"Los hombres desean obedecer a un jefe", dice Régis Debray
PARIS.– Hace tiempo que en nuestras sociedades igualitarias, horizontales y democráticas se considera que el jefe es una especie en vías de extinción. La realidad, sin embargo, parece demostrar lo contrario. "Aun en democracia existe en el hombre un deseo de jefe, un deseo arcaico que debe encarnarse en rituales, procedimientos y palabras que autorizan a alguien a dirigir a los demás", dijo a LA NACION el filósofo y escritor Régis Debray.
En una de las escasas entrevistas concedidas a un medio latinoamericano desde su aventura guerrillera en Cuba y en Bolivia, en los años 60, Debray aceptó reflexionar sobre esa figura controvertida "pero necesaria", sin la cual un grupo humano, cualquiera que sea, está "indefectiblemente condenado a la disolución".
A los 68 años, Debray divide su tiempo entre la escritura y la dirección de la revista Médium. Esa publicación trimestral es el órgano de difusión de una nueva disciplina, inventada por él, bautizada "mediología".
Irónico, provocador, admirado y detestado con igual intensidad por amigos y detractores, el antiguo compañero del Che Guevara, amigo de Fidel Castro y consejero de François Mitterrand sabe de qué habla cuando analiza las cualidades esenciales de un jefe. "Jefe es alguien capaz de transformar un montón de cosas dispersas en un todo coherente", resume.
-En las grandes democracias del siglo XXI, la gente tiende a pensar que ya no debería haber jefes. En uno de los últimos números de su revista, usted afirma que es todo lo contrario.
-En democracia se ha instaurado una suerte de hipocresía. La gente dice que el jefe no es bueno, que es algo superado, que hay que burlarse de él. Sin embargo, todavía hay jefes, e incluso los hay cada vez más.
-¿Por qué razón?
-Porque hay una constante que atraviesa la historia, que es lo político. En el fondo, lo político consiste en evitar lo peor. Y ¿qué es lo peor para un grupo humano? La desunión, el desmembramiento, la disolución. El jefe existe para lograr la unidad. Sea donde sea -en un equipo de fútbol, una empresa o un país-, el jefe es el que mantiene la cohesión o produce la unidad en el seno de una multitud.
-¿De qué manera lo consigue?
-Es curioso, pero eso pasa siempre por la palabra. El jefe es, siempre, un hombre de palabras. Una palabra que cristaliza, que dinamiza, que construye el rebaño. Me estoy refiriendo al rey pastor, que no es el único arquetipo.
-¿Cuáles son las características del rey pastor?
-Es el que muestra el camino. Moisés es el ejemplo perfecto. Es la versión semítica, arcaica, pero también fueron reyes pastores Mussolini y Hitler, pasando por Bonaparte.
-¿Y el otro modelo?
-Es el rey tejedor, el preferido de Platón. Su trabajo es conciliar a los audaces y a los conservadores. En toda sociedad están aquellos que quieren cambiar y aquellos que quieren conservar. El papel del jefe tejedor es armonizar la cadena y la trama, hacer compatible lo que en principio no lo es. Simbólicamente, el rey tejedor debe fabricar un abrigo que protegerá al grupo del frío, del desmembramiento, de la dispersión. Me estoy refiriendo a dos modelos fundamentales, pero muy actuales, de jefe.
-Usted afirma que en la sociedad actual hay un auténtico deseo de jefe.
-Eso puede entenderse en dos sentidos. Uno que es muy feo y que quiere decir sentir el deseo de ser jefe. Aunque, después de todo, ¿quién no tiene ese deseo? Pero también existe el deseo de tener un jefe. La gente desea tener un jefe cuando se siente amenazada por la disolución.
-Usted conoció numerosos tipos de jefe. Hábleme de algunos.
-Hay muchas modalidades de jefe. Hay un jefe distante, como De Gaulle o el Che Guevara. Esta aproximación le parecerá sorprendente, pero ambos eran personas que se mantenían a distancia con una cierta frialdad, con un cierto déficit voluntario de comunicación. Después está el jefe efusivo, el jefe de proximidad. Pienso, por ejemplo, en Fidel Castro.
-Sea un poco más explícito sobre el Che y Fidel.
-No. Creo que todo lo que tenía que decir sobre ellos lo dije en mi libro de memorias.
-¿Qué otras características debe tener un jefe?
-El jefe es el maître des horloges (el dueño del tiempo). No se deja imponer el tiempo: crea su ritmo. Crear el calendario es un privilegio del jefe. El jefe es amado por los suyos, pero él puede no amarlos. Es alguien que tiene el privilegio de no amar. Eso es lo que se llama la impasibilidad del jefe, hasta su indiferencia. Una vez le pregunté a François Mitterrand cuál era su secreto. Me contestó: "La indiferencia". Es hermoso, ¿no? Se trata de una cierta ecuanimidad, una cierta distancia con todo el mundo, mientras que todo el mundo debe estar cerca, debe sentirse cercano al jefe y sobre todo amado por él. El jefe es la persona capaz de cerrar los dientes y de tener suficiente confianza en sí mismo como para inspirar a los demás. El jefe tiene esa capacidad que a veces se llama la implacabilidad, que es muy fácil de admitir en la guerra. Es la razón por la cual las mejores reflexiones sobre los jefes vienen de gente que hizo la guerra. Pienso, sobre todo, en el historiador Marc Bloch. En un libro que se llama La extraña derrota , reflexiona sobre el jefe, sobre lo que es un verdadero jefe. Para Bloch, el jefe debe tener dominio de sí mismo y ser implacable.
-Pero Bloch se refiere sobre todo al jefe militar. ¿Qué país de Occidente necesita ese tipo de jefes excepto en el ámbito castrense?
-Es evidente que la guerra es el grupo en fusión. Es la efervescencia, la fiesta de la identidad; es una contracción, pero también una extraordinaria producción de altruismo, un gran derroche libidinal, como diría Freud, donde todos aman al jefe, se identifican con él, están dispuestos a sacrificarse por él. Efectivamente, la guerra es el espacio de lo sagrado. Pero a veces hay transferencia de sacralidad. Cuando ahora se hace una ceremonia a las puertas de Auschwitz, es posible recuperar aquellos sentimientos.
-¿El jefe no duda?
-No. Por eso es tan difícil para un intelectual ser jefe. Porque, por definición, un intelectual es aquel que duda siempre, que pone en tela de juicio sus ideas y sus opiniones.
-La figura de Sartre en ese sentido es ejemplar.
-Exactamente. Sartre rechaza la comedia del jefe, es decir, en el fondo, la comedia del padre. Sartre no quiso ser ni padre ni jefe.
-¿Y la revolución qué es? ¿Es el rechazo a tener jefes?
-El ideal revolucionario es la eficacia de la acción. Eso reclama una organización, con un partido, una vanguardia, un ejército y, en consecuencia, un jefe. Mi período revolucionario estuvo rodeado de jefes.
-¿Y la ambición de libertad?
-Esa es la tragedia: se hace la revolución para dejar de tener jefes y se termina con un superjefe. Eso fue también la Revolución Francesa, que quiso suprimir el Estado absolutista y terminó construyendo un superabsolutismo. Ese es el humor negro de la revolución. En todo caso, cuando una revolución no tiene jefe, no va demasiado lejos. Cuando tiene demasiados, se transforma rápidamente en dictadura o en restauración. Pero ¿quién dijo que la revolución no es una tragedia?
-¿Usted no desconfía de los jefes?
-Naturalmente. Sé que son necesarios, pero yo pido jefes condicionales y no incondicionales, es decir, jefes sometidos al único soberano, que es el pueblo.
-¿Es posible aprender a ser jefe?
-Hay un temperamento de jefe, una libido de jefe. Se lo tiene o no. De todos modos, hay numerosas escuelas de líderes en varios países. Los norteamericanos tienen esas escuelas, pero el jefe es el encuentro entre una personalidad y una coyuntura. Eso no se aprende.
-Un jefe debe cuidar su imagen...
-El jefe que se deja ver con demasiada frecuencia en remera, haciendo jogging , corre el riesgo de perder su autoridad. El rey tiene dos cuerpos: uno profano y uno sagrado. Uno simbólico, el de su imagen oficial, ese que permite construir el imaginario colectivo, una imagen magnificada, solemne, y el cuerpo físico. Cuando se muestra demasiado ese cuerpo físico, se revela el individuo. Y el individuo es como los otros.
-O sea que el jefe es mucho más que un individuo.
-El jefe es un colectivo individualizado, un colectivo sublimado. Es necesario que el jefe sea una sublimación. Es teatro, dirá usted. Sí, pero el teatro forma parte de la vida política.
-En la actualidad, hasta el principio de la autoridad parece superado. En nuestras sociedades, ¿lo que cuenta no son la influencia y las redes?
-Es verdad que hoy la palabra "jefe" es una palabra obscena. Cuando en Médium decidimos reflexionar sobre lo que es un jefe, quisimos terminar con ese tabú. El jefe existe: hay que saberlo para no caer en la mistificación del jefe.
-¿Es decir?
-Que de tanto rechazar el jefe, uno termina aceptando el primero que aparece. Es como con la sexualidad: es mejor hablar de ella para que no termine aplastándonos. Mejor hablar del jefe para prevenir lo peor, que es la mistificación del jefe, el culto de la personalidad y todas las manifestaciones extremistas de la autoridad.
-¿Qué es para usted la autoridad?
-La autoridad es moral es imaginaria, no reposa sobre la fuerza bruta. No es una cuestión de músculos ni de número. La autoridad es una cuestión de creencia o de conocimientos. El maestro tiene autoridad en una clase. Es necesario que la tenga, de lo contrario, se producirá un desorden y el pequeño cacique del curso terminará por tomar el poder. Eso no será bueno ni para los alumnos ni para el conocimiento. Creo que la autoridad es la protección contra el poder. Y no creo ser reaccionario diciendo esto. Porque tratar de que un petimetre no termine creyéndose el patrón es justamente la democracia.