Los límites del mundo, los límites del lenguaje
Los seres humanos pensamos muy diferentes unos de otros. Es más: ni sabemos si pensamos tan diferente. Lo que sucede es que no nos entendemos. Hablar es donarse al malentendido.
Hace 2.500 años, el sofista Gorgias sostuvo tres postulados sobre la comunicación humana que todavía suenan terribles, pero que durante más de dos milenios de filosofía nadie ha logrado refutar de manera tajante. Gorgias dijo: 1. Nada existe. 2. Si algo existiese, no lo podríamos comunicar. 3. Si lo comunicáramos, nadie lo entendería.
Es terrible saberlo y por eso tratamos de olvidarlo cada día. Los límites de mi mundo son los límites de mi lenguaje. Puede ser que haya mundo más allá de nuestro lenguaje (y que Gorgias esté equivocado), pero es imposible que se pueda saberlo, porque sólo sabemos en el lenguaje y por el lenguaje. Podemos creer en un mundo más allá del lenguaje (todas las religiones hacen eso) pero no tenemos forma de conocerlo. Como bien dijo Martin Heidegger: el lenguaje es la morada del Ser. No sólo en el lenguaje los seres humanos nos sentimos humanos, sino que en él radica lo humano en sí. Fuera del lenguaje somos meros animales. El gato o la araña no viven en el mundo: son habitantes del caos. En cada instante responden a estímulos disímiles que le exigen una respuesta. No hay mundo fuera del lenguaje, porque es el lenguaje el que produce mundo; es decir, sentido.
El perro es inmortal: no conoce la muerte; no conoce la angustia ni tampoco puede hacer proyectos de futuro. El perro, la araña o el gato no hablan. Viven sin lenguaje. Es decir, fuera del mundo; fuera del sentido. Los griegos fundaron la democracia, porque creían en el diálogo como el principal constructor del sentido del mundo. No sólo se necesita el lenguaje para hacer un mundo (es decir, darle al caos de "lo real" un sentido), sino que hay que comunicarlo (a pesar de lo que pensaba Gorgias sobre la imposibilidad de entendernos).
Sin diálogo, creía la sociedad griega clásica, no había sentido ni mundo. Pero en el diálogo se descubre la diferencia: pensamos distinto. Nuestro mundo no es el mismo que el mundo que sueña mi vecino. ¿Cómo convivir si nuestras creencias son tan disímiles (y, tal vez, ni nos entendamos)?
Justamente, dialogando. Sabiendo, al dialogar, que es posible que el otro no me entienda (ni que yo entienda al otro). Pero aceptando que es en ese terreno en el que ambos queremos vivir: queremos compartir (sin saber bien qué).
Cuando se rompe el diálogo. Cuando consideramos que el malentendido ya no crea sentido sino que crea caos. Cuando tratamos de someter al otro al sentido que nosotros admitimos (pero que el otro no admite). Cuando volvemos a la animalidad sin lenguaje es cuando todo diálogo se interrumpe y se destruye el mundo.
Porque deseamos comunicarnos es que, a pesar de todo, nos donamos al malentendido. Más allá de si logramos entender al otro o intentamos lograr que el otro nos entienda. El diálogo es un lazo amoroso, más allá de la comprensión. Es como un beso: no tiene sentido, pero le da sentido al absurdo de haber nacido.
El autor es crítico cultural. @rayovirtual
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