Libros mudos: cómo contar historias extraordinarias solo con imágenes
Un hombre recorre una ciudad en bicicleta con una caña de pescar al hombro; en el camino se cruza con peatones, ciclistas y conductores que protagonizan situaciones curiosas. Una nena a punto de dormir en una habitación oscura imagina escenarios y personajes fantásticos. Un caminante avanza en una extraña travesía que podría ser (o no) parte de un sueño. Una figura transparente y sin rostro interactúa con personas coloridas; todo cambia cuando el señor "vacío" se cruza con una señorita parecida a él. Dos soldados, uno rojo y otro azul, se enfrentan en una lucha tan absurda que ni ellos mismos saben cómo y por qué empezó. Son cinco historias extraordinarias, con tramas inquietantes y distintos niveles de lectura, que tienen una particularidad en común: están narradas solo con imágenes.
Se los llama libros "mudos" o silenciosos porque no necesitan de las palabras para construir relatos sólidos. Creados en su mayoría por autores que provienen del campo visual (ilustración, diseño, cine) se los suele catalogar dentro del extenso terreno de la literatura infantil, pero lo cierto es que gran parte de estos álbumes están dirigidos a lectores de todas las edades. Como sucede con los textos, cada uno encontrará un sentido.
Con dibujos a página completa, calados o ventanas para descubrir lo que allí se esconde, viñetas estilo cómic o collages con fotos y recortes, en los últimos años ha crecido este subgénero tan amplio y variado en la oferta y la calidad de las publicaciones. Una librería y editorial especializada en LIJ y libros ilustrados como Calibroscopio / El libro de arena tiene una categoría específica en su catálogo dedicada a los libros mudos editados en el país y en el exterior. Allí conviven en armonía desde adaptaciones ilustradas de clásicos como Romeo y Julieta, de William Shakespeare, en versión de Mercé López (Fondo de Cultura Económica), hasta Bimbi (Limonero), el diario de trabajo creativo de Albertine Zullo.
Entre los sellos locales que más editan álbumes sin texto está Pípala, que participa en la edición 2020 del Filbita con un autor de su catálogo: el francés Laurent Moreau. Esta tarde, a las 19, Moreau abrirá las puertas de su atelier para mostra a los lectores a través de YouTube su espacio de trabajo, sus materiales, sus técnicas en la sección "Autores en prisma".
En diálogo a la distancia con LA NACION, el autor de Sueños en la noche y Día de pesca contó cuál es el camino que recorre para narrar historias sin palabras: "Me siento más cómodo con los dibujos que con las palabras. Por eso intento contar con dibujos. Las ideas me llegan a través del dibujo, por un deseo de dibujar. Junto estos dibujos en cuadernos y luego, a veces, emergen proyectos a partir de esos dibujos. Me gusta mucho dibujar en cuadernos. Un cuaderno es, para mí, un pequeño libro en sí mismo; con su formato, cantidad de páginas. Estos cuadernos son un espacio para la libertad, puedo escribir, dibujar, pintar, hacer collage, arrancar páginas. Siempre tengo un cuaderno conmigo: en casa, en el tren, cuando salgo a pasear y en mi atelier, que comparto con otros ilustradores".
Sobre los procesos creativos de sus dos libros publicados en el país por Pípala, Moreau explicó que fueron diferentes: "Para Día de pesca había ilustrado un primer paisaje de una ciudad, vista desde arriba, en uno de mis cuadernos. Allí puse a un hombre pasando en bicicleta. Me pareció divertido dibujar su travesía en las páginas siguientes. Podíamos seguir al hombre en bicicleta como en un plano secuencia cinematográfico, sin necesidad de poner palabras. Cuando trabajo en la creación de un libro, frecuentemente tengo la impresión de que las imágenes son suficientes para contar una historia, sin necesidad de poner palabras. Las palabras se vuelven superfluas. Además, para mis libros con palabras, generalmente termino el texto al final, cuando he pensado los dibujos. En el caso de Sueños en la noche, en cambio, quería trabajar en un libro silencioso porque así es el ambiente a la hora de irse a dormir".
En ese caso y en otros libros "mudos" queda demostrado que la ilustración se impone a las palabras por una necesidad narrativa, aunque suene contradictorio. "Para Sueños en la noche, me inspiré en mi historia personal. De pequeño, en la oscuridad de mi habitación, la puerta ligeramente entreabierta, los muebles y juguetes generaban sombras y siluetas que me daban un poco de miedo. Eso me marcó mucho y por bastante tiempo tuve miedo a la oscuridad. Más adelante, de adulto, tuve algunos problemas de insomnio que me molestaron. Así fue que tuve ganas de dibujar en negro, sobre la oscuridad, sobre el tema de irse a dormir y el inconsciente. Poco a poco, la historia de Sueños en la noche fue creada sin palabras".
Cómo representar el vacío
La autora e ilustradora portuguesa Catarina Sobral, que estuvo en Buenos Aires en 2017 como invitada del Filbita, emplea en general textos breves en sus libros. Pero en Vacío (Pípala) no tuvo necesidad de usar palabras: toda la historia del encuentro entre el protagonista y alguien con quien se siente identificado está narrada con imágenes. "Mi proceso creativo no es tan diferente de una historia con texto; la mayor diferencia es que comienzo con el guion gráfico y no con el texto en sí. Luego, trabajo en paralelo los bocetos y la secuencia hasta que tengo una narrativa visual consistente. La última parte es hacer las ilustraciones definitivas. En términos de narrativa, diría que pienso más en las continuidades entre las páginas de los libros sin palabras. Tiendo a repetir más los personajes, objetos, espacios para apoyar la narrativa", dijo a LA NACION.
"Vacío es un libro sin texto y de una gran profundidad en significado. A grandes rasgos y de un modo muy sensible y sintético, Catarina describe el vacío emocional, que no puede ser rellenado con otra cosa que no sea emoción real: ni alimento, ni arte, ni flores. El corazón sólo puede nutrirse con amor", define Clara Huffmann, editora de Pípala.
Una pregunta que se impone cuando se piensa en una narrativa muda es qué gana y que pierde la historia sin palabras. Sobral no duda: "Creo que la historia gana más amplitud, se abre a diferentes interpretaciones. Da más libertad al lector. A nosotros, los ilustradores, también nos da la oportunidad de trabajar mejor en el potencial narrativo de las imágenes, y eso es muy desafiante y divertido". ¿Y qué pierde? "Pierde el carácter lúdico de la relación texto / imagen, porque puede ser complementaria o incluso contradictoria para generar otros significados. También pierde musicalidad de alguna manera y la posibilidad de ser leído en voz alta".
Un viaje extraordinario
El sendero, de Mariano Díaz Prieto, editado hace unos meses por Pípala, es un libro mudo misterioso que invita a descubrir la historia de a poco. Cada doble página cuenta una escena sin palabras y nos lleva a seguir el camino de un personaje. A medida que avanza la historia ilustrada no sabemos si el protagonista está en mundo surreal o si está soñando con una extraña travesía. Cada uno interpretará lo que le parezca, como sucede con los libros más interesantes. "En la naturaleza todo sucede sin palabras; no hay narradores ni mente humana interpretando lo que pasa. Nuestros ojos son pura naturaleza y nuestra percepción y modo de construir relatos a partir de imágenes también es una capacidad humana casi innata", asegura el autor.
Consultado sobre la decisión de contar ese viaje de iniciación sin recurrir al texto, Díaz Prieto responde: "Mis libros comienzan de maneras insospechadas. A veces se inspiran de un suceso de la realidad, otras son imágenes que llegan a la mente y que luego se convierten en secuencias. También surgen de seguir a un personaje que aparece en un dibujo suelto, en un cuaderno, o el margen de la hoja. Ese mismo personaje me muestra hacia dónde quiere ir, qué tiene para contarme o cuál es el lugar a donde quiere llegar".
El sendero nació en paralelo a otro proyecto. "Eran imágenes que poblaban mi cabeza mientras realizaba un libro sobre un árbol y que se fue volviendo cada vez más imposible. Realicé muchas ilustraciones que no iban a ningún lado, me enojé, casi quemo los originales. Mi compañera Magda me ayudó a no destruirlo, escondiéndolo hasta que estuviera con ánimos de volver. Cuando me liberé de ese libro automáticamente aparecieron las imágenes centrales, el viaje, las madres tejedoras, todo estaba ahí, esperando a ser plasmado. El personaje sabía perfectamente adonde quería ir, yo solo lo seguí para que me mostrara. Todo tuvo perfecto sentido. Mucho de ello tenía que ver con mi contacto con la teoría de Carl Jung, los análisis del viaje del héroe de Joseph Campbell, la mitología universal y los libros de Carlos Castaneda", contó.
Díaz Prieto considera que los libros sin texto representan un desafío mayor a los lectores. "Subestimamos a los niños: el exceso de protección a veces lleva a crear contenidos ‘políticamente correctos’ en los libros, demasiado explicados; a veces el texto hace de madre, padre, maestra jardinera o psicopedagogo. Sin texto, el niño se encuentra con la historia y deberá imaginar su propio relato, su historia con el libro, su vínculo".
Un ejemplo de esos libros que abren puertas sin palabras es la versión muda de Romeo y Julieta, ilustrada por Mercè López y publicada por Fondo de Cultura Económica: la trágica historia de amor de Shakespeare está narrada con imágenes. Tiene una breve introducción y luego la trama se desarrolla en bellas escenas. No es necesario conocer la trama original para entender lo que sucede. Los colores de las páginas y las expresiones de los personajes son recursos narrativos súper contundentes que hablan del amor, del dolor y de la muerte sin nombrarlos. Están ahí dibujados.
Otros excelentes libros mudos
Waterloo y Trafalgar, de Olivier Tallec (Pípala). Refleja con mucho humor la arbitrariedad de la guerra a través de dos soldados, uno rojo y uno azul, que se enfrentan cuerpo a cuerpo. Separados por un paredón, los hombrecitos se espían, se pelean, se provocan y miden fuerzas. Todo expresado de manera magistral en imágenes sin más palabras que alguna exclamación. Los recursos gráficos también son geniales: dos colores sobre un escenario en negro y blanco; y calados en algunas páginas que funcionan como estrategias narrativas. Un álbum excepcional que ofrece distintos niveles de lectura. Y una mirada irónica sobre el despropósito de la guerra.
Bimbi, de Albertine (Limonero). La ilustradora suiza, autora junto con Germano Zullo del conmovedor álbum Mi pequeño, abre la puerta de su trastienda y nos permite espiar en su diario de trabajo. Sin palabras, con dibujos en blanco negro que parecen viñetas sueltas, Albertine muestra sus bocetos, ideas, garabatos. Son ilustraciones que nos llevan a imaginar las historias que se esconden detrás de los personajes.
El papagayo de Monsieur Hulot, de David Merveille (Kalandraka). Es el primero de una serie de libros en homenaje al personaje creado e interpretado por Jacques Tati. Una historia muda, como las películas del prestigioso cineasta francés.
Engaños, de Ilan Brenman y Guilherme Karsten (V&R). Imágenes a toda página presentan un juego de sombras y de apariencias. De un lado, una figura en negro sobre un fondo colorido; del otro, la verdadera figura que proyectó esa sombra.
Afuera, de Mari Kanstad Johnsen (Niño Editor). Un libro que cuenta la historia de una chica solitaria que busca su lugar en el mundo. Hayan pasado o no por la experiencia de ser el nuevo del grado o de sentirse un bicho raro, los lectores se identificarán con las sensaciones que expresa la protagonista con sus gestos y actitudes.
Churro, el conejo, de Gastón Caba (Edelvives). Viñetas mudas que apelan al humor tierno y absurdo. Presentadas en cuatro cuadritos, algunas reflejan situaciones cotidianas; otras escenas de juegos y paseos como un día de pesca o una visita al museo.
El Infante Dante Elefante, de Javier Rovella (Ediciones de la Flor). Una historieta para los más chicos, con mucho humor y sin palabras.
Emigrantes, de Shaun Tan (Calibroscopio). Una novela gráfica sobre la emigración contada sin palabras. Uno de los libros favoritos de Isol.
El bosque dentro de mí, de Adolfo Serra (FCE). El autor invita a imaginar (o descubrir) la historia siguiendo poderosas imágenes plasmadas con una paleta de grises y azules. Con un aire melancólico, es ideal para los que pueden prescindir de las palabras.
Caperucita roja, de Adolfo Serra (FCE). Una versión sin texto, en la que la ilustración se impone y crea sentido. Ideal para practicar el arte de la relectura.
El libro rojo, de Barbara Lehman (Libros del Zorro Rojo). Un cuento silencioso que cuenta en imágenes el viaje de un libro perdido y encontrado varias veces.
Dentro del bosque, de Alejandra Fernández Mingorance (Pípala). Con páginas en formato de acordeón propone un doble camino de lectura: de un lado, se ve un personaje con cabeza de pájaro que parece jugar a las escondidas; del otro, continúa la fantástica aventura.
Al final de la fila, de Marcelo Pimentel (FCE). Un libro mudo que presenta a un grupo de animales de la selva formando fila a la espera de que algo mágico suceda. El formato invita a leer la historia de manera circular.
Yipo, de Juan Gedovius (FCE). Con formato acordeón, cuenta una historia sin fin que puede comenzar de un lado o del otro. Viene en una caja cuadrada de tapa dura también ilustrada.
La casa del árbol, de Marije Tolman y Ronald Tolman (Pípala). Un libro precioso ilustrado por una dupla creativa holandesa formada por un padre y su hija. Con dibujos coloridos a toda página, los autores narran un día en la vida de un oso pardo y un oso polar que viven en una casa sobre un árbol y tienen como vecinos a otros animales. Sencillo y conmovedor, tiene imágenes poderosas que demuestran que es posible contar y "leer" una historia sin texto. Son autores también de otros álbumes mudos: La isla desierta y El libro, sobre la lectura y sus mundos.
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