Lo que deja una estela
Es el rastro que queda en el agua o en el aire tras el paso de un cuerpo en movimiento
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Cooompro. Compro heladeras, lavarropas, camas, colchones, muebles viejos; compro bicicletas, baterías, calefones, cooompro. El chatarrero deja flotando su estela en el aire –tal vez influenciada por la Semana de Mayo, atiné a escribir “pregonero”, pero no–. Oírlo da la falsa sensación de estar en un suburbio, en otro tiempo, aunque nos sepamos perfectamente aquí y ahora, en plena ciudad, y esa chata con parlantes conviva en el siglo XXI con su evolución más voraz, el e-commerce.
Digo estela, rastro que deja tras de sí en el agua o en el aire un cuerpo en movimiento, y creo que es la palabra justa para referirme a una serie de experiencias recientes que me hacen pensar en los estados de la danza.
Estado gaseoso, por ejemplo, sería Vendo humo, que emplea la idea del vociferador aquel que compraaa. Es un unipersonal que Juan Onofri presenta en su sala Planta, en Parque Patricios, los sábados a la noche. El patio, la barra, el piano: vale la pena la excursión fuera de circuito. El subte H para a dos cuadras, en Inclán; a la vuelta, después de las once, pero antes del último tren, no habrá casi nadie en el vagón que no esté hablando de lo que vio, repitiendo algo parecido a un gag o manifestando cierto desconcierto por la veta autobiográfica en el viraje final. “Me hago uno con el humo, serpenteando la razón…”, alguien canta “Bocanada”, de Cerati, en el andén.
En la sala, el coreógrafo e intérprete parte de un formato de conferencia performática sobre un tema que pareciera ser de nicho, pero en su locuacidad convoca hasta al espectador menos enterado. El mundo de la producción independiente, la burocracia de los subsidios y la percepción ajena sobre el trabajo del bailarín se hacen eco en un panorama macroeconómico que, humor mediante, se percibe muy actual en el bolsillo de todos –tanto que dan ganas de tocárselos para confirmar que estén allí, que no se hayan esfumado también, los billetes que, a voluntad, se dejarán más tarde como pago de la entrada al espectáculo–.
El puntapié inicial del trabajo es bueno: una institución de fomento a las artes otorgó un dinero para hacer esta obra; con eso, pensaban comprar una gran máquina de humo, pero el tiempo que les tomó cobrar la plata en esta vieja y conocida Argentina inflacionaria hizo que alcanzara solo para dos pequeñas expendedoras que, sobre la mesa larga del conferencista, establecen un diálogo de gases. “Juan revela sus trucos de supervivencia”, es cierto, lo dice el programa de mano. Y cuando finalmente se quita el saco estampado con dólares –oficial, blue, soja, turista, Coldplay– y de punta en negro traspasa el mostrador y sale a brillar (a bailar), sorprende como a un niño la construcción de una serie de esculturas de humo. Dan ganas de que la relación que el cuerpo entabla con esas nubes –que también irán desvaneciéndose– se extienda más.
Unos días después, en el subsuelo del Centro de Experimentación del Teatro Colón, el ambiente es otro. Líquido. Alina Marinelli y sus compañeras de odisea acuática trasladan, desde un piletón hasta un cubo de hielo, que se derrite suspendido al ras del suelo, cada gota que constituye la materia de Hacer un pozo. Entre las palmas hechas cuenco, dentro de la boca o en los pliegues más inesperados, el agua encuentra sus recipientes. El tránsito es la coreografía, acuclillada, reiterativa. La resonancia aparece inmediata: antes, en esta suerte de saga que la creadora trabaja como derrotero de llevar y traer, el estado fue sólido. Cúmulos de piedras pesadas, 45 rocas de esas que hay que agarrar con toda la mano en garra o con las dos, protagonizaron La gravedad del encuentro, que se vio en la Biblioteca Parque de la Estación, durante el festival FIBA. Marinelli –entonces con otras reconocidas performers: Margarita Molfino, Bárbara Hang, Mariana Montepagano– volvían a poner el cuerpo, otra vez contenedor y sostén, frente a una fuerza que empuja y transforma.
Pensaba en los estados de la danza, que aun cuando baila poco, mueve mucho.
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