Los 150 años de Joaquín Torres García: el legado infinito de un uruguayo universal
El artista cambió la cartografía, desplazando el centro hacia la periferia, al invertir el mapa y hacer del Sur un Norte; pionero del Constructivismo universal, algunas de sus obras se exhiben en Buenos Aires en el Malba y en el Bellas Artes
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Un día como hoy, hace ciento cincuenta años, nació Joaquín Torres García, el uruguayo universal cuyo legado ha impregnado el arte latinoamericano. Cambió la cartografía, desplazando el centro hacia la periferia, al invertir el mapa y hacer del Sur un Norte. Es su obra trascendental, meditada, profunda y de alcances infinitos. Fue creada en 1943.
De padre catalán y madre uruguaya, Joaquín creció en el Montevideo de los barrios, hijo de un carpintero y comerciante de elementos náuticos. Fue la calle su espacio de libertad, en una ciudad que le quedaba chica. Siempre supo que el camino era la pintura y buscó ampliar el horizonte. Tenía diecisiete años cuando partió con toda la familia a Barcelona. Ingresó en la escuela de Bellas Artes y completó la formación con Josep Vinardell y en la Escola Municipal d’Arts i Oficis. Colaboró con Gaudí, el genio de la Casa Batlló, del Parque Güell y de la Sagrada Familia. Finalmente, se convirtió en el pintor oficial del Palau de la Generalitat, sede de la presidencia catalana.
Pero no sería la academia su lugar en el mundo. Torres elige una formación autodidacta, influida por la ola modernista y el noucentismo catalán, guardando para sí la nostalgia de la Arcadia mediterránea como un paraíso perdido. Sus primeras obras recrean la antigüedad clásica con flechazos modernos, definidos por su perseverancia en la estructura; cierta necesidad de fijar los espacios en una cuadrícula que será la simiente de los que vino después: el Constructivismo universal.
Ese será su legado al mundo y su compromiso con la Patria, en la creación de la Escuela del Sur. 2024 ha sido, es y será un año de festejos, que comenzaron en enero con la muestra del MACA, Museo Atchugarry en Manantiales, Punta del Este y siguen ahora con la muestra Torres García. Clásico, moderno, universal, en el museo que lleva su nombre.
En el Museo Nacional de Artes Visuales, el homenaje se llama El Universo como reto. El reconocimiento no le fue esquivo al oriental de los símbolos y los juguetes que le encantaban y usaba como terreno de experimentación.
Torres García fue reconocido internacionalmente con obras en los grandes museos, en Buenos Aires tiene un corpus importante en la colección de Malba, con la Composición universal en blanco y negro, sublime pintura que Eduardo F. Costantini compró en un remate neoyorquino a precio récord. Integra también la exquisita selección de arte rioplatense de María Luisa Bemberg, que ocupa una sala en el Museo Nacional de Bellas Artes. Fue decisiva la muestra organizada por Luis Pérez Oramas, curador entonces del MoMA, que se vio en Nueva York, en Madrid y en Málaga, exposición determinante de la legitimación definitiva del artista uruguayo.
Fue en 2016. Ya para entonces la obra de Torres García estaba muy alta en el parnaso del arte latinoamericano y cotizaba en las subastas internacionales con los muralistas mexicanos, con Botero, Soto, Reveron y Frida. Su abstracción sintética, la paleta baja y el uso de símbolos lo acercan a una imagen esencialmente americana, ligada al arte primitivo y a una mirada rioplatense.
En su largo periplo de cuatro décadas, Torres García ha visto el mundo. Forma parte de la generación que quiebra con el pasado para inventar algo nuevo, está Toulouse Lautrec, pero también Mondrian, Vantongerloo y esos jóvenes catalanes que pasan la noche entre copas en la barra del Quatre Gats, donde Picasso intercambia guantes y soledades con su gran amigo Casagenas.
Torres dedica un tiempo al arte público, recibe encargos para iglesias y casas particulares y pinta los murales para el Salón Jordi inspirados en la arcadia de la nostalgia. Pero algo se está gestando en su interior.
En 1917, en plena guerra mundial, su obra da un giro copernicano y aparece la ciudad, la gente, la calle, aquel espacio de libertad de su primera infancia al que suma letras números, grafismos, mojones de la propia ruta.
Integrado a la bohemia parisina, donde mandan las vanguardias, funda el grupo Cercle et carré (Circulo y cuadrado), casi una definición. Ya está inmerso en el espacio plástico constructivo, cuya definición se acelera en un viaje a Nueva York.
El paso siguiente es cumplir el sueño de regresar a Montevideo y volcar en un movimiento propio lo que ha visto, lo que ha aprendido de ese tiempo en tránsito. Estamos en 1934. Regresa a la Patria y alcanza de inmediato la categoría de maestro del Universalismo Constructivo.
“Aquí, en Uruguay, debería surgir una gran Escuela de Arte. Yo la llamo Escuela del Sur, porque en realidad nuestro norte es el Sur… A partir de ahora, ponemos el mapa al revés, para tener una idea bastante clara de nuestro posicionamiento, y no como lo querrían en el resto del mundo”.
Entonces, el uruguayo tenía 60 años, había vivido en Barcelona, París, Nueva York. En 1909, se casó con Manolita Piña, su mujer, compañera y sostén, que lo sobreviviría largamente. Murió con 111 años, en 1994. Tuvieron cuatro hijos Olimpia, Augusto, Ifigenia y Horacio, nombres clásicos, tan ligados a su Arcadia más íntima. Su repatriación coincide con la definición del legado: la Escuela del Sur, a partir del taller y de sus discípulos, aferrados a sus enseñanzas desde distintas derivas: Gurvich, Julio Aspuy, Augusto Torres, Manuel Pailós y Marta Morandi, entre otros.
Además de sus libros, que son la llave para entender su pensamiento, según lo probaron las curadoras Aimé Iglesias Lukin y Cecilia Rabossi en la luminosa muestra del Maca, Torres García profundiza y abunda en el enfoque teórico con publicaciones, conferencias y clases magistrales. Su acción pedagógica se nutre de la experiencia, como su obra se alimenta de la vida vibrante de las ciudades, especialmente de Nueva York donde crea los juguetes geniales (Artist Toy Makers) y profundiza su adhesión a la cuadrícula, memoria de los comienzos, donde los espacios albergan palabras, símbolos, números.
Queda en la memoria colectiva su mapa invertido, una genialidad, un salto hacia adelante que todavía hoy es revolucionario. Basta asociarlo con la 60′ Bienal de Venecia, primera vez dirigida por un latinoamericano bajo el lema “Extranjeros en todas partes”. Su inversión cartográfica es un punto de inflexión, un cambio de paradigma, una manera de mirar el mundo desde otro lugar. Ese mapa es un manifiesto visual, una bandera de la modernidad desplegada desde el Sur.
Dónde se pueden ver sus obras
Buenos Aires
-Colección Costantini, Malba: conserva siete obras realizadas entre 1917 y 1946. Además, del célebre cuadro Composición simétrica universal en blanco y negro, de 1931 (foto), en el acervo del museo figuran Escena callejera o Calle de París (1930) y Constructivo con calle y gran pez (1946), entre otros.
-Colección María Luisa Bemberg, Museo Nacional de Bellas Artes: atesora Composición (foto), de 1937; City Hall (N.Y.), de 1942; Catedral Constructiva, de 1931, que se exhibe en la Sala 27. Vanguardias rioplatenses 1920-1950. Colección María Luisa Bemberg, junto con Composición constructiva, de 1946; y Contraste, de 1931, exhibido en la Sala 26. Vanguardias rioplatenses, 1910-1925.
Montevideo
-El Universo como reto, Museo Nacional de Artes Visuales: la muestra se puede visitar hasta el 13 de octubre en las Salas 2, 5 y Jardín del MNAV.
-Torres García, Clásico, moderno, universal. Museo Joaquín Torres García. La muestra inaugura hoy y se despliega en cuatro pisos del museo ubicado en la Peatonal Sarandí 683, de la capital uruguaya.
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