"Los escritores somos tremendos ególatras"
Célebre por el humor y la ironía que destila en su prosa, el autor británico habla sin tapujos de la competitividad y las envidias entre los novelistas. También, de la crisis de la religiosidad en tiempos posmodernos, tema que constituye la materia prima de muchos de sus libros. Una charla picante con un hombre serio
La tradición del good sport inglés no está limitada al deporte. Se trata de saber ganar con humildad pero, sobre todo, saber perder con humor y sin resentimiento en cualquier competencia de la vida. En el campo de la literatura, no podría existir muestra más perfecta de esto que David Lodge.
El célebre escritor británico, autor de las más deliciosas y a la vez profundas novelas sobre la vida universitaria, las crisis religiosas y el psicoanálisis (como las famosas Pequeño mundo , Pensamientos secretos , Intercambios y Noticias del paraíso ) publicó ¡El autor, el autor! , una biografía novelada sobre Henry James, justo el año en que otras cuatro salieron al mercado ("Algo que, de haber sido ficción y no realidad, solo podría haber ocurrido en un universo borgeano", señala). Una fuerte competencia mediática inmediatamente surgió entre los autores, en particular entre Lodge y el irlandés Colm Tóibín, con un resultado negativo para Lodge.
En vez de amargarse, Lodge hizo dos cosas. Primero, viajó a la Argentina como estrella de la Feria del Libro de 2004 ("Lo único que lamenté fue que Buenos Aires no estuviera aún más lejos de Londres, porque realmente quería escaparme de toda la controversia", confiesa hoy). Segundo, escribió un extraordinario libro de ensayos, The year of Henry James , donde contó su experiencia de perdedor poniendo al desnudo no solo la nueva industria editorial sino también los sentimientos más íntimos que puede tener un escritor respecto del mercado. Todo, por supuesto, relatado con una gran nobleza y reconociendo faltas propias de una manera conmovedora.
Pero, ¿por qué ponerse a revivir una experiencia dolorosa? "Alguien dijo que escribir consiste en convertir infelicidad en dinero -explica en una tarde soleada, en su casa en las afueras de la industrial ciudad de Birmingham, que, pese a su fama, Lodge siempre se negó a abandonar-. Para ponerlo de manera más filosófica, Graham Greene dijo que escribir es una especie de terapia, una manera de transformar experiencias negativas en algo positivo. Fue un gran alivio para mí escribir lo que pasó mientras tenía los detalles frescos, pero también pensé que era una historia tan extraordinaria y con tantas coincidencias, que pude superar mi decepción lo suficiente como para sentarme y ponerla sobre papel."
-¿No le dio temor o vergüenza mostrarse tan vulnerable ante sus lectores y críticos?
-Revisé el manuscrito de manera cuidadosa, tratando de evaluar cómo sería recibido y, en general, diría que fue recibido exactamente como yo quería: como un texto honesto y revelador que dice la verdad sobre el mundo literario, pero escrito con humor y sin rencor. Henry James, en particular, fue alguien que sufrió mucho por el éxito ajeno, y mi biografía sobre él se centra en ese aspecto de su personalidad, por lo cual esto me pareció una nueva capa de ironía en esta extraña mezcla de ficción y realidad que valía la pena explorar. Sentí, con lo que me pasó, que estaba reviviendo mi propia novela a la luz de la angustia de James por la recepción de sus libros.
-Que hayan salido cuatro novelas sobre Henry James en el espacio de unos meses resulta increíble. ¿Cómo lo explica?
-Era una coincidencia lista para ocurrir, porque la novela histórica se ha vuelto un género tan de moda en los últimos años que solo era cuestión de tiempo hasta que coincidieran libros sobre una misma figura. Pero que tantas novelas históricas hayan coincidido justamente en Henry James sí que es difícil de entender, porque no es que haya una curiosidad popular inagotable por su obra, es más bien una figura bastante restringida. Personalmente, a mí me atrajo la posibilidad de hacer algo distinto de mis novelas habituales, que siempre ocurren en momentos que viví. Como fui profesor de literatura, tenía un conocimiento del tema de James. Creo, además, que los escritores (y no el público lector necesariamente) nos sentimos atraídos hacia James porque era un escritor muy consciente de su oficio y sexualmente ambiguo; puede ser abordado desde ángulos muy distintos. Por ejemplo, a Tóibín le interesaba su homosexualidad reprimida; a Emma Tennant, lo que ella interpretaba como una misoginia, desde una visión feminista. A mí me interesaba James como escritor profesional que trata de cambiar su forma de expresión y de hacer fortuna en el teatro. Esto resonó en mí porque yo empecé a escribir para el teatro, el cine y la televisión en los años 90. Aunque tuve mejor suerte que James, pude sentirme identificado con los períodos de frustración, fracaso y decepción que él atravesó.
-¿No estará siendo demasiado duro consigo mismo? Muchos lectores encontraron su biografía de James atrapante y The Master, de Tóibín, si bien interesante, dura de terminar
-Tóibín ganó. Ninguno de los dos quiso esta competencia, la creó el destino, pero existió y Tóibín fue el vencedor. Puede ser que la posteridad determine que el mío era el mejor libro, quién sabe, y la posteridad es el único juicio que realmente importa. Pero en el corto plazo él tuvo en promedio mejores reseñas y estuvo nominado a más premios, inclusive el Booker, donde yo no fui finalista esta vez, lo cual ciertamente hirió mi vanidad. Ser escritor es una profesión muy competitiva por naturaleza, aunque los escritores sean amistosos entre sí.
-Usted explora en particular la envidia que sentía Henry James ante el éxito ajeno. ¿Cómo es la envidia entre escritores?
-Depende de qué se envidie. Si uno envidia el talento de otro escritor, eso es una emoción pura. Uno está reconociendo que el otro es mejor, se saca el sombrero, es una forma de admiración. Por eso yo creo que lo que uno realmente envidia no es el talento, sino la mejor suerte de los rivales. Henry James no pensaba que nadie pudiese escribir mejor que él, pero no aguantaba que otros fueran best sellers y él no pudiera llegar a multitudes. Obviamente, por la manera tan innovadora en la que escribía era imposible que jamás tuviese una gran audiencia. Pero él miraba alrededor y veía gente como Thomas Hardy, Rudyard Kipling y escritores ahora olvidados, como la señora Humphreys, vendiendo decenas de miles de copias y recibiendo loas de la crítica, y se sentía menospreciado. Eso, de todos modos, es un rasgo de casi todo escritor en todo momento. Somos tremendos ególatras, porque sin ese gigantesco amor propio, sería imposible tomarse la tremenda molestia de escribir.
-Usted es famoso porque tanto en sus novelas como en sus libros de ensayo siempre escribe de temas muy profundos pero de una manera muy accesible y divertida. ¿Es su objetivo?
-Lo que ocurre es que yo tengo la visión de la escritura como una forma de comunicación. Esto puede sonar como una obviedad, pero no lo es. Existen distintas teorías al respecto: algunos ven la escritura como una forma de expresar su personalidad o su propia fuerza, pero yo lo veo como una forma de comunicación; por eso, siempre tengo en mente el interés del lector. Eso quiere decir que a medida que voy escribiendo, voy pensando cómo será leer esas palabras. El resultado no es solo una cuestión de estilo sino también de estructura, porque hay tantas maneras de contar una historia (cronológicamente, desde distintos puntos de vista o con un solo narrador, etcétera...) que lo que uno elija tiene un efecto sobre el lector. Acepto agradecido su comentario porque, efectivamente, siempre trato de ser accesible sin ser simple y de dar a los lectores toda la información que necesitan para entender el trabajo. Por ejemplo, escribo mucho sobre catolicismo en un país de mayoría no católica, entonces tengo que ingeniármelas para llevar a los lectores toda la información que necesitan para entender el carácter católico, sin por eso ser aburrido.
-Pese a ser una minoría en la población, es considerable la cantidad de escritores británicos católicos que se han convertido en clásicos. ¿A qué lo atribuye?
-Creo que esos escritores continúan siendo leídos no por la religión en sí misma sino por lo que supieron hacer con su catolicismo, por la forma en que supieron explotar las ideas que subyacen a la teología y aplicarlas a preocupaciones humanas ordinarias y universales. Graham Greene es un caso particularmente interesante porque sus novelas están basadas en una teología que muy pocos católicos abrazan hoy, al menos los católicos inteligentes y educados. Está llena de promesas y milagros e interpretaciones literales del Paraíso, el Infierno y el Purgatorio. Greene mismo dejó de tener esa visión ortodoxa más adelante en la vida y se volvió muy escéptico y agnóstico, de la misma manera que me ocurrió a mí. Sin embargo, sus novelas tempranas, como El poder y la gloria o El fin de la aventura , hoy siguen atrapando lectores que no tienen ninguna simpatía por las ideas que hay detrás de los argumentos. No obstante, reconozco que ser criado como católico le da a la imaginación mucho trabajo por hacer
-¿Por ejemplo?
-Ocurre que el cristianismo en general, y el catolicismo en particular, tienen incorporada una narrativa muy elaborada que los hace interesantes. La vida es un peregrinaje en búsqueda de la salvación eterna, que puede tener distintos resultados según las visiones del pecado y la moralidad. La otra cultura que ha generado la ficción más maravillosa es el judaísmo, con el cual hay muchos puntos en común en temas como el sexo y la culpa, mucha tensión entre los principios masculinos y femeninos en la familia, donde la mujer es sociológicamente la oprimida, pero a menudo, psicológicamente, la figura dominante.
-El abandono de la fe ha sido un tema recurrente en sus últimos libros
-Sí, mis últimos trabajos de ficción se basan en ese elemento: católicos que han abandonado la fe, como la heroína de Pensamientos secretos , o que directamente han abandonado la Iglesia, como el sacerdote en Noticias del paraíso . Esto refleja un fenómeno cada vez más generalizado, el de la gente que fue criada dentro de una religión estricta con la cual luego rompió, pero con la que mantiene lazos residuales. Es una experiencia muy común hoy, cuando, paradójicamente, la religión se está volviendo un tema mucho más interesante y relevante que lo que fue por mucho tiempo, y con una enorme controversia al respecto, con el fundamentalismo por un lado y el ateísmo militante, inspirado en un neodarwinismo, por el otro
-¿Es esa la situación de las religiones hoy?
-Sí, parecería haber tres partidos. Por un lado están los fundamentalistas, sobre todo cristianos y musulmanes. Por el otro, los ateos militantes, que creen que la religión es lo que está causando todos los problemas del universo y que no hacen una distinción entre una religión culturalmente sana y una religión culturalmente peligrosa. Y en el medio quedamos los humanistas liberales, que nos manejamos con verdades provisionales e incertidumbres, y no queremos renunciar a toda nuestra tradición religiosa porque es tan rica cultural e históricamente, y porque es de donde venimos. Hay una línea de Yeats que a menudo cito en mis ensayos y novelas y que resume bien lo que está ocurriendo respecto a las religiones hoy: "A los mejores les faltan convicciones y a los peores les sobra apasionada intensidad".
-¿Seguirá explorando el tema religioso en próximos trabajos?
-Tengo una novela recién terminada que le acabo de entregar a mi editor, Deaf Sentence , en la cual vuelvo un poco al tema de la misma manera como lo había abordado en Pensamientos secretos . Creo que esa fue una novela que se adelantó un poquito a su tiempo al retratar al ateo militante y al conflictuado ex católico religioso. Tengo también una idea nueva para una novela histórica, pero tuve miedo de escribirla, a ver si me pasaba lo mismo que con Henry James. En cambio, quise escribir esta nueva historia basada en las memorias de mi padre mientras todavía estuvieran frescas. Pero no descarto volver a la novela histórica. Eso sí, cuando pase la moda.
adnLODGE
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