Los cien años de Patricia Highsmith, exploradora de la crueldad
Fue maestra de la novela negra y muchas de sus novelas fueron llevadas al cine
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Con las muñecas cansadas sobre en el apoyabrazos de cuero, el cigarrillo solo sostenido por sus gruesos labios, una pequeña mueca de orgullo, y las cejas alzadas en señal de aprobación, aseguraba en 1978 en una entrevista para la TV británica: “Sí, mis personajes son psicópatas. Diría que son incurables”. Hoy se celebra el centenario de Patricia Highsmith (1921-1995), mente maestra de la novela negra y exploradora de los estragos de la crueldad. Su biógrafa y editora, Joan Schenkar, recuerda a Highsmith desde París para LA NACION, y adelanta que trabaja contrarreloj para publicar los diarios de la escritora, aquellos cuadernos donde, obsesivamente, anotó durante 50 años sus ideas, sus viajes, sus romances y su vida cotidiana. También la TV británica prepara una serie basada en su saga sobre el seductor y sádico Tom Ripley.
“No era agradable. Raramente era amable. Y nadie que la hubiese conocido bien podría decir que era generosa.” Así comienza la brillante biografía autorizada de Patricia Highsmith (Circe, 2010; en inglés The Talented Miss Highsmith: The Secret Life and Serious Art of Patricia Highsmith), un trabajo que acercó a muchos lectores a las claves de la vida y obra de esta dama de la novela negra. “Creo que Pat Highsmith nació para ser mitificada. Y, por supuesto, se mitificó a sí misma, «actuando» y ocultando su verdadero carácter a través de la vestimenta y la actitud. Permitió que la idea de sí misma como una ermitaña aislada prevaleciera en la prensa (si era un ermitaño, era el ermitaño más social que jamás haya existido)”, asegura Schenkar.
“La cantidad de adaptaciones realizadas de sus novelas, la aceptación de los académicos, de los periodistas serios y de sus lectores de todas partes tienen un pasaporte para lo que he denominado «el territorio Highsmith»: la tierra alternativa creada por su imaginación”, explica Schenkar. Este espacio está habitado por personajes al límite, criaturas que dañan a los demás, un lugar donde la moral muchas veces se encuentra suspendida. Aquí hay un anfitrión llamado Tom Ripley, un psicópata (una evolución en términos narrativos y también de perversión de Bruno, de Extraños en el tren). Anagrama editó el año pasado esta saga en dos volúmenes Tom Ripley 1 y Tom Ripley 2. La autora ideó un amplio abanico de modos de asesinar y también motivos para hacerlo: resentimiento, venganza, recompensa, diversión, etc. Alain Delon (A pleno sol, 1960), Dennis Hopper (El amigo americano, 1977), Matt Damon (El talentoso señor Ripley, 1999), y John Malkovich (El juego de Ripley, 2002), y Barry Pepper (Mr. Ripley, el regreso, 2005). Además, Andrew Scott (el sacerdote de Fleabag) interpretará al seductor camaleón en una serie que se estrenará este año.
Highsmith nació el 19 de enero de 1921, en Texas. “Mi vida familiar fue un lío. Mi madre y mi padrastro [Stanley Highsmith, de quien tomó su apellido; a su padre biológico lo conoció cuando tenía 12 años] estaban constantemente peleando y nunca sabía bien dónde estaba, porque mi madre se mudaba con cada pelea”, intentaba explicar su escepticismo hacia una relación duradera y estable. La vida apacible, el american dream, resulta imposible en su literatura y siempre irrumpe un elemento perturbador en los escenarios más serenos, como en “Lo que trajo el gato” o en “El observador de caracoles”. La literatura se convirtió en su refugio y además de Fiodor Dostoievski y de Oscar Wilde, Karl Augustus Menninger, con La mente humana, oficiaron de escuela intelectual de esta autora prolífica.
Highsmith trabajó como guionista de comic para The Fighting Yank poco después de concluir sus estudios en Literatura Inglesa, a los 22 años. Su primera novela, Extraños en el tren (1950), fue llevada al cine por Alfred Hitchcock en 1951, con guion de Raymond Chandler. Pero, a pesar de este puntapié, no todo resultaba sencillo. Lograr un espacio en el mundo literario neoyorquino y mantenerse económicamente fue arduo. Tuvo todo tipo de trabajos, entre ellos, uno como dependienta de un gran almacén. Allí, en la vorágine previa a la Navidad, se inspiraría para El precio de la sal (1952), una novela que firma con el seudónimo, Claire Morgan, y que describe la pasión entre una dama de la alta sociedad y una joven con aspiraciones artísticas. No solo el tema era osado para la época, sino que además su final lo es. “Les dio [a los personajes] la posibilidad de una vida futura juntas, y eso fue algo increíblemente radical que hacer en 1950. Y todavía es radical hoy en muchas partes del mundo”, sostiene Schenkar. Varias décadas después, en una sociedad más evolucionada y menos homofóbica, pudo rebautizar la novela como Carol y firmarla con su verdadero nombre. Todd Haynes adaptó en 2016 esta historia para el cine, con Cate Blanchett y Rooney Mara.
En contra de la tesis sobre una literatura racional, Highsmith, según su biógrafa, tenía otro abordaje: “En sus novelas y en sus cuentos, escribió directamente desde sus sentimientos, y sus sentimientos siempre fueron ambivalentes. El amor a las mujeres fue su mayor inspiración. Dijo que no podría vivir sin mujeres, pero tampoco podría vivir con ellas por mucho tiempo. A pesar de (o quizás debido a) el hecho de que su madre era una de las primeras “chicas con una carrera” [ilustradora profesional], pensaba que las mujeres eran débiles y que no podían participar en la «acción» como los hombres”. Esta ambivalencia también se advierte en su vida personal. Recuerda Schenkar que Highsmith dijo: “Enamorarse se siente como si te dispararan en la cara”.
Relatos (Anagrama) contiene cinco libros de cuentos de Highsmith, publicados entre 1970 y 1981: Once, Pequeños cuentos misóginos, Crímenes bestiales, A merced del viento y La casa negra. El segundo volumen, un libro demoledor, por momentos insoportable, recoge relatos crueles, por ejemplo, como “Cuando la flota estuvo en Mobile”, que sigue de cerca los pasos de una mujer que busca escapar de una red de trata. Pequeños cuentos misóginos (1975) trasmite al lector una sensación de perturbación, de incomodidad feroz. Sin embargo, ¿puede considerarse a Highsmith feminista? Schenkar explica que si así considerásemos a la escritora, estaríamos “ampliando los límites de la definición política” de esta corriente. “Pocas escritoras de su generación se declararían alguna vez como escritoras «feministas». Es importante ver a Highsmith en su contexto histórico como una mezcla de rasgos de género incierto. Estaba obsesionada por la predicción que un adivino le hizo a su madre: “Tenés un niño... No, tenés una niña que está destinada a ser un niño”. Además, Pat no tenía los grilletes de un matrimonio opresivo del que deshacerse y, en cualquier caso, ella misma veía todo el amor como una cuestión de dominación y sumisión”.
Highsmith vivió entre Inglaterra, Francia y Suiza. “Sí, en cierto modo me aíslo”, confesaba en una entrevista. Luchó contra el alcoholismo y la anorexia y tuvo relaciones intermitentes con distintas mujeres con quienes se obsesionó. Su método para vivir, sobrevivir y escribir era el aislamiento, donde sus obsesiones, en cierto modo, cobraban un orden. “Estas obsesiones son la gloria absoluta de su trabajo. Hacen de su trabajo uno de los cuerpos más únicos de la literatura del siglo XX”, explica Schenkar. Si bien es cierto que realizó terapia hacia fines de los cuarenta, su biógrafa explica que el motivo no estaba vinculado con estas obsesiones. “Estaba tratando de convencerse a sí misma, de «normalizar» su sexualidad y de casarse con el novio con el que seguía teniendo dificultades para hacer el amor. Cuando su terapeuta quiso incluirla en un grupo de mujeres casadas que intentaban «deshacerse» de sus tendencias lesbianas, el único pensamiento de Pat fue: «Quizás seduciré a algunas de ellas». Y luego rompió su compromiso. Algunos sentimientos profundamente arraigados nunca pueden y nunca deben cambiarse. Y ese fue el último intento de Pat Highsmith de alterar su propia naturaleza”.
La gran dama de la novela negra cumple cien años y sigue más vigente que nunca. Sus criaturas siguen rondando los bajo fondos morales de nuestra naturaleza, comentiendo sus actos más crueles. “Quizá haya algo de violencia dentro de mí. No lo sé. Algunos dicen eso. Francamente no lo creo. Pero no tengo ganas de pegarle a nadie. No odio a nadie. Nunca lo hice”, decía Highsmith, encantadora como Ripley, casi frágil, quizá (o no) con una máscara.
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