Los inicios, el grito y el silencio de un artista zen
Eugenio Cuttica oficia de guía por la muestra que condensa cuarenta años de su producción y abre la temporada 2015 en el Bellas Artes
Una muestra de pintura para ver con los ojos cerrados. Ésa es la clave de la retrospectiva de Eugenio Cuttica que abrió ayer, con una multitudinaria inauguración, la temporada del Museo Nacional de Bellas Artes. "Dicen los maestros: quien mira hacia afuera duerme; quien mira hacia adentro despierta. Ése es el mensaje que quiero dejar con esta muestra", explica. La de Cuttica es pintura en estado meditativo, contemplativa y zen. "Conecta con el absoluto, lo sublime", dice el artista en una recorrida con LA NACION.
Curada por Pablo De Monte, La Mirada Interior abarca desde los 70 hasta la actualidad, y se organiza en tres núcleos: los inicios, el grito y el silencio. El ingreso es por un campo de trigo de quince metros de largo, de Luna y la abundancia. "Un búho simboliza el vuelo de la sabiduría. Un águila pampeana al pie de una niña devora una serpiente. Es la Argentina. El trigo es el alimento físico y espiritual -explica-. Es como si los argentinos estuviéramos sentados en un cofre de monedas de oro y sintiéramos que no tenemos para comer. Una controversia absurda." La obra es de líneas precisas y los trigos tienen tal definición que parecen pegados.
Le sigue un cuadro totalmente distinto. Cuttica cubre con espuma de poliuretano superficies monumentales y sobre esas espesas manchas de color traza figuras. Así es su trayectoria: gritos y silencios. Abstracción y figuración. Manchas y líneas. Se mantiene constante la afición del autor por las metáforas, mitos y etimologías, y una vocación mística por la pintura. Un estado de meditación permanente. "La pintura es un camino iniciático, donde se deja atrás una vida anestesiada para abrir los ojos: para saber quiénes somos. Es atravesar un espejo, un autoanálisis para encontrarse con uno mismo y volverse amigo", define.
En una vitrina se ven dibujos de sus 16 años. Entre ellos hay un cuadro de Fernando Fader que eligió del patrimonio del museo. "Pinta figurativo con el tratamiento de un cuadro abstracto. Yo rescato cinco centímetros cuadrados de Fader y lo amplifico a seis metros por tres", cuenta. Los 80 son una etapa expansiva. "Pinturas que surgen de las emociones. Genero un accidente a propósito para evitar el virtuosismo, porque considero que la habilidad no es arte, sino estar alerta a lo que sucede. Cuando las cosas se vuelven demasiado fáciles, se transforman en un arte frívolo."
Cuttica entiende sus obras como aquello que hace visible lo invisible. "Ése es mi aporte. Soy un vehículo de algo que me atraviesa y que tiene un poder sanador: el ser, la verdad... el arte sirve para eso. La belleza es un golpe en el pecho que hace recordar aquello tan importante que hemos olvidado." Practica la filosofía budista. Cabeza al pecho, ojos cerrados, así se autorretrata. El mismo gesto aparece en sus esculturas y domina la etapa del silencio, protagonizada por la figura humana, el trazo suave, los tonos sosegados, lo contrario de las superficies desbordantes y rugosas del grito. "La mente en blanco es el estadio previo a la zona creativa", explica.
También está la mirada atenta de las personas que toma de las calles de Buenos Aires y Nueva York, donde alterna sus días. "Están en una posición de frontalidad, y yo trato de pintar a la persona que está detrás de las máscaras, que son muy útiles y todos las usamos." Ha hecho cientos de esos retratos de almas en la serie Newyorkers o Los familiares de un segundo, con líneas precisas y un gran trabajo plástico por detrás.
A partir de los 90, la femineidad se vuelve central en su trabajo: "Las mujeres están mucho más cerca del pensamiento artístico e intuitivo. El poder femenino es mucho mayor que el masculino, porque es la redención que conquista, el amor incondicional que triunfa sobre la fuerza". Luna, una niña de presencia espectral y mirada atenta, se disuelve en paisajes florales o se planta ante toros o ballenas de pie sobre una silla. "Representa la inocencia perdida, identidad femenina en estado de pureza, sin máscaras, el inconsciente de la mujer. Está alerta, pero en reposo. La firmeza de su pose representa la fuerza que se necesita para sostener su propia delicadeza."
Los últimos tres cuadros son de 2015: "Acá se junta todo lo experimentado con lo olvidado a propósito, con lo que sabía de joven". En La seducción del abismo, un grupo de monjes se asoma al vacío. El siguiente cuadro, La mole, habla de lo que permanece para siempre, una gran roca que va a durar miles de años. "De un lado, la niña, espiritualidad verdadera. Del otro, monjes que le dan la espalda. Las religiones están dejando de lado la mística para dedicarse a cuestiones sociales y políticas. Esa carencia produce una adicción consumista. El arte es la conexión con lo divino", dice. El naufragio reúne a seres desamparados en una barca a la deriva.
Cuttica pinta con las manos, espátulas, esponjas y pinceles los fondos y después afina rasgos en los rostros. "De todas las disciplinas, la pintura es la menos mentirosa", dice. Pero es una videoinstalación la que lleva a experimentar en carne propia el tema. Dos mujeres proyectadas en la pared preguntan ¿sabe usted cuál es su máscara? El visitante puede lavarse la cara y escribir en un papel lo que cada uno piensa que usa de escudo (el poder, la belleza, el conocimiento, el dinero). Con esas confesiones anónimas se construirá un mural. Un ejercicio liberador.
Un creador con lista de espera
Eugenio Cuttica
Artista plástico
Edad: 58 años
- Tiene dos estudios: uno en Barracas, otro en Nueva York
- Estudió Arquitectura en la UBA, y Pintura y Escultura en la Escuela Nacional de Bellas Artes. Expone desde 1974. Fue asistente de Antonio Berni
- Sus obras cotizan varias decenas de miles de dólares y hay lista de espera para comprarle obra. Casi todo lo expuesto en el MNBA es de coleccionistas privados
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