Los entrañables viajes de Magdalena por la vida
La última entrevista con la reconocida periodista ya tenía el sabor de una despedida; ese día, recordó algunas de las misiones más emblemáticas de su carrera
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Distinguida y con calle. Graciosa, pero implacable cuando la circunstancia lo ameritaba. Culta, sin necesidad de demostrarlo. Una voz característica que nos despertó durante décadas a varias generaciones de argentinos.
Era la “dueña” de las primeras mañanas radiales. La escuché durante mucho tiempo como cualquier oyente desde mi casa o en el auto. Pero tuve el inmenso privilegio de trabajar con ella varios años. Era admirable cómo frente a su mesa repleta de diarios, recortes y papelitos, mágicamente, ella procesaba todo ese desorden con una claridad envidiable ante el micrófono. Y siempre llevando adelante un mismo discurso: el del sentido común del ciudadano medio.
Cada vez que la luz roja resplandecía en el estudio, la que se encendía era Magdalena, gran jefa y compañera. Generaba un clima de trabajo muy agradable. Sin vanidades de gran figura, que lo era. Enorme. Y amorosa amiga, con la que compartí tantas cenas divertidas e interesantes, de este y del otro lado del Río de la Plata, con personajes increíbles, incluso con Víctor Hugo Morales, por supuesto antes de que la maldita grieta nos separara también a los periodistas en ridículos bandos enfrentados.
El último marzo, cuando el verano empezaba a retirarse, y empezaba la nueva temporada de mi programa Hablemos de otra cosa, en LN+, la visité con mi equipo en su casa de la calle Rodríguez Peña. Allí, en su jardín de planta baja, en el que tanto le gustaba estar y en el que a fin de año solía agasajar a sus equipos para brindar, dispusimos las cámaras, a la sombra de sus frondosos árboles.
Estaba especialmente contenta y se había preparado con gran dedicación. Tras las restricciones de la pandemia y algunos achaques, empezaba a florecer de vuelta su reconocida vitalidad.
Llenó una mesa con cantidad de fotos de distintas épocas, tapas de revistas, momentos felices en distintos estudios de radio y TV. Me llamó la atención un telegrama que tenía enmarcado en la pared y le pedí permiso para descolgarlo y verlo mejor. Lo exhibía como un trofeo: era la “ley de prescindibilidad” que le había aplicado el temible secretario de prensa y difusión del gobierno de Isabel Perón, José María Villone, mediante la cual despedía gente del Estado sin dar la menor explicación. Así, de la noche a la mañana, se quedó sin su trabajo al frente del noticiero de Canal 7, que conducía con Antonio Carrizo.
Magdalena nunca se victimizaba, aunque tuvo episodios peores, como la bala que le dejaron en la puerta de su casa o que sonara el teléfono a la madrugada y escuchara de vuelta alguna conversación que había tenido. Fue el precio de hacer periodismo durante la dictadura y no callarse, de decirle unas cuantas cosas en la cara al ministro del Interior de Videla, Albano Harguindeguy, junto a otras colegas como Mónica Cahen D’Anvers y Mónica Gutiérrez, en la Casa Rosada.
Hasta se animó a ser la primera en darle aire por su micrófono a Hebe de Bonafini en aquella época oscura. Por eso la enojó tanto que durante el primer kirchnerismo se la intentara demonizar por sus críticas, como si hubiese sido colaboracionista del régimen de facto.
Me planteé una estrategia para esa entrevista que no sabía, pero que intuía, que podría ser la última: que el leitmotiv recurrente y casi melancólico que atravesara toda la emisión fueran los viajes, de los tantos que tuvo en su vida. Por ejemplo, acompañando, muy chiquita todavía, a su padre cuando, después de ser canciller, fue embajador en la Europa convulsionada entre las dos guerras y en pleno ascenso del nazismo.
También hablamos de sus periplos profesionales, enviada por Cacho Fontana, primero para Radio Rivadavia, y después para Videoshow, por Canal 11, a cubrir todo tipo de eventos, de la pelea Monzón-Benvenuti a la tensa gira papal de Juan Pablo II a Polonia y la visita al campo de concentración de Auschwitz cuando todavía no había caído el Muro de Berlín.
"Ir a cubrir la visita de Juan Pablo II a los campos de concentración en Auschwitz sigue provocando en mí un impacto tremendo a pesar de haber pasado muchos años. Junto con mis colegas no podíamos creer lo que estábamos viendo."
Magdalena Ruiz Guiñazú
También repasamos sus adorados lugares junto al mar, en La Barra y en Mar del Plata, junto a sus nietos. Y no podía faltar la evocación de sus “microviajes” como movilera radial trajinando las calles de Buenos Aires en busca de las noticias de cada día.
Su exploración personal por el mundo de la literatura con sus libros de cuentos, relatos y hasta una novela fueron viajes que emprendió por su imaginación y sus recuerdos.
¿El viaje más incómodo? Sin duda, el que emprendió con Joaquín Morales Solá a la OEA, para denunciar los abusos contra la prensa, en 2013. Peor todavía, encontrarse a la vuelta, en su casa, con una fea y vengativa visita: la AFIP. Y el viaje más horroroso, claro, fue el que emprendió con otros miembros de la Conadep (Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas), de la que formó parte, a las entrañas de la Escuela de Mecánica de la Armada (hoy Espacio Memoria).
Dejé ex profeso para el final del programa la pregunta de si se imaginaba ese último viaje al más allá. Con cierta picardía prefirió irse por la tangente y me contestó que le hubiese gustado tomar una nave espacial para viajar a la Luna o a Marte, “pero con vuelta incluida”. Le hice notar que me estaba hablando de viajes al “más acá” y que mi pregunta apuntaba a si creía en otra vida. “Creo que sí –me respondió, aunque con alguna duda–, no sé si otra vida, pero sí que cada uno va a tener que rendir cuentas de su conducta y de sus pensamientos, porque hay pensamientos que no se expresan, pero que mueven una sociedad y que a veces la mueven para la desgracia”.
Aceptaba los designios del destino. “Las cosas tienen todas muy misteriosas razones para ocurrir, tanto las buenas como las malas”. Su filosofía de vida era, al mismo tiempo, simple y profunda.
"Creo que las cosas tienen una razón muy misteriosa, tanto las buenas como las malas, y hay que aceptarlas. Si no las aceptás, sufrís terriblemente tratando de manejar tu destino y eso es totalmente imposible."
Magdalena Ruiz Guiñazú
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