Los hijos que traducen a sus padres
Bremen es una ciudad al norte de Alemania cuyo emblema es una escultura con un burro que tiene un perro montado que tiene un gato montado que tiene un gallo montado encima. Esta extraña pirámide de animales proviene del cuento de los hermanos Grimm: "Los músicos de Bremen". Un burro, un perro, un gato y un gallo huyen de sus casas: sus dueños han decidido sacrificarlos porque están viejos. En el camino, encuentran una choza para dormir ocupada por unos bandidos y deciden asustarlos subiéndose unos sobre otros para formar una figura monstruosa. Según dice la historia, los animales habían elegido como destino Bremen porque es una ciudad abierta a los extranjeros.
Pero los animales del cuento y yo no somos los únicos extranjeros que llegan hasta acá. Después de la entrada de Bulgaria en la Unión Europea, muchos búlgaros emigraron a Alemania. Bulgaria es un país devastado: desde el fin del comunismo hasta ahora, las sucesivas crisis económicas y políticas han hecho que dos de cada diez búlgaros vivan en el extranjero.
La mayor parte de los que llegaron a Bremen en los últimos años viven en barrios donde hay otros búlgaros, formando pequeñas comunidades aisladas del resto de la ciudad. Trabajan como obreros en fábricas, limpiando oficinas o casas o en la construcción; algunos siguen buscando trabajo. También hay algunos músicos de calle que tocan frente a la estatua de los animales: todos los días cientos de turistas van a tocar las patas delanteras del burro y piden un deseo.
Cuando una familia búlgara llega a Alemania, los primeros en entender el nuevo mundo son los niños. Aprenden el idioma en la escuela y, en pocos meses, se convierten en los traductores de los padres.
Los acompañan a la oficina de empleo, al médico, al banco. Emil, un niño de diez años, me contó que él acompaña a la madre para traducirle cuando tiene que tramitar el cobro del seguro de desempleo. Izel dice que él traduce las cartas que llegan del banco y así está al tanto de cuánto dinero hay en la cuenta o qué deudas tienen que pagar.
Yozer me contó que durante un año tuvo que acompañar a su madre al ginecólogo porque tenía un problema grave de salud. Me dijo: "Yo tengo que aprender rápido el idioma, porque si no a mi mamá la van a operar".
A los diez, once años, estos chicos cargan en sus espaldas grandes responsabilidades: la economía de la familia, la salud de sus padres. Son chicos que viven en dos países a la vez: uno dentro de casa y otro fuera, cada uno con diferente lengua, diferentes costumbres.
Y son ellos los doble agentes que cruzan de uno a otro mundo trasmitiendo las novedades, traduciendo, llevando y trayendo mensajes. Para ellos, la patria de sus padres es cada vez más lejana: una postal que se va poniendo vieja y perdiendo los colores poco a poco.
La autora es escritora, dramaturga y directora de teatro
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