Los forjadores del gusto moderno
Pasado mañana se inaugurará en el Museo Nacional de Arte Decorativo una muestra consagrada a la dama chilena Eugenia de Errázuriz (1860-1950) y al decorador francés Jean-Michel Frank (1895-1941). Ella, con una intuición genial, creó las reglas de la decoración contemporánea y las impuso en la alta sociedad. El fue su discípulo y cuando vino a la Argentina como refugiado, en 1940, aplicó esa estética a la creación del "estilo Bariloche". En 1941, partió para Nueva York detrás de un amor que terminó en tragedia
El encuentro de la chilena Eugenia Huici de Errázuriz y del francés Jean-Michel Frank a principios del siglo XX tuvo consecuencias notables en la vida cotidiana de hombres y mujeres para quienes aquellos dos nombres eran absolutamente desconocidos. Aún hoy millones de casas y de oficinas en todo el mundo responden a los cánones estéticos impuestos en la decoración de interiores por la aristocrática señora de Errázuriz y el atormentado Frank.
Los dos habían comprendido que el lujo supremo en la sociedad contemporánea era el espacio. ¿Acaso Hitler no desató la Segunda Guerra Mundial en busca del "espacio vital" indispensable para el pueblo alemán? Mucho antes de que esto sucediera, la intuición genial y el gusto exquisito de la señora de Errázuriz se habían ejercitado en la armonía de las proporciones.
La vigencia de ese concepto quedará demostrada sin duda la próxima semana, cuando se inaugure en el Museo Nacional de Arte Decorativo la exposición Eugenia de Errázuriz y Jean-Michel Frank. La creación de un estilo (curada por Mo Amelia Teitelbaum y Virginia Agote). Los dos amigos, como sugiere el lema de la muestra, fueron los creadores de una estética, basada en el despojamiento, que ha marcado profundamente la vida contemporánea. Curiosamente los dos tenían vínculos muy estrechos con familias tradicionales de la Argentina y muchos trabajos de Frank se encuentran en el país y dejaron una huella en hogares y en lugares públicos. Por ejemplo, lo que hoy se conoce como el "estilo Bariloche" fue una creación de Frank. ¿Pero quiénes eran esos dos personajes de personalidades tan disímiles y de gustos tan semejantes?
Eugenia Huici nació en La Calera, un pequeño pueblo de Chile, a unos cien kilómetros de Santiago, el 15 de septiembre de 1860. Pertenecía a una rica familia de origen vasco y fue educada en un colegio de monjas inglesas en Valparaíso. Después su familia dejó Chile y se instaló en Inglaterra, donde Eugenia continuó sus estudios. Era una joven de belleza excepcional. Cuando los Huici volvieron a Chile, en 1880, Eugenia se casó con José Tomás Errázuriz, un riquísimo diplomático y pintor aficionado. El matrimonio, que tenía gustos muy refinados, se fue a vivir a Europa, donde había una colonia de chilenos y argentinos que se habían hecho célebres, sobre todo, por sus fortunas.
La llegada de la hermosa señora de Errázuriz provocó un revuelo. Fue retratada por Sargent, por Jacques-Emile Blanche, por Helleu y por Giovanni Boldini, entre otros. Pero todos esos artistas, magníficos conocedores de su oficio, representaban en cierto modo el pasado. Más tarde la chilena posaría para Picasso. Desde muy temprano, Eugenia tuvo un gusto certero y de avanzada. No le gustaban las casas abarrotadas de bibelots, como estaba de moda durante la Belle Epoque. Quizá influida por su adolescencia pasada en escuelas de monjas, apreciaba más bien la pureza de las formas, la simplicidad, la nobleza de los materiales, el trabajo artesanal realizado a la perfección y, con un criterio muy moderno desde el punto de vista estético, pensaba que cualquier objeto podía convertirse en el centro de atención de un salón, siempre que la belleza de las formas y la materia lo permitieran. Por ejemplo, Cecil Beaton, el gran fotógrafo inglés, visitó una vez a la chilena y vio que ella (ya era una anciana) había puesto la regadera con que echaba agua a sus plantas, en un lugar muy visible de su sala de estar, por la belleza y el color de ese recipiente.
La señora de Errázuriz detestaba las molduras de las casas en los departamentos franceses. En cuanto se instalaba en un lugar, hacía sacar esos adornos innecesarios y empalagosos y pintaba las paredes de blanco.
Como Eugenia buscaba en todo lo esencial, muchas veces descubría que lo esencial era la geometría, la estructura sólida, el esqueleto que sostiene la carne. Esa fue una de las razones por las que Picasso la cautivó. Desde el primer momento, no tuvo ninguna dificultad en "entender" y disfrutar las distintas etapas del gran pintor español. En los cuadros y dibujos de Pablo no había nada superfluo. Madame Errázuriz, como la llamaban, amó el cubismo, pero comprendió que Picasso, para poder sobrevivir, necesitaba pintar otras cosas e impulsó el estilo neoclásico del maestro, más fácil de vender. Eugenia lo presentó entonces a sus amistades chilenas, argentinas y francesas, además de recomendarlo al marchand Rosenberg. Pronto Picasso se encontró con mucho dinero. Cuando se casó con la bailarina Olga Koklova, en 1918, Picasso fue a pasar su luna de miel a "La Mimoserie", la casa de la señora de Errázuriz en Biarritz.
Eugenia fue la primera en colgar de las paredes blancas, despojadas, de sus casas, cuadros cubistas de Picasso, y combinarlos con muebles Luis XV y Luis XVI. Había descubierto que, en el fondo, Picasso era un descendiente de los clásicos.
Cuando se trata de Eugenia, siempre se habla de su aporte revolucionario a la decoración de interiores y al mecenazgo que ejerció con artistas plásticos, pero también protegió a músicos eminentes como Stravinski, uno de sus grandes amigos, a poetas como Blaise Cendrars y a intérpretes como Arthur Rubinstein. Además, fue una de las principales clientas de dos innovadoras de la ropa femenina, Chanel y Schiaparelli. Chanel la hechizaba por el corte impecable de la ropa; Schiaparelli, por la audacia de los colores que utilizaba.
Cuenta Cecil Beaton en El espejo de la moda que, en una ocasión, la sobrina nieta de Eugenia, Patricia López Willshaw, una de las mujeres más ricas y elegantes de París, fue a visitar a su tía. Llevaba un vestido amarillo y un sombrero negro con un lazo, también amarillo. Eugenia le dijo: "Ese lazo amarillo es una equivocación. Deberías ir vestida de un solo color o de muchos colores, pero no utilizar nunca una repetición de colores. Puedes mezclar los colores, pero repetirlos es una grave falta".
Una de las admiradores y, en cierto sentido discípulas de Eugenia, fue Victoria Ocampo. La escritora argentina había impuesto en sus casas la misma atmósfera de despojamiento que reinaba en lo de Eugenia. En los cuartos de Villa Ocampo, la limpieza se convertía en un placer sensual porque se olía el perfume maravilloso de la cera mezclado con el de las flores, o en los baños, el de jabones exquisitos que invitaban a morderlos por sus formas y fragancias. Otro tanto ocurría en "La Mimoserie" de Errázuriz. Victoria dedicó uno de sus testimonios más conmovedores a la chilena que le había revelado lo mismo que ella amaba: esa especie de "higiene moral" (según las palabras de Jean-Michel Frank) que da luz, confort y color. O en palabras de Baudelaire, "lujo, calma y voluptuosidad".
Así como Eugenia se enorgullecía de haber comprado las sillas de hierro del Bois de Boulogne para su casa y de combinarlas con muebles firmados (cosa insólita en aquella época), Victoria estaba encantada con sus humildes, pero sólidas y confortables sillas de paja, "como las de Van Gogh", que tenía en su departamento de París.
Jean-Michel Frank decía que todo lo que sabía lo había aprendido de Eugenia. Ella le había enseñado a desterrar los bibelots de las mesas y a destacar tan sólo un objeto precioso o un cuadro en una pared. Le había revelado que amueblar una casa consiste en quitarle muebles, en despejar el espacio. El carácter depresivo y sombrío de Jean-Michel y su esnobismo exacerbado contrastaban con la luminosidad de Mme. Errázuriz.
Jean-Michel había nacido el 29 de febrero de 1895 en París. Los Frank tenían una posición desahogada. Eran judíos de origen alemán (estaban emparentados con la familia de Ana Frank). El padre del futuro decorador, Leon Frank, en realidad había nacido en Alemania. Quería integrarse en la sociedad francesa y solicitó la ciudadanía. Quizá para que se la concedieran hizo que sus dos hijos mayores, Oscar y Georges-Ottmar, se alistaran en el ejército y pelearan por Francia en la Primera Guerra Mundial. Los dos muchachos murieron en el frente y Leon, vencido por el dolor, se arrojó por una ventana y se mató. Esos hechos, naturalmente, contribuyeron a acentuar el temperamento melancólico de Jean-Michel. En 1920 murió su madre y, entonces, el joven heredó una pequeña fortuna que le permitió empezar a frecuentar la alta sociedad. Uno de los hechos fundamentales de su existencia fue la lectura de Proust. Descubrió en En busca del tiempo perdido que alguien había, por fin, expresado con palabras todo lo que él sentía y vivía: desde su esnobismo desorbitado hasta sus inquietudes metafísicas y sus emociones.
Jean-Michel invirtió parte del dinero heredado en un negocio de decoración de interiores y se asoció con Adolphe Chanaux. Pronto el local se convirtió en el lugar de reunión de la vanguardia y de la elite social de París. Jean-Michel Frank se hizo íntimo amigo de los vizcondes de Noailles, los que produjeron el film de Buñuel El perro andaluz. La vizcondesa, la célebre y fabulosamente rica Marie-Laure, le encargó la decoración de algunos salones de su deslumbrante hôtel particulier en la Place des Etats Unis. Jean-Michel cubrió las paredes de pergamino: una innovación que asombró al Tout-Paris y diseñó muebles de una simplicidad de línea maravillosa. Sin embargo, tuvo una discusión con Marie-Laure porque ella quería exhibir su magnífica colección de pinturas, en la que había cuadros de Goya y también de las firmas más prestigiosas del arte contemporáneo, como Picasso y Dalí, mientras que Jean-Michel, fiel a la estética de Eugenia, sólo quería poner uno o dos cuadros, o a lo sumo tres por habitación. Por supuesto, esa discusión le permitió al contradictorio decorador criticar a los aristócratas, algo que satisfacía sus inquietudes ideológicas. Porque, naturalmente, Jean-Michel también era precursor en política: antes de que existiera el radical chic o la gauche caviar, era, en los años 30, partidario de los comunistas, lo cual no le impedía ser el niño mimado de la alta sociedad internacional.
Jean-Michel tenía como colaboradores en sus proyectos de decoración a los artistas más destacados del momento: Picasso, Dalí, Christian Bérard, los hermanos Alberto y Diego Giacometti (que diseñaron para él una serie de lámparas de extraordinaria belleza). Más allá de esos grandes nombres, lo que asombraba a los clientes de Jean-Michel y al público era el tratamiento de los materiales. Por ejemplo, Frank hizo biombos laqueados de paja, que parecen realizados en metal dorado y facetado o preciosos esmaltes. Cada paja era colocada manualmente y dispuesta por su color y por su tamaño. Por momentos, se tiene la impresión de que esos biombos son de oro y de que salieron de los talleres de Fabergé, el proveedor de los zares. El barón Hoyningen-Huene, fotógrafo de Vogue, decía: "Frank hace que los materiales caros parezcan baratos y los baratos, caros". El cuero, trabajado por los artesanos de Hermes, era otro de los recursos que Frank utilizaba para tapizar sillas, sofás, escritorios, paredes.
Entre los clientes argentinos de Frank, se encontraban los Martínez de Hoz, los Errázuriz (la rama argentina), los Born, para quienes Jean-Michel decoró una casa en San Isidro, Adela "Tota" Atucha, marquesa de Cuevas de Vera, los Santamarina, los Acevedo, los Pirovano y los Elizalde. La afinidad entre Ignacio Pirovano y Jean-Michel Frank los llevó a abrir una casa de arquitectura y decoración en Buenos Aires. Ignacio y su esposa, Lía Elena Elizalde, se asociaron con Ricardo Pirovano y los arquitectos Mariano Moreno y José Tivoli. Así nació Comte S. A., empresa de Arquitectura Interior, Decoración Interior, Diseño y Producción de Amoblamientos. Se convirtió en la firma más afamada del país. Jean-Michel Frank enviaba sus colaboraciones desde París. Cuando Comte ganó en 1934 el concurso para decorar el futuro hotel Llao-Llao, Jean-Michel Frank diseñó los muebles, que debían realizarse en madera de la región tallada, como se hacía en la zona, con una pequeña hacha para lograr una textura ondulada y luego pulirla. Frank, que por entonces no conocía la Argentina, había inventado un estilo nacional.
Cuando estalló la guerra, Frank, auxiliado por sus amigos argentinos, sobre todo por Ignacio Pirovano, pudo escapar de Francia y en Lisboa se embarcó rumbo a la Argentina. Aquí, naturalmente, pasó a formar parte del círculo más exclusivo y cosmopolita de la sociedad porteña. Después de salir a la madrugada de casa de los Alvear o de los Pirovano, se iba por la mañana a los mataderos a elegir, entre los caballos que iban a matar, los que le interesaban por el color del pelaje. Había en ese ritual algo de excesivo refinamiento y de sádico placer.
El comunista Jean-Michel podía llegar a tener ocurrencias racistas en su afán de excelencia. Contaba la decoradora Celina Araúz de Pirovano que Frank había diseñado un cenicero muy particular. Era, en realidad, una pulsera de marfil, sobre la que se apoyaba un platillo de plata. Las pulseras las compraba en Africa, pero debían haber sido usadas por negras. Según Frank, el sudor de las negras le daba una coloración especial al marfil. De modo que las pulseras sudadas se convirtieron en una moda en los salones porteños.
A pesar de sus amistades argentinas, Frank se sentía aislado en Buenos Aires. Muchas de sus relaciones europeas habían buscado refugio en Nueva York. Se comentaba que, en verdad, extrañaba mucho a un joven, que había sido su amante en París. A principios de 1941 se embarcó rumbo a los Estados Unidos. Dijo que estaría ausente dos o tres meses. Cuando llegó a Nueva York se enteró de que su amigo lo había dejado por otra persona. Si Frank hubiera querido establecerse en Manhattan, seguramente habría tenido éxito. Pero estaba deprimido, sentía que debía empezar todo de nuevo y, además, los alemanes habían ocupado París y triunfaban en todos los frentes. Desesperado, se arrojó por una ventana, como lo había hecho su padre..Así terminó su vida.
Eugenia de Errázuriz, en cambio, siguió siendo una de las reinas secretas de París durante unos años más. Pero su enorme fortuna había desaparecido como consecuencia de la generosidad de la chilena. Cuando la anciana se dio cuenta de que su lucidez disminuía, no quiso ofrecer el espectáculo de su decadencia. En 1949 volvió a Chile. Infortunadamente un auto la atropelló y ella resultó gravemente herida. Con todo, se recuperó. Murió en 1950. Sobrevivió nueve años a su principal discípulo. Ahora los dos se reencuentran en Buenos Aires, en un museo, que fue la casa de los Errázuriz. El círculo del tiempo se cierra para rescatar el legado de dos amigos que, juntos, contribuyeron a forjar la estética del siglo XX.
Por Hugo Beccacece
De la Redacción de LA NACION