Lo nuevo de Michel Houellebecq: salió hoy en Francia la octava novela, que confirma su eterno pesimismo
Como siempre ocurre con el escritor francés más influyente del mundo, “Aniquilar” suscitó una seguidilla de elogios y críticas; en 700 páginas, conecta tres historias y anticipa el futuro de su país para 2026
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PARIS.– Prometida a un lanzamiento en tromba, Anéantir (que probablemente se traduzca en castellano como Aniquilar), la octava novela de Michel Houellebecq, salió a la venta hoy en Francia, después de haber suscitado una tonelada de comentarios y críticas, a veces elogiosas, otras acerbas. En esa larguísima ficción (736 páginas), el escritor francés más influyente del mundo anticipa los años 2026-27, donde “Francia declina”. Pero también compone un réquiem del hombre burgués y blanco contemporáneo.
“Algunos lunes al final de noviembre o principios de diciembre, sobre todo si uno es soltero, tiene la sensación de estar en el corredor de la muerte”, comienza el nuevo opus de Houellebecq, confirmando la persistencia de su eterno pesimismo.
Houellebecq no es el autor que más libros vende en su propio país, pero su editorial, Flammarion, apostó a una primera tirada de 300.000 ejemplares contra 400.000 en septiembre para el campeón nacional, Guillaume Musso. Sin embargo, prueba de su éxito internacional, las traducciones en italiano, alemán y griego debían aparecer entre ayer y el martes, mientras la inglesa esperará el segundo semestre del año, igual que la española, en agosto, editada por Anagrama.
El autor, que cultiva con perseverancia la imagen de depresivo reaccionario, se burló de ese éxito en la única entrevista concedida al diario Le Monde en vísperas de la publicación: “Escribo para obtener aplausos. No por el dinero, sino para ser amado y admirado”. Comparando su trabajo a la prostitución agregó: “Uno es feliz dando placer”.
En esa entrevista, el lector se entera de que había dos retratos en el escritorio en el que Houellebecq escribió su libro: una foto de Bruno Le Maire, actual ministro de Economía francés, y otra de Carrie-Anne Moss, la intérprete de Trinity en la saga Matrix. Ambas inspiraciones se encuentran en forma explícita en Anéantir y reflejan la gran distancia a la cual se asiste a lo largo de esas setecientas páginas que se presentan, al comienzo y brevemente, como una novela de espionaje, antes de derivar decididamente hacia su naturaleza houellebecquiana, oscilando entre la inspección acerada de lo íntimo y consideraciones generales sobre el estado de Francia y del mundo.
Anéantir son tres historias entrelazadas que se desarrollan durante un año, cuyo personaje principal se llama Paul Raison, un hombre cínico y solitario. Una de esas historias es la de Bruno Juge, ministro de Economía y Finanzas —copia fiel del actual responsable francés de esa cartera, Bruno Le Maire—, que se presenta a las elecciones presidenciales de 2027 como número dos de Benjamin Sarfati, estrella de un talk show. Ambos han sido designados por un presidente a punto de terminar su segundo mandato que, aunque no se lo nombra, es Emmanuel Macron.
Otra trama paralela comienza con el infarto cerebral que deja en coma al padre de Paul, un espía jubilado, y después en un estado de semiparálisis y dependencia en un pueblo de la región vinícola del Beaujolais, en el centro del país.
El tercer relato narra los atentados contra un buque de contenedores frente a la costa de la Coruña, un banco de esperma en Dinamarca y un barco con migrantes en las costas de Ibiza y Formentera.
Y es precisamente cuando el autor se sumerge en esas consideraciones que —sin sorpresa, en realidad— el aspecto Matrix de la novela aparece con más claridad. Porque, a lo largo de las páginas, marcadas de nostalgias vagamente monárquicas, una pregunta se impone: ¿en qué realidad vive Michel Houellebecq?
Probablemente en la misma que todos nosotros, una evidencia en la que finalmente reside el mayor interés de Anéantir. El punto de vista que expresa el autor de nuestra época y de su país es la de un hombre superado por un mundo que cambia y que se interroga a sí mismo. El problema es que —como siempre— suele hacerse menos preguntas que asestar constataciones venenosas, dejando a sus personajes sumergirse en destinos trágicos, que le parecen inevitables y causados por la sociedad actual, por los inventos del progreso, la pérdida de valores o la multiplicación de ideologías ultra específicas.
La definición de la realidad, al menos mediática, es bastante fiel, hasta erudita. Lo que molesta —o puede molestar— durante la lectura de esa novela de estilo sobrio, pero perfectamente fluido, es la amargura inalterable de su autor, de 65 años. Lo que él mismo llama varias veces “decadencia”, parece resumirse al fin de su mundo, de su especie, su etnia, su género y su clase, que están al centro de todo.
Houellebecq habla, en efecto, de un hombre blanco que envejece, allegado a los hombres de poder, intelectual desconectado de la realidad no mediática. En Anéantir, las diferencias de clase son tratadas con una sorprendente negligencia y la compasión casi exclusivamente reservada a los personajes burgueses, cuyo futuro parece no existir. En verdad, el libro es el réquiem de ese pasado. Un pasado reaccionario, aunque bien presente, vivo y que sigue votando. Ignorarlo sería absurdo e incluso inconsciente.
Pero más allá de sus deambulaciones críticas y después de dos novelas superficiales, Houellebecq recupera esta vez el nivel que lo caracterizó desde sus primeras obras. La mayoría de sus personajes —el principal sobre todo—, son realmente interesantes. Y las 200 páginas finales, más universales que las precedentes, son dignas y conmovedoras. Diez años después de El mapa y el territorio, que le valió el premio Goncourt, el escritor trata aquí nuevamente el tema de la muerte. Pero esta vez en forma mucho más realista y profunda. Son páginas fuertes, que perturban y no se olvidan.
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