Libros. El nuevo sueño americano de El gran Gatsby
La obra cumbre de F. Scott Fitzgerald vuelve al centro de la escena: sus derechos de autor quedaron liberados y se preparan adaptaciones con diversas relecturas
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El 2021 va a ser el año de Gatsby. Al libro de Francis Scott Fitzgerald, publicado en 1925, se le vencen los derechos de autor. Con eso, cualquiera podrá publicar el libro, adaptarlo a la pantalla, convertirlo en una ópera o un musical, o transformarlo en una novela de vampiros, superhéroes, o gente cuya única vida social es por zoom. Esto sin tener que pedir permiso a nadie ni pagar un centavo a sus herederos.
Lo mismo ocurrirá con obras de Virginia Woolf, Sinclair Lewis, Franz Kafka, Gertrude Stein, Agatha Christie, Theodore Dreiser, Edith Wharton, Aldous Huxley, música de George e Ira Gershwin, Irvin Berlin, Duke Ellington, Fats Waller, Bessie Smith y Ma Rainey y películas de Buster Keaton y Harold Lloyd, entre otros. Todos los especialistas coinciden en que, para el dominio público, será un año de cosecha extraordinaria.
Sin embargo, ningún caso está causando tanta anticipación como el de Gatsby, que en un año de pandemia y agitación social parece haber tomado una renovada relevancia. Algo sorprendente para un libro que, si bien es parte del canon escolar y una de las novelas más populares de la literatura norteamericana, sigue causando un amplio debate sobre si se trata de una auténtica obra de arte o tan solo la perlita de alguien “apenas alfabetizado”, en las famosas palabras de Gore Vidal respecto de Fitzgerald.
El Washington Post resume el interés que Gatsby genera para estos días con los paralelismos entre las épocas: “Cien años atrás: una elección, un virus, un grito de la juventud desilusionada. La era estaba arruinada… hecha pedazos, goteando, caliente, amenazando con explotar”. La clave para el matutino es que, para tantos, “se siente como que la historia se repite”. Pero posiblemente haya más, y todo pareció comenzar a fines de 2020, cuando una cita de El gran Gatsby se volvió viral dentro de la esfera Demócrata que acaba de tomar el poder en Washington.
El Gran Gatsby narra la historia de Jay Gatz, un soldado pobre y outsider que se enamora de Daisy, una de las señoritas de la sociedad más rancia. La atracción es mutua, pero luego viene la guerra. Cuando Gatz reaparece en la vida de Daisy, lo hace convertido en Gatsby, un millonario que hace fiestas épicas. Gatsby se instala frente a la mansión donde ella tiene una vida superficial y vacía junto a Tom, el hombre con quien se casó, que la desprecia y engaña. El único objetivo en la vida para Gatsby es recuperarla, pero ahora Daisy es parte (¿o quizá siempre lo fue?) de un grupo de snobs ricos indiferentes al sufrimiento de los demás, y totalmente amorales.
“Era gente descuidada”, concluye Nick Carraway, el narrador, respecto de Tom y Daisy, criaturas cuyos excesos en última instancia arruinan las vidas de quienes los rodean (a veces literalmente, como en el caso de personajes que terminan muertos). “Destruían objetos y seres vivos y luego se retiraban a su dinero o a su enorme descuido, o a lo que fuera que los mantenía unidos, y dejaban que otras personas limpiaran el desastre que habían dejado”.
Para tantos que compartieron esta cita en internet, la acusación de Fitzgerald hacia quienes desde su posición de privilegio son indiferentes a lo que causan al resto describía “a la administración Trump, que intentó minimizar la seriedad de la pandemia aun cuando el propio presidente y otros políticos republicanos de primera línea se enfermaron”, según The New York Times.
La cita incluso fue tomada como una especie de leit motiv por gente directamente vinculada a la lucha contra la pandemia de lo que era, entonces, la oposición. Jeremy Konyndyk, uno de los principales asesores de la Organización Mundial de la Salud y que fue uno de los oficiales que lideró la respuesta del gobierno de Obama al ébola, estuvo entre quienes la difundieron por los medios sociales. “Yo la interpreto así –declaró al matutino–. Que las reglas que rigen a todos los demás no se aplican a ellos; que pueden hacer lo que quieran porque alguien más va a llegar para arreglarlo. Creo que refleja la actitud de la Casa Blanca (de Trump) respecto de toda la pandemia”.
Para algunos, los que vienen a limpiar el desastre es la nueva administración Demócrata. Para otros es más simple: somos todos los ciudadanos.
Esta idea se extendió y para la National Public Radio (emblema del estadounidense de centroizquierda, comprometido y bienpensante), la forma en la que hoy se ven a las personas que no llevan máscara ya fue asimismo anticipada por esa cita, que describiría su actitud. “El Gran Gatsby hace esa cosa mágica de decir algo importante sobre Estados Unidos, y decirlo con un lenguaje magnífico e inolvidable. Es por eso que todos estamos repitiendo la cita sobre la gente descuidada en este momento”, sostuvo Maureene Corrigan, profesora de literatura de la Universidad de Georgetown y autora de un libro sobre la relevancia de Gatsby.
Proteger al ratón Mickey
El Gran Gatsby fue publicada en 1925. Está saliendo al dominio público con tanta competencia porque, hasta hace dos años, hubo décadas de sequía en las creaciones que perdían copyright. Esto se debió a una decisión del Congreso de Estados Unidos de 1998 de extender la protección de los derechos de autor de 75 a 95 años. Críticos del cambio señalaron que no hizo mucho para incentivar la creación de nuevos trabajos, que era el objetivo nominal detrás de la extensión. Por el contrario, se dejó entrever que los legisladores simplemente cedieron ante la presión de Disney, que se resistía a entregar los derechos de autor de los primeros films del ratón Mickey.
¿Cuánto cambia que una obra pase a dominio público? Para algunos es difícil de sobredimensionar la importancia de este acceso. La típica historia que se cuenta al respecto es la del film de Frank Capra Qué bello es vivir (1946), protagonizado por Jimmy Stewart. Por un descuido clerical, quedó sin copyright, por lo que se pudo emitir muchísimo en la televisión de millones de hogares gratuitamente durante décadas. Para cuando parte del error pudo ser subsanado y se negoció que solo una cadena de TV transmitiera el film para las fiestas, ya era imposible pensar en la Navidad en EE.UU. sin la televisión prendida con Que bello es vivir de fondo.
En un año de pandemia, además, que las obras se vuelvan gratis es importante dado los incrementos que se vieron, en muchas partes, en sus versiones digitales (sumado a librerías cerradas y demoras en el correo para conseguir la versión papel). Pero también hay apuestas a la energía creativa que esta gratuidad libera.
De hecho, no habían pasado siquiera horas desde que se vencieran los derechos de autor que salió a la venta con bombos y platillos Nick, la historia de Nick Carraway, el primo de Daisy que es el narrador de la novela. Michael Farris Smith, un especialista en el género gótico sureño, relata la vida del muchacho, entre París y Nueva Orleans, hasta el momento que conoce a Gatsby. Farris había completado la obra hacía años, pero tuvo que esperar hasta ahora para poder sacarla al mercado. The New York Times, en una crítica entusiasta, la clasificó dentro del género “AG” (o “Antes de Gatsby”), que se supone inundará las librerías.
El género DG (“Después de Gatsby”) también estará presente, y no solo con fan fiction. Desde el 12 de este mes se puede ver desde Londres, por streaming, Gatsby: un musical, que cuenta la visión de Daisy sobre los hechos relatada varios años después, con un ex Spandau Ballet en el protagónico masculino. También en Londres se estrenó una obra de teatro inmersiva muy años 20 (muy años 2020, no 1920) en la cual Daisy ofrece alcohol en gel a los asistentes al pasar de una sala a otra. Tuvo gran éxito y se espera que vuelva al cartel cuanto se levante el confinamiento.
En la pantalla, aunque ya no tengan poder de decisión, los herederos que autorizaron las versiones de Gatsby de los rubísimos Robert Redford y Leo DiCaprio, declararon a los medios que quisieran nuevas películas. Pero “que reflejen una mayor diversidad en los protagonistas”, dijo Blake Hazard, la bisnieta del autor. Naturalmente, Regé-Jean Page, el actor británico-zimbabuense que rompe corazones como un aristócrata negro en 1813 en la serie Bridgerton ya está a la cabeza de candidatos en las casas de apuestas.
En cuanto a las versiones escritas de la obra original, también se pueden entrever cambios acorde a los tiempos: las dos nuevas ediciones anunciadas para 2021 vienen, cada una, con un prólogo de estrellas literarias (Min Jin Lee y Wesley Morris) quienes las interpretan como una férrea crítica al capitalismo. Esto es interesante porque, tradicionalmente, Gatsby fue considerado como casi lo contrario, como la historia de un anhelo ferviente y casi loco de concreción del sueño americano (la chica linda, la casa grande, la plata, el prestigio). Para muchos, justamente, es esta búsqueda del deseo de juventud parte de lo que hace a la obra universal.
Por ejemplo, Jesmyn Ward, ganadora en dos ocasiones del National Book Award, escribió cómo ella, una afroamericana del Mississipi rural, se había sentido identificada con esta saga de blancos ricos en un lujoso enclave de Long Island. “Hambrienta como estaba de escapar de mi pequeño pueblo perdido en la nada, de mis comienzos tan humildes, como adolescente lo único que podía ver era el anhelo de Gatsby”, escribió Ward en la última introducción a El Gran Gatsby publicada antes de que se perdieran los derechos.
Pero en 2021, tras un año de protestas sociales, levantamientos y conflictos raciales, identificarse con algún aspecto de estos personajes de un entorno privilegiado no es necesariamente la interpretación más popular.
¿Quién tiene razón? Volver a la intención del autor no parece simplificar las cosas. The New York Times recordó como Fitzgerald era visto como una extensión de sus personajes, un tilingo que se casó, según sus propias palabras, con Zelda porque “lucía rica”. John Kenneth Galbraith escribió en 1984 respecto de Fitzgerald: “Es la vida de los ricos –sus diversiones, agonías y putativa inseguridad– lo que le interesaba. Las consecuencias políticas y sociales les escapan a los personajes de la misma manera que él mismo se escapó de dichos temas en su vida”.
Hoy, en cambio, Min Jin Lee, la escritora coreano-americana autora del reverenciado Pachinko describe a Fitzgerald como “un fanático de Karl Marx” y Wesley Morris, ganador del Pulitzer, concluye que El gran Gatsby no es una historia de amor, sino de puro “capitalismo convertido en una emoción”.
¿Y dónde está el virus?
Otro tipo de interpretaciones nuevas se centra en lo que directamente no está en la novela: el virus. El gran Gatsby se desarrolla en la llamada “Costa de Oro” de Long Island, en el verano de 1922, cuando el mundo está saliendo de dos acontecimientos sísmicos: la Primera Guerra Mundial y la epidemia de Influenza de 1918. La guerra (en la cual Gatsby luchó “extraordinariamente bien”) es mencionada con frecuencia. Pero no solo no se hace alguna referencia a que el mundo haya atravesado una pandemia (lo cual es llamativo dado que se estima que 675,000 norteamericanos murieron de fiebre española, diez veces más que en el frente), sino que la novela narra fiestas lujosas sin máscaras, en una época en la que “la bebida nacional era el gin y la obsesión nacional era el sexo”. Todo lo contrario a las medidas que podrían heredarse de una pandemia. ¿Cómo interpretar esto?
Para algunos, como un bienvenido alivio, como una garantía que da El gran Gatsby de que las cosas tras Covid-19 van a volver a la normalidad. Gatsby nos adelanta que “pronto estaremos soplando en las velas de cumpleaños, compartiendo tragos –y quizás amantes– en pequeños departamentos con todos apiñados, mientras gotas de respiración vuelan libres por el aire”, escribió la revista literaria Washington Square. Y de hecho, varios especialistas anticipan un regreso a los locos años 20 tras el coronavirus, como Nicholas Christakis, epidemiólogo social de la Universidad de Yale.
En su nuevo libro, Apollo’s Arrow: The Profound and Enduring Impact of Coronavirus on the Way We Live, Christakis sostiene que, en cuanto sea seguro, un gran hedonismo reemplazará a la vida social mínima y distante actual como ocurrió después de pandemias anteriores. Por supuesto, las notas en los distintos medios sobre Christakis suelen ir acompañadas de imágenes de las películas de Gatsby, o tapas del libro, iconografía por excelencia de la interacción social frenética.
Aunque Christakis estima que hasta 2024 todo esto no será tendencia, siendo 2021 el año de Gatsby, era el tiempo de probar un adelanto. Para el verano boreal, se multiplicarán las fiestas con gente vestida a lo Gatsby por toda la opulenta zona costera de Long Island que inspiró los pueblos ficticios de East y West Egg de la novela. La reserva natural de Sands Point, que tiene una de las mansiones de época que perteneció a los Guggenheim, ya planea una cena apoteósica (aunque con la misión de recaudar fondos para mantener sus extraordinarios jardines y programas educativos). En el verano también habrá paseos en barco para ver las casas desde la bahía y visitas guiadas.
A Taylor Swift le gustó también
Pero para quien no pueda esperar, como esta redactora, a pesar del invierno y la pandemia, ya está abierto el palacio de Oheka, la mansión en la que se basó Fitzgerald para crear aquella con la que Gatsby quería impresionar a Daisy (y que es casi un personaje más de la novela). La mansión originariamente fue del financista Otto Kahn, quien la mandó diseñar al estilo de un château francés, y en cuyas 127 habitaciones recibía a miembros de la realeza europea, grandes industriales y estrellas de Hollywood.
Luego de quedar abandonada, la mansión fue restaurada con 40 millones de dólares y hoy es un hotel de lujo. Uno de los hermanos Jonas se casó allí; apareció en episodios de Gossip Girl y en el video Blank Space de Taylor Swift, donde ella se pelea con el modelo masculino mejor pago del momento.
En Oheka, mientras esta redactora comía en el bar una hamburguesa rodeada de adolescentes que comparaban carteritas de nylon Prada y señoras de los clubes de golf cercanos brindando después de su ronda matinal, todo parecía alegre y la pandemia casi lejana. Pero de alguna forma la desesperación por impresionar, y a la vez el trasfondo de melancolía que inspiró a Fitzgerald, seguía siendo tangible.
“¿Que no se puede revivir el pasado?”, “¡Por supuesto que se puede!”, es el grito de guerra de Jay Gatz a lo largo de la novela. Con la explosión Gatsby anticipada, quizá todo 2021 sea un experimento para ver cuánto estaba en lo cierto.
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