Letra y música atraviesan esculturas sonoras y obras colgantes de León Ferrari
Con homenajes simultáneos en el CCK y el Centro Cultural Borges, se ponen de manifiesto otras dos devociones del reconocido artista; su nieta y un colaborador cercano cuentan la trastienda
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“¿Ustedes conocen a Janis Joplin?” Paloma era apenas una adolescente cuando su abuelo, un artista que ya pisaba los ochenta años, les hizo esa pregunta a ella y a su hermana Maitén. León Ferrari tomó un disco de vinilo en su casa de Retiro y les dio a dos de sus nietas el regalo de una conmoción en la voz de la blusera trágica. “Fue una de las mayores epifanías de mi vida”, dice desde Berlín Paloma Ferrari, que ha tomado a su cargo el legado de uno de los artistas argentinos más reconocidos en el mundo, especie de Benjamin Button que hizo coincidir sus últimos años con la vitalidad, el asombro y la curiosidad de la infancia.
El recuerdo viene a cuento de la doble inauguración de Ferrari en Buenos Aires esta semana. En el hall de entrada del Centro Cultural Kirchner se ve su instalación Trompeta, Clarinete, Violín, Tambor, Trompeta, una ¿orquesta? de espuma de poliuretano, exhibida en el marco de “Proyecto Homenajes”, junto con obras de Norberto Gómez, María Juana Heras Velasco, Margarita Paksa y Graciela Sacco. En la Plaza de las Artes del Centro Cultural Borges, en tanto, se inaugura hoy Escrituras en el aire, integrada por once obras colgantes con las que Ferrari volvió a la abstracción en la última década de su larga vida.
Casi confundidas con la materia invisible, estas piezas no tienen relación con la serie conocida como “Cuadros escritos”, donde Ferrari deformaba pasajes de la Biblia hasta volverlos ilegibles o abarrotaba un lienzo blanco con la idea del cuadro que le hubiera gustado pintar. Sin embargo, la forma en la que trabaja los materiales (alambre, madera, huesos de utilería, fantasías de bazar) tiene la pulsión del grafismo puro no intervenido por la función de la escritura.
Frente a las obras habla ahora Yaya, su colaborador entre 2003 y 2013, testigo íntimo de esta serie que llevó al artista de regreso al tipo de obra abstracta que hacía antes de zambullirse en el conceptualismo político en los 60. “Cuando trabajaba en estas obras yo lo miraba y sentía que su mente estaba en otra parte y en otro tiempo, que las manos se movían solas sin intervención del pensamiento. Quizás fuera una impresión mía, pero mientras hacíamos estas esculturas él nombraba mucho a su hijo Ariel (desaparecido desde febrero de 1977) o me contaba historias de esa época”. En el Borges las “escrituras” se ven colgadas de la cúpula de vidrio y establecen un diálogo con la otra, la de las Galerías Pacífico pintada por Spilimbergo, Castagnino, Berni, Urruchúa y Colmeiro en los años 40.
Excepto una pieza del período del exilio en Brasil, el resto fueron realizadas en el taller de Ferrari de la calle Pichincha en su última e hiperactiva década, consagrado por las instituciones y el mercado del arte al mismo tiempo que mantenía alto su perfil de polemista.
Yaya señala una larga obra de alambre rodeada por un cuadrilátero de hierro que es la primera vez que se exhibe y estaba en la terraza del taller. Es en la que más trabajó, aunque su mano está detrás de las demás también. En el conjunto también se destacan dos realizadas con perlas de fantasía que el artista se hacía comprar en los bazares del Once, su Vaca Muerta de materiales de cotillón aptos para ser resignificados. Pertenecen a una serie que lleva el nombre tentativo de “Caireles” y dice Yaya que fueron de las últimas obras que Ferrari imaginó y terminó.
Si bien varias de estas “Escrituras” se vieron en otras exposiciones no se habían colgado todas juntas antes. Y el montaje en el aire es consecuente con la idea original de Ferrari, una abstracción ya no liberada del marco como proponía el madí sino de cualquier contención espacial.
Lector voraz
La relación con los grafismos lleva a pensar en el Ferrari lector, consumidor voraz de Biblias y libros sobre la religión, de la que era muy crítico, pero también de autoras como Alejandra Pizarnik y Yoko Ono y de textos orientales como el I-Ching, libros de haikus, el Kamasutra u otros relacionados con el budismo.
En la página de Facebook de León Ferrari, Paloma posteó muchas tapas de libros de la biblioteca de su abuelo. La imagen de la carpeta “Libros León” es la de una biografía de Marilyn Manson (El Anticristo del Rock). Podría haber sido la de un adolescente gótico, pero no, estamos hablando de un artista que entró en el radar mundial hacia los 90 años. Paloma remarca que si tuvo un libro de cabecera ese fue Por qué no soy cristiano, de Bertrand Rusell.
La música era fundamental tanto para León como para Alicia, su mujer de toda la vida, que tocaba el piano. La orquesta de mutantes de poliuretano (“Encontré a Picasso en un tarro de aerosol”, dijo en 2007 cuando empezó a trabajar con este material) sea acaso un reflejo de esto. Personajes informes que podrían estar tocando jazz o música clásica o cualquiera de las cosas que León escuchaba, en un rango que podía ir de Rosita Quiroga y Goyeneche a Stockhausen y Pink Floyd.
Para dar un ejemplo de su curiosidad, Paloma recuerda que fueron juntos a ver un concierto desquiciante de Reynols con Damo Suzuki, cantante japonés avant garde. “Lo recuerdo mirando eso como si nada llevando un ritmo que no había con la rodilla. ¡Y le encantó!”. León y Alicia podían escuchar juntos a Madonna y Björk o ir a ver un concierto de Laurie Anderson. Después de ver Lisbon Stories (Win Wenders), también, León se hizo comprar entera la discografía de los portugueses Madredeus.
La música, que está en el centro de esta instalación en el CCK, lo acompañó hasta el último aliento. “Poco antes de enfermarse él me había pedido que le consiguiera dos cosas. Quería un micro escolar de juguete para llenarlo de santos y también un clave, el instrumento que tocaba Bach. No lo quería de adorno, quería tocarlo sin saber como tocarlo. Como casi todo lo que hacía, con la aproximación que solo un niño puede tener hacia las cosas”. En estos mutantes de poliuretano que tocan una música secreta o en estas cosas colgantes que dicen algo que no se puede leer está ese mismo espíritu.
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