
Lirismo y calidad sensorial
Buena antología de Juan Carlos Miraglia, Eduardo Stupía y Juan Pablo Fernández Bravo
Juan Carlos Miraglia (1900-1983) fue uno de los más notables pintores argentinos; sin embargo, hace cinco años que sólo se ven sus obras en alguna trastienda o en algún remate. Es una lástima. Una intensidad nostálgica de fuerte compromiso con la realidad circundante vibra en sus óleos figurativos y un fuerte sentimiento lírico en sus obras de carácter no representativo. Su actividad estuvo ligada con la pléyade de su momento, cuyo acervo contribuyó a enriquecer. De ahí, la importancia que tiene la exposición de treinta y siete pinturas, entre las que hay figuras, paisajes, naturalezas muertas y obras no figurativas. La antología va desde 1930 hasta 1981.
La selección muestra cómo se enhebran tan diferentes momentos gradualmente. Más allá de alguna interpolación circunstancial, es posible seguir el camino de su pensamiento. Son densas las obras, no sólo por la manera de aplicar la materia, sino también por el modo en que revelan el proceso gradual que lo condujo a la abstracción más absoluta. Tal experiencia consolidó las fuerzas de su espíritu, porque lo indujo a buscar dentro de sí estímulos análogos a los que podía proporcionarle el entorno. Salvo en las formas, que ya no se reconocían, su modo de pintar no cambió. Esencialmente construía y aplicaba el color y la materia de la misma manera. Tal vez por eso, volvió fortalecido a la figuración. Desde Campanario de Calvera (1932), hasta Imagen gris (1961) hay un camino que va de la transposición figurativa del tema a la imaginación liberadora del expresionismo abstracto. En suma, modificó la apariencia, pero no alteró la intensidad comunicativa ni la médula italiana que influyó decididamente en el tenor estilístico de toda su producción.
La pintura de Miraglia está hecha de sensaciones. Hubo un tiempo en el que la dedicó a la zona sur, sobre todo, a La Boca. Pero al mediar los años cincuenta dejó momentáneamente el tema para iniciar una figuración cuya estructura geométrica indicaba la incidencia del cubismo, tal vez por influencia de Pettoruti, con quien tuvo una amistosa vinculación. De ese período dan buenos ejemplos Figura (1955), Frutera (1954) y Composición (1957). Posteriormente, empezó la etapa en la que alternó la representación con el informalismo para retornar finalmente al paisaje y a la figura de un modo más suelto y distendido. La sensibilidad preside esas representaciones que el conocimiento del oficio le permitió transcribir de una manera abstractizante. Su objeto entonces consistió en suprimir lo accesorio con el fin de responder sólo a la organización interna de los cuadros.
Una observación más: alguna de las obras tiene además de mérito artístico, como Figura en rojo (1953) o Autorretrato (1971), un superávit documental y, en algún caso, decididamente histórico. En ese sentido, es posible nombrar El viejo hotel (1961) o Caserón de extramuros (1944) y La antigua jabonería Vieytes (1953).
Miraglia nació en Azul; pero después de un viaje familiar a Italia se afincó en Bahía Blanca, donde buscó el consejo del decorador Juan Ferrari; en Buenos Aires asistió a los cursos de la Academia de Bellas Artes y trabajó con Atilio Malinverno.
Fue escenógrafo del Teatro Colón durante veinticinco años.
(Hasta el 28 del actual. En la galería Arroyo, Arroyo 830.)
Paisajes
Tinta, lápiz, pastel, aguada, esmalte sintético, todo le sirve a Eduardo Stupía para realizar sus "paisajes", aunque, en realidad, las obras poco tienen que ver con lo que esa denominación define convencionalmente. Se trata de trabajos sobre papel que la variedad de materiales empleados no aleja del blanco, el negro y los grises intermedios. Son piezas de corte informal que responden subjetivamente a los motivos que tratan, de modo que el reconocimiento del tema depende más de la capacidad o la intención interpretativa del observador que de relacionar las formas con la fuente de inspiración. Todos los trabajos provienen de combinar rasgos circunstanciales, que fijan lo tornadizo. Lo espontáneo, lo circunstancial, lo automático, reflejan el estado anímico como punto de partida de una visión en la que prevalece lo emocional y lo intuitivo.
Entre muchas otras distinciones, el año pasado, Stupía obtuvo el primer premio del Salón Municipal Manuel Belgrano. (Hasta el 30 del actual. En Del Infinito Arte, avenida Quintana 325, PB.)
Zona portuaria
La exposición de Juan Pablo Fernández Bravo (1965) evoca a su modo la tradición de los pintores de La Boca que se acercaron a la pintura metafísica. La filiación hispana de su apellido no impide reconocer la herencia de las corrientes italianas que influyeron en Cúnsolo, Pacenza, March o Lacámera. Como ellos, crea una sensación nostálgica de tranquilidad y de silencio que evita el efectismo pintoresco. Su pintura es serena y equilibrada. Construye con firmeza las formas, que salvo en un par de grandes trabajos en blanco y negro, llega al plano por las grandes masas de una paleta neutralizada. Nada es contingente en esa pintura algo hierática.
Entre los trabajos mayores, se destaca, en parte por su gran tamaño, el óleo Grúa . Hay firmeza en su construcción, mesura de su ritmo y convicción en su factura. La materia enriquece parejamente las superficies sin perjuicio de que ciertas partes se destaquen por la variación casi táctil de las texturas y la afirmación de colores que levantan la tonalidad más que otros cuadros. (Hasta el 20 del actual. En Palatina, Arroyo 821.)