El erudito en su laberinto: Manguel elige sus rincones preferidos de la Biblioteca
El director hizo un recorrido por aquellos lugares, algunos públicos y otros secretos, que tienen para él un encanto especial; la sombra de Borges, entre máquinas y papeles
A menos de seis meses de asumir como director de la Biblioteca Nacional, Alberto Manguel se mueve por los pasillos del edificio diseñado por Clorindo Testa con comodidad: saluda a los empleados que se cruza en los ascensores, pide permiso para sacarse fotos en los espacios favoritos que eligió para esta producción y hasta bromea con las encargadas del archivo porque está todo muy ordenado. Ese sector, que congrega el material que ingresa por compras o por donaciones, recibió en los últimos meses gran cantidad de papeles de escritores; es un proyecto que Manguel puso en marcha y que lo llena de orgullo.
Ayer, después de una visita especial para editores por los rincones de la biblioteca inaccesibles para el público general, el director hizo de guía por la muestra Borges, el mismo, otro, que exhibe manuscritos del autor de Ficciones. Micrófono en mano, Manguel reveló historias detrás de cada pieza y alabó el trabajo de los curadores, Laura Rosato y Germán Álvarez. Contó también cómo fue que consiguió, casi por azar, el último manuscrito que se sumó a la muestra: el de La biblioteca de Babel, que estaba en poder de un coleccionista de San Pablo y lo prestó para la exhibición.
El vínculo de Manguel con Borges excede lo literario: lo conoció de adolescente, cuando visitaba el viejo edificio de la calle México para oficiar de lector. Por eso, entre los objetos y rincones de la biblioteca que descubrió al asumir la dirección y que seleccionó a pedido de LA NACION, se encuentra el escritorio circular que perteneció a Paul Groussac y que solía usar Borges cuando fue director.
"Hay ciertos muebles que estaban en la oficina del viejo edificio de la biblioteca, donde yo lo vi tantas veces, que ahora están en la Sala del Tesoro: el escritorio circular, que fue diseñado por una compañía francesa; el sillón, que es muy incómodo, y las bibliotecas giratorias que fueron inmortalizadas en las fotos de Sara Facio. Me emocionan mucho esos muebles porque lo vi a Borges sentado en ese escritorio y algunas veces fui a buscarlo a la antigua biblioteca para llevarlo a su casa, donde le leía, y después íbamos a cenar al hotel de enfrente, el Dorá. Quizá por superstición me gusta que esos muebles estén aquí porque son emblemáticos de la constante presencia de Borges."
En la adolescencia, cuando Manguel comenzó a trabajar en la librería Pigmalion, la dueña del local lo sentenció: "Todo lo que vas a hacer el primer año es pasar el plumero a los libros". Y así fue: "Así conocí dónde estaban los libros, qué portadas tenían".
Más tarde, ya convertido en un lector voraz, a la pasión por los libros se sumó cierta fascinación por las máquinas. Explica: "Tengo una debilidad literaria por las máquinas fantasiosas. Hay un cuento de Rodolfo Walsh donde una máquina puede determinar el bien y el mal. Hay máquinas extraordinarias inventadas por escritores y otras inventadas por ingenieros. Una es la máquina para limpiar libros. Es como esos aparatos que sirven para lavar los autos, pero en miniatura. Podría pasarme horas mirándola. Me fascina".
Ubicada en uno de los subsuelos, la máquina tiene unos plumeros que giran al pasar el libro. "Allí se hace el trabajo que podemos comparar con los órganos internos de un cuerpo, sin los cuales no puede funcionar. Un departamento muy importante es el de Conservación y Preservación, donde personal muy dedicado limpia los libros, plancha documentos, restaura obras."
Otra máquina que le fascina a Manguel es la que ayuda a leer a los ciegos. "Una sección muy importante de la biblioteca es la que ofrece servicios para personas no videntes. Hay una máquina que escanea el texto y lo traduce a voz. Hay otra que traduce al braille imágenes para que los ciegos puedan reconocerlas a través del tacto."
Entre el material de la Audioteca, Manguel rescata una grabación curiosa: el primer traductor del Ulises, de Joyce, al castellano, J. Salas Subirat, era vendedor de seguros y grabó para la compañía una serie de instrucciones para vendedores. "Me encanta que tengamos la voz de este hombre instruyendo cómo vender seguros y esa misma voz fue la que leyó el Ulises."
En ese sector comenzó ayer la visita para editores: Adriana Hidalgo, Daniel Divinsky, Alejandro Archain, Carlos Díaz, Juan Boido, Fernando Fagnani y Gloria Rodrigué, entre otros invitados, escucharon fascinados las historias detrás del material más curioso que posee la biblioteca.