Los nietos de Borges: un legado que atraviesa el tiempo
Uno es pintor y el otro músico y novelista; los dos mantienen viva una genealogía creativa que empezó en su abuela Norah y en su hermano, el autor de El Aleph
Gonzalo tiene 44 años y es nieto de la artista plástica Norah Borges (1901-1998), y sobrino nieto del gran escritor argentino: Jorge Luis Borges (1899-1986). Con este último comparte varios rasgos. El primero: dar largas caminatas por Buenos Aires. "Si les preguntás a mis amigos, lo primero que te van a decir de mí es que soy un caminante", afirma Gonzalo. Como se sabe, Borges era un desaforado caminador. Un segundo rasgo borgiano: el hábito de la lectura. Gonzalo, hijo de Miguel, lee constantemente, y -al igual que el autor de Ficciones- con gran curiosidad.
Su vocación artística no pasa, sin embargo, por las letras. Siendo aún muy chico se hizo de pinceles y témperas, y comenzó a pintar por su cuenta. Tiene, de hecho, un estilo propio. Entre los pintores que más admira están Hopper, Matisse, Miró y Van Gogh, aunque, acepta: "Si me preguntás qué artistas me gustan mucho sin duda comienzo por mi abuela: Norah Borges". Y agrega: "Crecí rodeado de sus obras. En mi casa, en lo de mis amigos, mis primos, los amigos de la familia, había cuadros de mi abuela. Tener una muestra tan grande de su obra me ayudó a vislumbrar su método, el equilibrio de sus cuadros".
Norah era, en palabras de Gonzalo, "una persona muy especial: buenísima, y a la vez algo etérea. No tenía los pies sobre la tierra, y con esto quiero decir que simplemente no le interesaban las cosas concretas, cotidianas. Parecía conectada con otros aspectos de la realidad." De chico, evoca, la veía muy seguido: "Tengo mil recuerdos de ella. Pero no es que se sentaba conmigo para enseñarme a pintar o a mezclar los colores. Eso me surgió solo".
Hay otro rasgo, de carácter genético, heredado de otra rama de la familia, que contribuye quizás a explicar este aprendizaje autodidacta: Gonzalo es daltónico. Por ese motivo, explica, "la mezcla de colores es para mí un momento especial. Porque lo que yo veo debe ser bastante distinto a lo que otras personas ven". Pone como ejemplo a la mascota de la familia: un simpático can bautizado con el curioso nombre de Borja Borges. "Sé que mi perro es color marrón -explica Gonzalo-. Pero yo lo veo verde. Verde como el pasto." Por este motivo, cuando comenzó a pintar, los tintes se le confundían. Pero pronto dio con una solución tan simple como eficaz: "Decidí concentrarme en pocos tonos para poder identificarlos." Claramente lo ha logrado, porque sus cuadros demuestran un manejo exquisito del color y de las formas. Hasta ahora, sin embargo, no ha realizado ninguna exposición: "Pinto para mí y para mis amigos. Aunque es cierto que siempre me dicen que tengo que exponer". Habría que convencerlo.
En el caso de Félix Torre (33, hijo de Luis Guillermo), primo de Gonzalo y también nieto de Norah y Guillermo Torre, el talento de la familia ha florecido de una manera múltiple. "Prefiero eludir las definiciones. Podemos decir que actúo, hago música y he escrito algunos libros." Lo cierto es que en sus performances pasa de la palabra a la actuación y del humor a la música con una naturalidad sorprendente. Ha escrito cinco libros. Los primeros -Cómo domar bestias, Cómo caerle bien a todo el mundo y Cómo trascender sin mamá- conforman una trilogía de lo que él mismo llama brainstormings. Los siguen El baño de la oficina y Así no hablé con mi padre, un libro autobiográfico al que Félix describe como "un ajuste de cuentas conmigo mismo".
De su tío abuelo, Jorge Luis Borges, no guarda recuerdo alguno. De manera que cuando, de chico, sintió la necesidad de escribir, le resultó un impulso inexplicable e inquietante. "Escribir era para mí un hobby privado y secreto. De hecho, tenía miedo de que otros descubrieran mis manuscritos y los leyeran."
Fue en ese eje, explica Félix, que la figura de Borges le allanó el camino: "La presencia de Borges me ampara y me impulsa: me hace sentir que estoy transitando un camino ya conocido, que escribir no tiene nada de raro". Pero tampoco siente que lo condicione: "Para mí, Borges más que un mandato, es un misterio, una luz extraña que voy descubriendo de a poco y que me ayuda a entender por qué soy como soy".
Y ese proceso es, precisamente, el que inspira sus creaciones. En todas las obras de Félix hay una búsqueda constante: "El arte -afirma- consiste en descubrir cosas que otros no ven, y en transmitirlas. Y ese descubrimiento es un ámbito muy personal, un vínculo secreto entre la trascendencia y yo. Y ahí no se puede meter nadie, ni siquiera yo mismo."
Es un camino que Félix continúa recorriendo con proyectos diversos. Hace unos años armó una banda a la que llamó Los Nietos de Borges, nombre que describe como "un elogio a mi energía, a mi fuerza, al ayer". Este año, presentará un disco propio, titulado El príncipe del tiempo, que define como "una cosa bien mágica, dedicada al pasado y al fluir del tiempo".
Resulta curioso notar que todos esos rasgos son de larga data. Ya en pleno siglo XVIII, el reverendo William Haslam (1768-1839), pastor metodista y tatarabuelo inglés de Borges, desplegaba varios de estos hábitos. Sus contemporáneos comentaban con cierta perplejidad su devoción por la lectura y su costumbre de dar largas caminatas. La curiosidad, la creatividad y la inteligencia han pasado de generación en generación: un legado intelectual y artístico que está presente en la generación actual, aunque reconfigurado, en cada caso y como cabe esperar, en un camino individual. "No se trata de hacer lo que otros hicieron -dice, pensativo, Félix-, sino de buscar lo que ellos buscaban."
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