Los miserables del siglo XXI
La obra inagotable de Victor Hugo ha sido a su vez fuente inagotable para el cine y la industria del entretenimiento, que cada vez tienen más en común. En general, las adaptaciones de sus libros suelen limitarse a la anécdota, la historia de amor o la peripecia cuajada de aventuras, y soslayan o reducen a mero telón de fondo las consideraciones históricas, políticas, sociales y morales que Victor Hugo desplegaba con maestría en sus textos. Sin embargo, la reciente versión cinematográfica de Los miserables , nominada a varios Oscar y ganadora de algunos, permite ir más allá de las vicisitudes del argumento.
El film dirigido por Tom Hooper es una interpretación propia de nuestra época dela parábola de Jean Valjean, el hombre que robó por hambre, sufrió décadas de prisión y se redimió por el amor y la fe, en una Francia convulsa y violenta que descubre la paleta del alma humana en todos sus matices, desde la mezquindad hasta la nobleza extremas. En la película, el personaje del inspector Javert, el sabueso implacable que persigue a Valjean sin desmayo, es un hombre de carne y hueso y el antagonista del héroe, pero también su álter ego inmaterial, la voz de una conciencia inflexible con las propias faltas. Una voz que Valjean decide dejar con vida para que siga hablando, para que le recuerde sus pecados, aun cuando hubiera podido suprimirla.
Quedan en el libro, al margen del recorte cinematográfico (fiel, a su vez, a la pieza de teatro musical inspirada en Los miserables), momentos de poderosa intensidad, como las páginas que Victor Hugo dedica a la descripción y el análisis de la batalla de Waterloo, y aquellas en las que despliega parte de su pensamiento político, un tratado de ética a partir de la Revolución de 1830, que en la actualidad no ha perdido vigencia:
"La Revolución de julio es el triunfo del derecho derrocando al hecho: una cosa llena de esplendor [...]. Lo propio del derecho es permanecer eternamente bello y puro. El hecho, aun el más necesario en apariencia, incluso el mejor aceptado por los contemporáneos, si sólo contiene poco o absolutamente nada de derecho, está destinado infaliblemente a devenir, con el paso del tiempo, deforme, inmundo, quizá monstruoso. Si se quiere conocer hasta qué grado de miseria puede llegar el hecho, mírese a Maquiavelo. Maquiavelo no es un mal genio ni un demonio, ni un escritor cobarde y miserable; no es más que el hecho. Y no es solo el hecho italiano, es el hecho europeo, el hecho del siglo XVI. [...]Esta lucha del derecho y del hecho existe desde el principio de las sociedades; terminar el duelo, amalgamar la idea pura con la realidad humana, hacer penetrar pacíficamente el derecho en el hecho y el hecho en el derecho, ése es el trabajo de los sabios".