Liliana Colanzi: “¿Por qué escribo cuentos? Es como preguntarle a un músico por qué toca el piano y no la flauta”
La escritora boliviana ganó el premio Ribera del Duero con su libro “Ustedes brillan en lo oscuro”; la literatura latinoamericana, sus clases en los Estados Unidos, la política de Evo Morales, la edición independiente y otros temas en esta entrevista
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MADRID.- ¿Se puede ser una de las figuras más destacadas de las letras actuales en español con apenas 40 años, viniendo de una tradición tan poco atendida como la boliviana, cultivando exclusivamente un género comercialmente menor como el cuento y sin haber publicado en uno de los grandes grupos editoriales de Madrid, Barcelona o Ciudad de México?
Se puede. Porque ese es el perfil de Liliana Colanzi, que este jueves se ha alzado con el Premio Ribera del Duero con su libro de relatos Ustedes brillan en lo oscuro, que Páginas de Espuma publicará el mes próximo. Dotado con 25.000 euros y con un jurado presidido por Rosa Montero, del que también formaban parte los escritores Marta Sanz y Cristian Crusat, el galardón llega a su séptima edición convertido en referente para la narrativa breve. Al nombre de ganadores anteriores como Guadalupe Nettel, Samanta Schweblin o Marcos Giralt Torrente, habría que añadir los de finalistas como Javier Tomeo, Ricardo Menéndez Salmón, Mónica Ojeda, Eloy Tizón, Patricio Pron, Alberto Olmos, Jesús Ferrero, Elvira Navarro o Cristina Peri Rossi, último premio Cervantes. A ellos se les sumaron este año el cubano Pedro Juan Gutiérrez, la chilena María José Navia, la mexicana Laura Baeza y la argentina Marina Closs.
Hija de una boliviana de la región amazónica del Beni y de un italiano de los Abruzos, Liliana Colanzi, que este domingo cumple 41 años, nació en Santa Cruz (Bolivia) y enseña literatura en la Universidad de Cornell (Estados Unidos). Recién llegada de Ithaca y aún bajo los efectos del desfase horario, en la sede de la editorial responde por enésima vez a la pregunta sobre su defensa del cuento como género: “Es como preguntarle a un músico por qué el piano y no la flauta. Es mi vehículo de expresión. Pero no tiene nada que ver con la comodidad. Siempre me resulta difícil. Este libro lo empecé en 2017. Hay escritores a los que les gusta saber hacia dónde se dirigen, saben incluso el final. Yo lo voy descubriendo a media que escribo. Eso es lo que me atrae de la escritura: descubrir aquello que no sabía que sé”.
En 2010, con 29 años, Colanzi irrumpió en la narrativa latinoamericana con Vacaciones permanentes, un conjunto de relatos que abordaba a sangre y fuego dos brechas muy concretas: la social (entre ricos y pobres) y la generacional (entre padres burgueses e hijos adolescentes). Descarnadamente urbano, realista y sucio ―o sea, más cerca de McOndo que de Macondo―, aquel libro llamó pronto la atención sobre su nombre, que terminaría en selecciones tan influyentes como Ochenteros, de la FIL de Guadalajara (México), o Bogotá 39. Fue, no obstante, Nuestro mundo muerto (2016), con guiños novedosos a lo rural y a lo sobrenatural, el título que la consagró como referente del cambio de paradigma generacional. En la larga resaca del boom, muchos escritores volcaron su imaginación en las ciudades para huir del realismo mágico, convertido en un exitoso pero asfixiante manierismo. Con menos prejuicios que sus predecesores, toda una generación de autoras volvió de nuevo la mirada hacia la fantasía, alimentada esta vez por la subcultura pop, los videojuegos y la ciencia ficción.
Dos frases resumen bien el universo de Colanzi. Por un lado, el título del curso que imparte en Cornell: “Cíborgs, animales y monstruos”. Por otro, el lema de Dum Dum, la pequeña editorial —dos títulos al año, tiradas de 500 ejemplares―que fundó hace un lustro: “Un pie en la selva y otro en Marte”.
“Me fascina el paso del tiempo”, explica. “Y me interesa imaginarlo en una escala superior a la vida humana. Nuestro paso por el mundo es muy corto en comparación con la historia geológica. El planeta ha estado ahí antes que nosotros y seguirá después. Eso es lo fascinante de la literatura: tratar de imaginar lo que nos supera”. Por eso uno de los cuentos de Ustedes brillan en lo oscuro no está protagonizado por hombres o mujeres, sino por una cueva por la que van pasando diferentes criaturas a través de los siglos. “Ese es el reto de la ficción”, insiste Colanzi, “descentrar lo humano, asumir que no somos el centro sino un parpadeo en el universo. Me gustaría que mi próximo libro tratara del reino vegetal, que me fascina por lo enigmático y complejo que es. La literatura es la posibilidad de explorar aquello que nos resulta más ajeno y misterioso. Ese es el desafío: extender la mirada más allá de lo humano”.
Con todo, la obra de la autora boliviana está siempre anclada en lo real ―y hasta en lo político y social― sin caer en el costumbrismo: “Me interesa desfamiliarizar lo real llevándolo al plano del horror o del fantástico sin salir del realismo, como hace la cultura popular. Por otro lado, la ciencia, tan pegada a la realidad, a veces parece ficción pura”. Se refiere a otro de los temas recurrentes en el libro recién premiado: la energía nuclear y su convivencia con tradiciones ancestrales: “Entrar en contacto con desechos radiactivos es como entrar en contacto con lo sobrenatural. Una fuerza invisible capaz de producir cambios terribles”.
La vuelta a la selva tuvo para Colanzi mucho de vuelta a los orígenes. Su madre procede de Riberalta, un enclave marcado por los “procesos extractivos traumáticos” del caucho y la castaña. Un cuento como “La deuda” transcurre, de hecho, en un lugar inspirado en Cachuela Esperanza, una ciudad amazónica próxima a la frontera brasileña en la que la maleza se ha tragado las ruinas modernas: “Tuvo el primer cinematógrafo de Bolivia y el primer hospital con rayos X. Lo visitaban los millonarios de Brasil. El caucho atrajo aventureros de todo el mundo. Ese esplendor, basado en la explotación de muchos pueblos indígenas, fue corto. Y generó riquezas que no quedaron en el lugar”. ¿Cambió algo con la llegada de Evo Morales al poder? “Ahora hay un orgullo por nombrarse indígena que no existía. Eso ha sido algo histórico, fundamental para cambiar la cara del país, pero habría que pensar la economía sin que implique depredar el Amazonas. Porque el modelo boliviano actual es un modelo extractivista, en alianza con el agronegocio y los intereses corporativos: los bosques de Bolivia arden cada año de manera descontrolada desde 2019, y esta situación es consecuencia directa de la expansión de la frontera agrícola, que amenaza no solo la vida de animales y plantas sino también la de pueblos indígenas que han vivido por mucho tiempo en estos bosques. Hay una contradicción muy fuerte entre el discurso pachamamista del MAS [Movimiento Al Socialismo] y su alianza con sectores responsables de la depredación”.
Aprovechando que está en Madrid y siguiendo con el capítulo de preguntas que denomina “difíciles”, surge una de las cuestiones de moda desde que la sacó a la palestra el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador: ¿Debe España pedir perdón por la colonización de América? “No me interesa si se queda en un gesto retórico, vacío. Solo si hay una verdadera discusión sobre el genocidio, el saqueo y las condiciones de esclavitud producto de la colonización, que dejó heridas que están muy vivas. Además, es importante que esa discusión esté acompañada de una reflexión sobre el trato que se da en España a migrantes de esas mismas excolonias”.
La política, el feminismo y la justicia social atraviesan la obra de Colanzi como lo hace el realismo: sin subrayados. “Mis cuentos son un reflejo de las cosas que me interesan y de mis ideas políticas”, dice. “Lo que no me interesa es que mis personajes piensen o hablen como yo. Prefiero verlos en sus contradicciones, que trato de entender. No me interesan los mensajes didácticos o fáciles de leer”.
Cuando Nuestro mundo muerto se publicó en México, Colanzi respondió a un cuestionario de este periódico que termina con la pregunta “¿A quién le daría el próximo premio Cervantes?”. Su respuesta: “No sé ni a quién se lo dieron la última vez”. Al recordarlo ahora se ríe y se disculpa: “Es que soy muy despistada”. ¿Sabe quién lo ha ganado este año? “Tampoco”. A su “despiste” ―todo un síntoma del interés de los jóvenes por los viejos mecanismos de consagración— la cuentista añade su trabajo en la universidad, que le permite evadirse de la actualidad para centrarse en autoras del pasado cuyo rescate está revolucionando el canon.
“Las escritoras no han sido olvidadas, que es algo inconsciente, sino silenciadas, que es algo premeditado”, afirma. “Y algo activo, no se las incluía en las antologías, no se la invitaba a los encuentros literarios y no se las reseñaba”. A nombres clave para su propia obra como Amparo Dávila o Silvina Ocampo, ella añade los de Sara Gallardo o María Virginia Estenssoro, que forman parte del catálogo de Dum Dum, el sello que fundó en 2017 y que este año ha publicado en Bolivia el último libro de la peruana Gabriela Wiener, Huaco retrato.
El hecho de que ese libro lo publicara en otros países Penguin Random House ilustra bien un fenómeno del que Colanzi dice haberse beneficiado: el peso actual de la edición independiente. Ella ha publicado sus libros en una miríada de sellos pequeños y ha conseguido una repercusión que parecía destinada a los autores de los grandes grupos. Si alguno de estos la ha tentado, ha dicho que no. “¿Para qué?”, argumenta. “He tenido una experiencia maravillosa con editoriales independientes en Colombia, Argentina, Costa Rica, Perú, Chile… Hacen un trabajo para dar a conocer autores nuevos del que pueden aprender mucho las editoriales grandes”. ¿No ha perjudicado eso su visibilidad como autora? “Al contrario. Si mis libros han circulado mucho y bien ha sido por ese trabajo de cada editorial para darlos a conocer en grupos de lectura o en ferias alternativas, a los que las grandes tal vez no están tan interesados en llegar. Yo reivindico ese trabajo”.
Todo un referente en América Latina, solo para el lector hispano-español medio Liliana Colanzi era el secreto mejor guardado de la literatura actual. Hoy ha dejado de serlo.
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