Los mundos privados
Dos muestras con claro predominio femenino indagan las posibilidades del video digital y su vínculo con la abismal sencillez de lo íntimo
Las imágenes de un pasado no tan reciente se derraman, fantasmáticas, desde el frente vidriado de la galería Gachi Prieto hacia las calles de un barrio de Palermo ya en penumbras. Al mismo tiempo, en San Telmo, varias obras delatan la irremediable fugacidad del presente en las salas de la galería 713 Arte Contemporáneo, por primera vez ocupadas en su totalidad por trabajos audiovisuales.
"Es un manifiesto sobre cómo ver video", asegura Leticia El Halli Obeid, a cargo de la curaduría de esta última muestra. "Se trata de darles dignidad a las obras -agrega, en referencia a tanto video superpuesto, exhibido en continuos imposibles de seguir o discriminar-. Presentarlas de modo tal que se puedan ver íntegramente, entendiendo que el espacio de instalación de un video es diferente del de una sala de cine." Tres autoras, una por sala, dan cuerpo a una propuesta en la que la presencia femenina no es -al menos, en lo que hace a la decisión curatorial- un dato azaroso. "Las mujeres tienen una relación menos fálica con la tecnología -asegura, sin vueltas, El Halli Obeid-. Hay un uso tímido, sin exhibición de poder. Creo que, por eso mismo, se han logrado registros más ´rupturistas´."
En sintonía, la estadounidense Becca Albee presenta Arribo/Partida , obra cuya realización, reconoce, la ubicó en el lugar del voyeur -ese calificativo tan asociado a lo masculino-, pero con un aditamento que vendría a exceder la mera pulsión escópica: "Sentía también una maternal necesidad de cuidar", rememora la artista. El objeto de esa preocupación resulta ser nada menos que Barack Obama. Desde su taller ubicado frente al helipuerto presidencial de Manhattan, Albee registra, con persistencia y recursos tecnológicos básicos, la llegada del helicóptero que transporta al actual presidente de Estados Unidos, el descenso de sus pasajeros, los movimientos a su alrededor. El dignatario, a quien ella votó en un país donde la palabra "magnicidio" no es un simple término de diccionario, aparece tan a mano de la curiosidad de su cámara como de una posible agresión.
También austeros y orientados a capturar los intersticios por donde fuga el presente, los trabajos de la cordobesa Paola Sferco son breves y bucean en las diversas formas del retrato. Destaca Cuello , ejercicio del detalle llevado al extremo, pura voz de alguien que canta mientras la cámara, olvidada del rostro, se centra en una zona mínima del cuerpo, por momentos una garganta, por momentos una superficie abstracta, sólo hendiduras, luces y sombras.
Por su parte, Gabriela Golder registra, durante casi 15 minutos, en plano secuencia (una sola toma, sin cortes ni efectos de montaje), a dos niñas leyendo un fragmento de Locos de amor , la obra teatral de Sam Shepard. El contraste entre el exasperado diálogo sostenido por los dos amantes shepardianos y las posturas, actitudes, miradas y tonos infantiles constituye uno de esos recortes sencillos que, al mismo tiempo, inauguran mundos. En este caso, universos de registro: el Shepard que leen las nenas, tan diferente del Shepard que escucha el adulto que las ve leer. Convencida de que sus enfoques no tienen que ver con su pertenencia de género sino con determinado modo de ver el mundo, Golder asegura que este video "fue un experimento" en relación con la lectura y el instante.
Así como todas las obras exhibidas en 713 dialogan con las sutilezas de un presente convertido en pasado apenas fue capturado por la cámara, la exposición Timeline que Carolina Magnin presenta en Gachi Prieto aborda el pasado más contundente: el de aquellos que ya no están. A partir de una filmación realizada entre los años 30 y 40, hallada por azar en un placar familiar, la artista concibió una instalación en la que fotogramas ampliados, proyecciones, vestigios digitalizados de viejos formatos analógicos y objetos antiguos se convierten en una singular recreación de lo que ella denomina "la fragilidad de la pequeña memoria".
En esas evasivas cintas fílmicas, Magnin encontró a tíos y abuelos en gestos, movimientos, reuniones familiares y días de playa en una Mar del Plata extrañamente próxima. Sólo el día de la inauguración, gracias a un proyector de 16 mm facilitado por Hayrabet Alacahan, de Cineteca Vida, la filmación pudo proyectarse en su versión original, con su textura, sus saltos y el habitual traqueteo de aquellos equipos de proyección. El resto de los materiales son producto de la digitalización de esas mismas películas. Magnin editó ese producto "numérico", seleccionó algunos fotogramas especialmente dotados de misterio -el rostro evanescente de su abuela, la silueta a contraluz de un tío, recortes superpuestos del mar-, los imprimió en planchas de duraclear (el material que se utiliza en las radiografías) y los colocó, para su exhibición, en antiguos visores de placas radiográficas. Todas estas imágenes están coloreadas digitalmente por decisión de la autora, interesada en dejar constancia de que hubo un traspaso de un soporte a otro: una apropiación que, inevitablemente, imprime tantas huellas como enigmas. De igual modo como lo hace el ejercicio de la memoria, esa arqueología construida a partir de indicios erráticos, cuyos mecanismos recrea la poética de Magnin. "Somos lo que somos, por el pasado que nos trasciende", recuerda la artista. Como en un eco, las imágenes de la filmación recuperada, proyectadas sobre una plancha de contact esmerilado, atraviesan la vidriera de la galería y caminan, sonríen o se difuminan sobre los autos que pasan.
© LA NACION
FICHA. Inconsciente óptico