Los misterios y secretos del exorcismo
Cada vez se presentan más casos, admitieron los sacerdotes que llevan adelante la práctica admitida por el Vaticano
"Lo que va a pasar acá tratará de desviarnos de la oración. Les pido que, pase lo que pase, al menos dos personas mantengan el rezo del rosario. Los demás cuidamos que Carmen no se golpee ninguna parte del cuerpo pero, sobre todo, la cabeza", dijo el padre Juan.
Arrodillada frente a la imagen de la Virgen y a un sagrario con la Eucaristía, en el salón de la parroquia San Andrés Avelino, en Villa Adelina (diócesis de San Isidro), Carmen, de 33 años, juntó las manos y se dispuso a rezar. La rodeaban su marido, seis colaboradoras de esa parroquia y el padre Juan. En una mesa, junto a la pared, yacían las armas del sacerdote para el combate que se avecinaba: agua bendita, aceite, un crucifijo y fotocopias con oraciones.
Eran las 17.10 del martes pasado y comenzaba así el quinto ritual de exorcismo al que se sometería esta mujer -cuya identidad real se mantiene en reserva- para intentar liberarse de lo que la Iglesia reconoce como una intervención diabólica. Cinco exorcistas consultados por LA NACION afirmaron que en los últimos años ha crecido la cantidad de personas que los buscan porque dicen escuchar voces, ver sombras donde no hay nadie, oír puertas que se abren o cierran, y otros fenómenos para los que no encuentran explicación.
"La Iglesia está preocupada por este tema y por eso actualizó en 1999 el ritual que se usaba desde 1614 y, el año pasado, la Pontificia Universidad de Roma dio un curso para sacerdotes exorcistas", dijo el padre Alberto Ibáñez Padilla.
El de Carmen, cuyo exorcismo del martes fue presenciado por LA NACION, es el sexto caso diagnosticado en lo que va del año por el padre Ramón Morcillo, párroco de San Andrés Avelino y experto en nuevos movimientos religiosos. Desde que comenzó a hacer exorcismos en San Isidro, hace cinco años, Morcillo llegó a reconocer la presencia de una potestad extraña sólo en cinco casos.
"No damos abasto"
"Los sacerdotes que nos ocupamos de esto somos muy pocos y no damos abasto. Debería haber uno por jurisdicción eclesiástica", dijo el párroco.
En el salón, a los cinco minutos del inicio de las oraciones a los santos, Carmen sufrió una especie de desmayo y, enseguida, comenzó a respirar con dificultad, jadear, rugir, gritar y contonearse cada vez que el sacerdote nombraba a Jesús, la Virgen María o se refería a las mentira y obras de los demonios.
Ahora, acostada y sostenida por su esposo y por cuatro de las mujeres presentes, Carmen no miraba a nadie y movía en círculos la cabeza. Dio un fuerte alarido cuando el padre Juan acercó el crucifijo a su cuerpo.
"¿Renuncian a Satanás?", preguntó el cura en una parte del ritual. "¡No!", fue el grito espeluznante de Carmen, que después empezó a hablar con los dientes apretados y con voz ronca y grave, muy similar a la de Gollum, el horrible personaje de "El señor de los anillos".
Con la lengua afuera soplaba, se movía, se reía con carcajadas que ponían la piel de gallina a cualquiera que la escuchara y forcejeaba para incorporarse. El sacerdote seguía rezando y ahora dialogaba con Carmen, que respondía como si fuera otra persona. Sin perder la calma ni el tono tierno, el padre Juan también se dirigía a "alguien" distinto de Carmen a quien le ordenaba "en nombre de Jesús" que se retirara de esa mujer.
"No. No me voy. Yo la quiero más que Jesús. Yo la elegí. Es mía. Mía. Yo hago lo que quiero. No me voy. Déjenme en paz. No voy a decir nada. Vete con tu Dios", decía la voz que a estas alturas era difícil atribuir a la identidad de la mujer que una hora antes había llegado por sus propios medios buscando alivio.
Antes de encontrar al padre Morcillo, ella y su esposo consultaron a 35 sacerdotes, entre los que figuran cuatro obispos, sobre los extraños síntomas que la aquejaban desde hacía varios años: en ciertas ocasiones se ve deformada en los espejos, mueve objetos con sólo mirarlos o le dan ataques de risa que no puede frenar y le provocan fortísimos dolores de mandíbula.
El esposo de Carmen, de 37 años, adjudica el origen de estos malestares a las prácticas en grupos Umbanda y de espiritismo de distintos familiares de ambos, cuando ellos eran niños.
El padre Carlos Mancuso, párroco de San José, de La Plata, y exorcista desde hace dos décadas, estimó que la mayoría de quienes se acercan a consultarlo "son personas que quedaron afectadas espiritualmente luego de haber participado en sectas satánicas o grupos religiosos afrobrasileños o en sesiones con médiums, curanderos y brujos".
Con él coincidieron el hermano marista Emilio Garione y otro sacerdote de Lanús, que pidió mantener su nombre en reserva. Todos ellos mencionaron el auge del esoterismo como la principal causa del aumento de "personas con problemas espirituales".
Entre las características comunes de las personas afectadas por estas "intervenciones diabólicas", mencionaron que en su mayoría son mujeres menores de 50 años, de distintos niveles socioeconómicos y educativos. Según Padilla, las mujeres son las más afectadas "sin lugar a dudas pero también hay más mujeres videntes y rezadoras".
Como en el caso de Carmen y el padre Juan, quien dio por terminado el encuentro después de dos horas "de combate". Morcillo explicó que serán necesarios unos cinco o seis exorcismos más hasta lograr "liberarla totalmente" y que "cada exorcismo es como un round en el que se va debilitando al demonio que está en esa persona".
Morcillo mostró a LA NACION un fax de otra joven a quien le practicó también varios exorcismos que terminaron en junio pasado. "Siento la alegría inmensa que debe sentir un preso cuando es liberado", escribió esta joven al sacerdote.
Mañana
- En la edición de mañana, LA NACION publicará la segunda parte de la producción sobre los misterios y secretos del exorcismo, con la opinión de reconocidos psiquiatras y sacerdotes que analizan las razones que provocan los casos que llevan a esta práctica de la Iglesia. ¿Existe la posesión por espíritus malignos o se trata de la presencia de ateraciones mentales? Además, se presentan nuevos casos relatados por los propios sacerdotes que los atendieron.