Los "abrazos" en contra del odio de Alejandro Marmo, el escultor del Papa
Se los puede ver tanto en el Hospital de Clínicas como en Roma; el acuerdo de su taller con los Museos Vaticanos
El abrazo o la guerra. La opción surge de la propuesta artística y social del escultor del hierro de descarte, Alejandro Marmo, que desde el conurbano bonaerense llegó a Japón y a Europa. La simplicidad de la silueta de El abrazo, que su creador describe como "una especie de espejo posmoderno de El beso de Klimt", habla por sí sola de una necesidad individual (el afecto) y social (la unidad). De cuatro o dos metros de altura, en murales o empotrados en muros, hay abrazos de Marmo en espacios públicos, fachadas e interiores de hospitales, centros de convenciones y otras instituciones de Japón, Roma y la Argentina.
Cada "abrazo" se hace a través de una producción autogestionada, en la que intervienen vecinos o empleados de los lugares donde se emplazará y es el broche final de un taller artístico y social. Casi todos tienen una luz que se enciende al caer la oscuridad. "Cuando un abrazo te queda en la memoria te deja como un aura. La luz es esa aura", explica el artista. También emana esa "aura", cada atardecer, del mural ubicado a pocos metros de la Panamericana a la altura del kilómetro 61 (Pilar), sobre la terraza de la fundación Arte en las Fábricas, que conduce Marmo, proyecto que creó en los años 90, para rescatar el rezago industrial de las fábricas abandonadas y transformarlos en esculturas. Desde hace pocos meses Arte en las Fábricas es la única entidad con la que los Museos Vaticanos tiene un acuerdo de colaboración cultural. Fue el mismo papa Francisco que presentó en la Santa Sede a Marmo, a quien conoce desde hace casi una década y a quien alentó en otro proyecto que el artista llama "Simbología de la Iglesia que mira al sur" y por el cual se instalaron en varios puntos de la ciudad de Buenos Aires, antes de que Bergoglio llegase al Vaticano, esculturas en hierro de la Virgen, San Cayetano, Santo Cura Brochero, Padre Carlos Mugica y otros referentes de la religiosidad popular argentina. Pontífice y artista coinciden en proponer una experiencia de fe que transforme "lo despreciable que uno tiene adentro" y construya "el polo opuesto de la cultura del descarte sublimando la oscuridad en belleza".
Marmo es autor de los murales de Evita emplazados en 2011, durante el gobierno de Cristina Kirchner, en las fachadas del histórico edificio del ministerio de Acción Social de la Nación. Para el actual gobierno hizo, a pedido del presidente Mauricio Macri y con motivo de su visita al papa Francisco el año pasado, una escultura de 70 centímetros, símbolo, según Marmo, del diálogo interreligioso.
La potencia del miedo
El abrazo de Marmo hoy está en la fachada del Hospital de Clínicas, en el centro porteño, en el centro de convenciones Church Palace, en Roma; en espacios públicos de Pilar, Castelli, Tres de Febrero, San Martín, Merlo, Lomas de Zamora, en la provincia de Buenos Aires, y Concordia, en Entre Ríos, entre otros lugares.
Antes de presentar esta obra, Marmo era conocido por sus insectos gigantes, uno de los cuales se puede ver en la terraza del Centro Cultural Konex. En diálogo con LA NACION explica que El abrazo "no nació de un dibujito", sino de su búsqueda existencial.
Cuenta sin dar mucho detalle que en los años 90 él mismo transitó "una situación de descarte". En esa época, con unos veinte años, buscaba encontrar sentido a la "angustia crónica" que arrastraba de su hogar. Su madre, venida de Armenia, tenía un taller de zapatería a metros de la herrería de su esposo, italiano, ex veterano de la Segunda Guerra Mundial. Alejandro jugaba con lo que descartaban sus padres mientras construía un mundo imaginario. "Era la angustia genética que tienen los armenios inmigrantes, que tienen los italianos venidos de la guerra y que un chico del conurbano absorbe sin poder codificar", recuerda. Lo urgía identificar cuál sería su destino y poder integrarse a la sociedad, ser abrazado por ella. La tristeza, las dificultades económicas, algunas fobias y la ira -"estar fuera del sistema te genera odio"- no lo dejaban soñar. Hasta que su sensibilidad le abrió una puerta. Decidió enfrentar el pánico que le provocaban los insectos haciendo abejas y hormigas de hasta diez metros. Y lo superó, bastante.
Así descubrió "que el miedo, bien sublimado, es fuerza" y que podía vivir de su arte. Llegó a hacer un centenar de esos insectos gigantes y a ganar cierta fama. Una estética diferente que lo llevó a exponer en España, Italia, Austria, Japón, Grecia, República Dominicana, Ucrania, México, Uruguay, Chile y Brasil, entre otros países. Pero el prestigio le generaba dolor. "No soportaba el mundo del arte y empecé a valorar, como un capital valioso, a quien tiene amigos, familia".
Con gran desolación interior llegó, en 2008, a Japón para una muestra. Un día vio en la calle a una pareja que se abrazaba con mucho amor. "Y yo, que desde la nada había llegado a un lugar soñado, no tenía amor, me sentía vacío. En algo me estaba equivocando porque el prestigio no tenía nada que ver con la alegría del espíritu y sólo estaba construyendo más vacío. Estaba solo en el hotel y me salió una imagen (un abrazo) con un trazo rápido, casi con bronca, con odio? Me gustó; me calmó aunque yo no sabía ni podía abrazar, pero lo dibujaba". Aprendió entonces que "el odio bien transformado puede ser un abrazo" y que "esta vida no tiene otro sentido que buscar afecto".
Al poco tiempo presentó uno de esos primeros abrazos, en carbonilla sobre papel, en Viena, donde cursaba una beca. Ese fue el inicio de la serie de abrazos que en 2012 llego al hierro y, en 2015, ilustró la tapa del libro del Papa Mi idea del arte. Marmo percibió que lo que había expresado una experiencia íntima y personalísima era también canal de una necesidad de la época. Y se propuso priorizar este proyecto para intentar "achicar el odio a nivel social y entender que, o esto es una guerra o es un abrazo".