómo se ve desde afuera la literatura argentina?
-Creo que Saer, Aira, Héctor Libertella, la recuperación crítica de Osvaldo Lamborghini, todo eso impactó en términos de actitud. Se volvió a la idea de que no es necesario contar con demasiados protocolos y autorizaciones simbólicas para hacer literatura. Es un modo de escribir que aparece sin pedir permiso.