Descendiente de familias de alta alcurnia, Federico Manuel Peralta Ramos (1939-1992) fue, ante todo, un artista conceptual y performer, pionero en estas disciplinas en Argentina y figura destacada del arte latinoamericano. Lo fue siendo poeta: un creador rupturista, cuya vida fue el centro de su obra.
En los 60 comenzó a desplegar sus invenciones performáticas que dejarían huella: en la galería Witcomb cortó con un serrucho uno de sus cuadros porque no pasaba por la puerta, participó del premio nacional del Instituto Di Tella con "Nosotros afuera" –una escultura de un huevo gigante que terminó rompiendo con un pico para poder sacarlo de la sala–, y compró un cotizado toro charolais (sin dinero propio) en un remate de la Sociedad Rural para exponerlo en una muestra, acción tras la cual su familia decidió internarlo en una clínica. Todas estas puestas las abordó bajo la idea de la desmaterialización del arte y tendiendo puentes de interpelación filosófica.
La obra de Federico Manuel pervive en manos de allegados y coleccionistas, y en la propia ciudad: "En el recuerdo de los mozos más viejos de La Biela y en cada barra de viejos boliches porteños que frecuentaba o en rincones como el último piso de la Botica del Ángel", donde permanece colgada la pancarta original de "Mal de Plata" que el artista expuso en la galería Arte Múltiple en 1981. De todo ello habla el también artista, performer y escritor Esteban Feune de Colombi, autor de Del infinito al bife (Caja Negra), la flamante biografía coral que incluye testimonios e imágenes del creador y su obra a través del relato de más de 160 entrevistados que recrean el anecdotario íntimo, experiencial y mítico del creador.
"No soy biógrafo ni pretendo serlo, de modo que la idea de una gran conversación entremezclada de voces me parecía lo más tentador para entrarle a Federico. El desafío fue, una vez hechas las entrevistas, organizar el montaje", explica Feune. Y se lamenta porque hubiese querido contar con el testimonio de algunas figuritas difíciles, como Susana Giménez o Charly García, músico que llegó a grabar su icónica versión del Himno Nacional gracias a una idea de Federico.
Marta Minujín –que fue íntima amiga de Peralta Ramos y de quien luego se "divorció"–, Osvaldo Centoira, Pedro Roth, Raúl Naón, sus hermanos Diego y Sebastián, Zelmira von der Heyde y Ariel Benzacar son algunas de las voces que hilan el relato. "Me interesaba poner en abismo todas esas versiones porque son parte de la vida de Federico Manuel, que a su vez es su obra. En él, todo es atisbo de obra, de performance. Todo en él remite al terreno del arte, sea una visita al psicólogo acompañado de un amigo, regalarle un frasco de champú usado a una amiga de su madre o pedirle guita prestada a un mozo del Florida Garden. Que su obra prácticamente no tenga registros fotográficos o esté en la basura tal vez la eleve más aún a la categoría de mito, pero su alma era porteña y callejera, casi budista: siempre presente y sin un mango en el bolsillo. Sin proponérselo, en pocas cuadras a la redonda y casi sin salir del país, Federico preanunció muchos de los movimientos hegemónicos del arte contemporáneo actual", resume Feune.
En 1968 ganó la beca Guggenheim y encaró entonces una acción que cambiará para siempre las bases del certamen. Pidió realizar su obra en Argentina y, con los US$ 6.000 que le giraron, compró tres cuadros y tres trajes, grabó el single "Soy un pedazo de atmósfera" junto con Francis Smith y ofreció un banquete para 25 amigos en el hotel Alvear que bautizó La última cena. "Da Vinci la pintó, yo la organicé", se excusó ante la sorprendida Fundación Guggenheim, que desde entonces no volvió a exigir a los artistas rendir cuentas de sus gastos.
Pintor, casi arquitecto –le quedaron pocas materias para recibirse–, cantor, actor y más tarde showman en el programa de Tato Bores, Peralta Ramos recitaba y escribía poemas en telas y servilletas de bares y boîtes emblemáticos de la ciudad que recorría a diario, y donde ponía en acción su actividad performática. "Misterio de Economía", "Mal de Plata" –así bautizaba a la ciudad fundada por su tatarabuelo– o "Solo consiguen un oasis aquellos que se bancan el desierto", son algunos ejemplos del efectivo dardo poético y conceptual con el que golpeaba conciencias.
Brillante, bonachón, creador de la religión "gánica" (que consistente en hacer lo que uno tenga ganas, como perder el tiempo, regalar dinero o vivir poéticamente), transgresor y poseedor de una "locura", por muchos, incomprendida, Federico hizo de su vida un hecho artístico hasta el último día. Después de velarlo, "cuando trajeron el cajón, el cuerpo no cabía. No había forma de meterlo dentro y se armó un despelote bárbaro. Hasta el último momento Federico nos regaló una instancia surrealista", concluye en el libro Osvaldo Centoira.