Lorrie Moore: “Siento que el libro que estoy escribiendo es mi hogar”
Una novela que parece una ópera, la autoficción versus la invención, la revancha de Trump y tener un lugar en el mundo: de todo eso habla en esta entrevista una de las mejores escritoras estadounidenses de todos los tiempos
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“Todo el mundo debería tener en algún momento de su vida una gran historia de amor con un magnífico lunático”, escribe Lorrie Moore (Nueva York, 1957) en su última novela Si este no es mi hogar, no tengo un hogar (Seix Barral). Es mediodía en Madison, Wisconsin, y la autora se conecta a la cita por Zoom con LA NACION para hablar de literatura, del dolor, la cultura de la cancelación. El sol ingresa por una ventana lateral y en el fondo del salón, esmerilada, aparece una biblioteca de enormes dimensiones. Ella se ilumina e ilumina una conversación con su humor, su dulzura y también su mirada mordaz del mundo. Es aquí donde escribe y donde prepara sus clases de literatura una de las mejores escritoras estadounidenses de todos los tiempos, que fue aclamada en su viaje a la Argentina en 2019 para participar del Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires.
Aunque es considera una maestra del cuento —su antología de relatos Cuentos completos (Seix Barral) es un volumen de más de mil páginas— también ha escrito novelas, como la entrañable ¿Quién se hará cargo del hospital de ranas? (Eterna Cadencia) y Al pie de la escalera (Seix Barral). Tras años de escritura, en los que estuvo “ocupada en muchas otras cosas”, regresa con una novela sobre el reencuentro de Finn y Lily, quienes fueron pareja, se amaron, pero la precaria salud mental de ella los fue apartando, aunque no definitivamente. Moore escribe con humor, con inteligencia, con poesía: “Su recuerdo estaba en todas partes y en ninguna; una narradora omnisciente”. La autora también suma otra línea argumental, ubicada tras la guerra de Secesión, en una historia sobre la soledad, la locura y la furia.
-El protagonista de la novela, Finn, es un maestro. Enseña, como usted, claro, que él en un secundario y usted, en la universidad. ¿Ha perdido, como Finn, la fe en la educación?
-No en el sentido en el que Finn lo padece. Necesitaba crear un personaje escéptico con todo, incluso con cualquier historia oficial, para que cuando le dijeran que alguien que amaba había muerto, no lo creyera. Para mí enseñar ha ido cambiando con el tiempo, porque estoy envejeciendo y cada vez los alumnos son más jóvenes. Enseño literatura sobre el siglo XX y ellos saben muy poco sobre esta época; en cambio, saben mucho sobre el siglo XXI y yo no sé nada sobre este siglo. Así que intercambiamos ideas e información. Aprendo mucho de ellos.
-¿Qué autores enseña? ¿William Faulkner, a quien cita en el epígrafe de su novela? ¿Carson McCullers? ¿Alice Munro?
-No enseño ni a William Faulkner ni a Carson McCullers. Muy pocos profesores lo hacen en los Estados Unidos. Hay un dificultad: vienen de una era particular en los Estados Unidos, y son escritores sureños, y hay muchos jóvenes que no aceptan la traducción de su vocabulario.
-¿Por ejemplo, cuando utilizan en sus relatos y novelas el término nigger [hoy reemplazado, por ejemplo, por afroamericano]?
-Sí. Eso. Amo a Faulkner, pero no lo enseño. Sí enseño a Alice Munro, que creo estuvo muy influenciada por Faulkner, del mismo modo en el que lo estuvo Toni Morrison también. Yo estuve muy influenciada por McCullers. La he leído cuando era joven. El semestre pasado enseñé también a Edward P. Jones, que podría ser pensado, en cierto modo, como un escritor sureño, porque aparece el retrato de esta población, y creo que está al mismo nivel que Munro. En cierto modo, hay algo de Munro en él: un sentido de tiempo y de estructura y ambos están en unas especie de turf. El de Jones es el de la migración afroamericano del sur de los Estados Unidos hacia Washington en el último siglo.
-¿Cuándo escribió esta novela? Los eventos ocurren en 2016 mientras se llevaba a cabo la contienda electoral entre Donald Trump y Hillary Clinton.
-Es difícil decirlo con precisión porque la escribí durante algunos años, mientras estaba haciendo un montón de otras cosas. No diría que me tomó cinco sólidos años, pero sí muchos años. Esto es lo maravilloso de una novela: podés tenerla en tu cajón y mientras tanto ir haciendo otras cosas; es un mundo al que saltás cuando querés y salís de él. Un cuento corto es más difícil, no te perdona.
-En la novela aparece la victoria de Trump. ¿Pensó alguna vez que se postularía de nuevo como Presidente?
-En el libro escribo: “Nada en el mundo realmente terminaba”. Cuando escribí esta línea intuía que podría presentarse como candidato otra vez.
-Hay un soundtrack en su novela: Death Cab for Cutie, ópera, The Beatles, Bob Dylan. ¿Trabaja este concepto en su literatura? Me refiero a los versos y a la armonía de las canciones para acompañar la trama.
-No, pero debería [risas]. En realidad, el nombre de Death Cab for Cutie lo necesitaba para la trama. Y también necesitaba la mención a I Pagliacci. Ojalá los lectores la conozcan, pero si no la conocen, no ocurre nada. Es que simplemente amo la ópera y considero que esta novela es una ópera.
-Hay tragedia, comedia, pasión… pero, ¿por qué específicamente una ópera?
-Creo que hay confrontaciones emocionales, algunos personajes que tienen pequeños monólogos, como las arias.
-Mencionaba recién a Toni Morrison, y pienso en Beloved, una novela que, no diré por qué para no develar elementos de la trama de su libro, tiene puntos en común con aquello que hay más allá de la muerte. ¿Estamos conectados con el más allá?
-Es imposible decir qué ocurre después de la muerte. Pero en nuestros sueños o cuando pensamos en alguien, o incluso vemos el rostro de alguien que ha muerto en la multitud, creo que son momentos en los que podés sentir las presencias, sus voces. Mi hermana y yo constantemente sentimos la voz de nuestra madre en nuestras cabezas.
-En su literatura aparece a menudo el tema de la enfermedad, pero también la curación. ¿Qué encuentra en este universo?
-Francamente, nunca había advertido cuánto escribo sobre la enfermedad, pero cuando me detengo a pensar sí, veo que acudo a este tema. Creo que hay muchas historias importantes que contar dentro de estos temas, revelaciones de la personalidad. Hay algo particular que ocurre en la vida contemporánea y que puede ser brutal: las tecnologías son mejores, pero las enfermedades cambian todo el tiempo y los tratamientos también, por lo tanto siempre hay aquí historias para contar sobre el modo en el que las personas lidian con ellas. Hace quince años la Escuela de Medicina de Brown me quiso premiar por escribir sobre estos temas.
-Conozco personas que sufren o han sufrido enfermedades, leyeron sus narraciones y encontraron cierto alivio.
-Muchas gracias por decirlo. He experimentado la enfermedad, gente que conozco que estuvo muy enferma. Nunca quise que fuese un tema recurrente de mi obra.
-“Tengo muchas extrañezas de las que informarte”, dice un personaje. En esta novela incursiona en lo fantástico. ¿Cómo surgió este modo tan peculiar de construir un mundo, con dos planos en simultáneo?
-Trato de decirle a mis alumnos que sean libres, que no se pongan nerviosos ni que se encierren. Les digo que sean ellos mismos. Por momentos me encontraba chocando con paredes y barreras, pero decidí apartarlas para continuar.
-¿Considera que hay umbrales, algunos muy pequeños, hacia otra dimensión en nuestra existencia cotidiana? Quizá estoy apelando a concepciones de lo fantástico propias de América Latina.
-Qué gracioso. Conozco tantas personas de América Latina y de España, y entiendo a lo que te referís. Creo que el surrealismo, porque no me animo a hablar de realismo mágico, es parte de nuestra realidad. Nos encontramos con lo increíble permanentemente. En esta novela incluí un accidente de auto para que algunos lectores comprendieran lo que viene después como una especie de alucinación, pero también quería que se tomar en cuenta literalmente lo que viene después. Mi modelo es El mago de Oz: Dorothy se golpea la cabeza y después aparece en Oz. ¿Fue realmente a Oz? ¿Tuvo esta experiencia? Creo que nosotros queremos que haya viajado allí. En el fondo no hay diferencias porque la historia estaba allí para ser contada.
-Como lectora no quiero que la novela termine, porque si la novela termina... otra vez, develaría la trama. Construye una tensión emocional muy poderosa. ¿Qué le ocurre mientras escribe estas páginas tan tristes y poéticas?
-Quiero mucho a mis personajes, me importan mucho. He invertido mucho tiempo en ellos. Fue muy duro escribir el final de esta novela.
-También aparece la furia.
-Sí, la hay. Finn no entiende el suicidio de un ser querido. Me acuerdo cuando me enteré de que David Foster Wallace se había matado en septiembre de 2008: “¿Cómo es posible que haya hecho esto… Obama está por ser electro Presidente?”. Qué estúpido lo que dije. Así es cuán desconectados estamos del dolor y el sufrimiento del otro.
-¿Conoció a Foster Wallace?
-Lo vi un par de veces. No éramos amigos, pero sí hablábamos por teléfono de literatura. Su muerte para mí fue un shock.
-Vivimos un momento de ebullición en torno a la autoficción y las literaturas del yo. Si no me equivoco, usted no es muy adepta a esta corriente.
-La presencia del autor en los textos existe desde Don Quijote, pero eso no se llamaba autoficción. Creo que los más jóvenes que escriben autoficción —no sé muy bien de quién hablamos porque todos lo hacen de un modo diferente— deben sentirse asustados de la invención. En la actualidad existe un miedo de ingresar en una experiencia ajena, pero esa es nuestra tarea como escritores: imaginarnos la vida de alguien que no sea nosotros mismos.
-Habla de riesgos y de miedos. ¿Teme ser cancelada?
-Creo que he sido cancelada, pero la buena noticia es que eso no dura. Me metí en problemas por enseñar Junot Díaz, quien había sido cancelado. Esperé dos años y lo incorporé al programa. Quizá era demasiado pronto. He también escrito sobre el show de Sally Rooney [Normal People] y me metí en problemas en Twitter porque los millennial me decían: “No hables así de nosotros”. Pero yo tengo un hijo de esa edad…
-Y además el protagonista masculino es estudiante de literatura como sus alumnos.
-Exacto. No sé qué pasa en Argentina o en España, pero pareciera en Estados Unidos que la fuerza de la cultura de la cancelación comienza a disminuir.
-¿Cuál es su hogar? ¿Dónde está ubicado?
-Tengo una casa y un hijo en Madison. Tengo un trabajo y un departamento en Nashville [enseña en la Universidad de Vanderbilt] y tengo amigos y familia en Nueva York. Wisconsin fue durante mucho tiempo mi casa, pero hoy me siento en casa en muchos sitios y, al mismo tiempo, no siento que Madison, Nashville ni Nueva York lo sean. No tengo raíces. No conozco a nadie del pueblo donde me crie y no he vuelto a él.
-Construye hogares con su literatura. Sus lectores ingresan en sus páginas, en un territorio de Lorrie Moore, y hay una sensación de que nada puede ir mal, incluso aunque las cosas estén mal, siempre está la risa y una sensación de confort.
-Gracias, ese es el modo que siento cuando escribo. Siento que el libro que estoy escribiendo es mi hogar.
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