Libros: si breves, ¿más baratos? La tendencia de las novelas “adelgazadas” en épocas de bolsillos flacos
Buena parte de las publicaciones argentinas recientes no supera las 200 páginas; escritores y editores destacan que se trata de una cuestión de estilo y no económica
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Lo bueno, si breve, dos veces bueno; y si no es bueno, como sentenció Baltasar Gracián, al menos fue poco. Con excepciones, varias ficciones recientes de escritores argentinos se destacan por su brevedad. Es un rasgo común en la industria editorial local: libros de grandes grupos, de sellos independientes e incluso los autopublicados apenas superan las doscientas páginas. Ese hecho fue señalado días atrás, a la distancia desde Nueva York y en su cuenta de Twitter, por la escritora Julia Kornberg, autora de Atomizado Berlín. “Cuándo se volvió ilegal publicar novelas en español de más de 150 páginas”, preguntaba en la red social. En tiempos donde los audios de WhatsApp exigen ser acelerados y mientras redes sociales, podcasts y audiolibros avanzan en el reemplazo de las horas de lectura silenciosa, no es casual que en la literatura argentina -igual que en los bolsillos de los lectores- se haya iniciado un proceso de adelgazamiento. La escritora Tamara Kamenszain advirtió sobre la potencia estética que pueden tener los “libros chiquitos”; a esa perspectiva habría que agregar una variante material. Para autores que no son best sellers y sus editores, resulta más rentable publicar libros cortos.
Sin embargo, los diseñadores de las editoriales se esfuerzan en disimular -a veces sin éxito- la brevedad literaria con diversos trucos para estirar los libros, desde aumentar el tamaño de la tipografía y el interlineado hasta agregar ilustraciones o carátulas a cada capítulo de una novela. De ese modo, unos modestos cien mil caracteres con espacios pueden llegar a convertirse en un libro de 150 páginas.
“Hay un argumento obvio sobre los libros breves: que la gente ya no lee, que perdimos para siempre nuestra capacidad de atención, etcétera -dice Kornberg a LA NACION-. Si bien eso es en parte cierto, parece un argumento fácil, sobre todo si pensamos en los fenómenos del mercado literario de los últimos años. Tanto Elena Ferrante como Karl Ove Knausgaard, grandes hits de la literatura global contemporánea, escriben novelas larguísimas, de cientos y a veces miles de páginas. En Estados Unidos, la novela promedio no baja de las 400 páginas. En las editoriales grandes como FSG o Knopf rebotan libros por ser demasiado cortos”. ¿Novelas recientes de César Aira, Jorge Consiglio, Tamara Tenenbaum, Luciana de Luca, Roque Larraquy, Leila Sucari, Pablo Ottonello, Natalia Rozenblum, Yamila Bêgné, Pablo Maurette, Ariel Luppino y Cristian Acevedo hubieran sido rebotadas en el hemisferio norte?
cuándo se volvió ilegal publicar novelas en español de más de 150 páginas
— julia kornberg (@sputnikon3) June 29, 2021
Para Kornberg, la literatura cada vez más breve es un fenómeno argentino y latinoamericano. Y, señala, los libros más chicos tienen precios (y costos de producción) más bajos. Siempre con referencia a la producción nacional, un ejemplar de 200 páginas puede costar entre $800 y $1000, mientras que uno de 500 ronda los $1800. “También se vincula con la práctica editorial que heredamos de la época del boom, es decir, la venta de libros más o menos baratos, pequeños, y de buenas ediciones que empezó a circular con el Centro Editor de América Latina y con Casa de las Américas -indica-. Estos fueron proyectos decisivos que se relacionaban con una práctica editorial a gran escala, donde los libros se vendían en kioscos o revisterías a precios accesibles. Y ahí también podemos leer una posible genealogía del libro breve latinoamericano, con una política de la circulación clara y la idea de que el libro tiene que llegar a la mayor cantidad de gente de la forma más barata posible”. Kornberg no hace un juicio de valor sobre las ficciones adelgazadas. “Hay novelas que no deberían ser más largas y novelas que sufren por tener que adaptarse a formatos cortos -señala-. Hay grandes proyectos editoriales que se basan en la brevedad y en el potencial de la brevedad; después de todo, el cuento corto es el género rioplatense por excelencia. Cuando una novela está bien armada, se gana cada página, y quizás eso sea suficiente para determinar el largo”.
Un temperamento lúdico
Para Cristian Acevedo, autor de los best seller “interactivos” Matilde debe morir y Matilde decide vivir, la actual generación de escritores asimila con naturalidad la ruptura de géneros. “Del mismo modo que aceptamos como algo lógico la combinación de géneros literarios, y somos capaces de inventar y consumir sin prejuicios relatos que combinan terror, romance, policial, etcétera, también asumimos como algo de lo más común que una novela pueda no estar escrita en 500 páginas, sino en 200 o menos -dice-. No somos una generación precursora, no fuimos quienes extendieron los límites del tablero, pero sí hemos sabido observar que las dimensiones cambiaron, que tanto las restricciones como las libertades artísticas ahora son otras. Y jugamos. Sobre todo, jugamos. Quien hoy escribe un policial de 200 páginas mañana te sale con una novela histórica de 700. Para bien o para mal, aprendimos que todo es prueba o error. Y entonces, probamos”.
“Hay distintas variables que se superponen en este fenómeno -sugiere el escritor Pablo Méndez, director de la revista de reseñas Solo Tempestad-. Por un lado, es indiscutible la cuestión económica: el campo editorial necesita que los libros estén en un rango de precio accesible para los lectores, y bajo ese parámetro, además de otras divergencias de costos, la extensión del libro urge como constante. Por otro, existe un dominio cultural de la síntesis en épocas donde los discursos se ven acotados por el predominio de la semántica de las comunicaciones: redes sociales, consignas publicitarias, instantaneidad tecnológica”. Para Méndez, el modo en que estos fenómenos se relacionan con el contenido de un libro requiere de un análisis más profundo. “Intuyo otra variable: el auge de las editoriales independientes, que ya dejó de ser un boom para ser una realidad, intensificó la cantidad de nuevos autores y de talleres literarios; esa demanda, y premura en muchos casos, por publicar no debería estar exenta de las formas discursivas que se inclinan a que un texto se vuelva algo expeditivo”.
Omar Tavalla, director editorial de Bärenhaus, sostiene que un libro de cuentos es más fácil de estirar que una novela. “Aunque es raro que haya que acortar libros de cuentos -observa-. El mayor costo para la fabricación de un libro es el papel y eso hace que a una editorial le resulte más aceptable publicar un libro de 200 páginas que uno de 400, por usar números redondos. Si un libro chico no funciona muy bien, no es tan grave el daño”. En Bärenhaus reciben manuscritos breves y también XL. “Nos llegan novelas de mil páginas -revela-. De esos escritores que se sentaron a escribir el 1° de enero de un año y terminaron cuatro años después. Son novelas extensas, con costos muy elevados. Se puede proponer al autor fraccionarla y hacer varios tomos; en algunos casos es posible y en otros no. Hoy por hoy, publicar una novela de 500 páginas es arriesgado, tiene que ser muy buena para jugársela”. Si la novela es muy corta, se la estira del modo más imperceptible posible “para que tenga un lomo aceptable y se puede exhibir en las estanterías de librerías sin desaparecer junto a una novedad de Stephen King o Florencia Bonelli”.
Cuestión de estilo
Leonora Djament, directora editorial de Eterna Cadencia, no está segura de que haya una tendencia a las ficciones breves en la literatura argentina actual. “Si pienso en el catálogo de Eterna Cadencia, los ejemplos podrían ser Desarticulaciones de Sylvia Molloy o El libro de Tamar de Tamara Kamenszain, por mencionar dos textos: libritos que no tienen más de 80 páginas y que en esa brevedad arman mundos poderosísimos y conmovedores -dice a LA NACION-. No creo que este tipo de textos tenga nada que ver con la velocidad de nuestra época o la falta de tiempo para leer, mucho menos con las redes sociales y los pocos caracteres que se nos permite escribir sino, en todo caso, con la condensación, con el hacerse poesía de la prosa y, también, con el hacerse menor, como dirían Deleuze y Guattari, de una prosa mayor e identitaria”. La editora indica que esta característica no pasa necesariamente por las pocas páginas. “El traductor de Salvador Benesdra, Lumbre de Hernán Ronsino o Historia de Roque Rey de Ricardo Romero son grandes novelas que también apuestan por lo menor: dicen lo menor y lo dicen largamente”. Romero acaba de publicar Big Rip, novela tan extensa (tiene casi mil páginas) como experimental.
Paola Lucantis, editora de Tusquets, coincide con Djament. “No creo que el autor o la autora piensen en que es más barato hacer un libro de menos páginas -responde-. Más bien, es la economía como recurso literario. Por lo general son narraciones muy potentes, con mucho ritmo. Concentradas. Las historias transcurren en tiempos más breves, no hay foco en grandes descripciones de los contextos”. E inscribe este formato en una tradición: “Es el estilo de Edgardo Cozarinsky desde hace años -dice-. Las de Fleur Jaeggy también son breves. Las de Eric Vuillard. Las de Marguerite Duras. Las de Annie Ernaux. Creo más bien que es un estilo y no una marca de época”.
“Una buena parte de la literatura contemporánea está siendo escrita por generaciones que se criaron con la televisión y la cultura audiovisual como una de sus principales influencias -dice el escritor Enzo Maqueira-. Las películas, las series, el videoclip, la dinámica del sketch televisivo establecieron maneras de narrar y estéticas que nos formaron. Ya no somos solo el producto de una cultura escrita, somos también aquel Homo Videns que establecía Giovanni Sartori cuando hablaba de una sociedad teledirigida, empobrecida por las limitaciones del medio televisivo”. Maqueira -autor de ficciones breves como Hágase usted mismo- duda que la proliferación de novelas cortas signifique un empobrecimiento. “Es una consecuencia natural de aquello con lo cual nos criamos, de una manera de contar, de un pensamiento fragmentado y multitasking. Esto se volvió aún más profundo con el surgimiento de nuevas voces, ya no solo influenciadas por la televisión sino también por las redes sociales, su lógica y su estética, también reducida, quizás más obsesionada con el resultado inmediato, con el like a cualquier precio, con el terror a la cancelación como freno a la creatividad”.
No obstante, Maqueira destaca una cuestión mucho más concreta. “Para escribir hace falta tiempo, y la proliferación de estímulos, entretenimientos, preocupaciones, dificultades hace que ese tiempo no abunde. Muchas veces escribimos a contraturno, después de que terminó el día o antes de que amanezca, cuando todo lo demás calla, cuando podemos darnos ese lujo de dedicarnos a una actividad poco rentable dentro del sistema capitalista atroz que nos tocó vivir. Aunque la industria editorial genere millones, autoras y autores recibimos una paga ínfima por nuestro trabajo. Eso hace que solo puedan escribir ‘profesionalmente’ unos pocos privilegiados que cuentan con el tiempo y los recursos para hacerlo”. A veces, el tiempo y los recursos materiales son tan limitados que es necesario resolver una historia en menos páginas que las que Leon Tolstoi o Marcel Proust -por citar a dos autores de libros “engordados”- le hubieran dedicado a un introito.