Leopoldo Lugones: de pionero y vanguardista a “desterrado” del paraíso de la literatura argentina
El 18 de febrero de 1938, hace 85 años, el escritor se suicidó en un recreo del Tigre; su obra casi no es leída fuera de los ámbitos académicos, sin embargo, su vida sigue nutriendo la mitología de las letras
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La influencia de Leopoldo Lugones (1874-1938) en la literatura argentina fue tan grande que, después de su muerte, la Sociedad Argentina de Escritores declaró Día del Escritor en el país el 13 de junio, por la fecha de su nacimiento, en la localidad cordobesa de Río Seco. Hoy la obra de Lugones -que agrupa libros de poemas y cuentos, biografías, ensayos, artículos para la prensa y una novela- casi no es leída fuera de los ámbitos académicos. Sin embargo, su vida sigue nutriendo la mitología local de las letras, en parte por el “arco narrativo ideológico” que transitó. Del anarquismo y el socialismo pasó al liberalismo; luego fue conservador y por último, en sintonía con otras manifestaciones de la época, adoptó posiciones fascistas y antidemocráticas al promover el primer golpe de Estado de la historia argentina, encabezado por José Félix Uriburu, en 1930. No obstante, y a diferencia de otros intelectuales argentinos, rechazó el antisemitismo. Fue colaborador de LA NACION.
El 18 de febrero de 1938, hace 85 años, se suicidó en un recreo del Tigre. Tenía 63 años. Las causas de esa decisión se atribuyeron, por un lado, a cuestiones íntimas (su romance con la estudiante y escritora, María Alicia Domínguez, que la familia de Lugones repudiaba) y, por otro, a razones políticas: Lugones se quitó la vida dos días antes de que el general Agustín P. Justo dejara la presidencia de la nación en manos de Roberto Ortiz (que ganó en elecciones calificadas de fraudulentas).
Tuvo discípulos y, como destacó María Pía López en Lugones: entre la aventura y la cruzada, “seguidores díscolos”, como Jorge Luis Borges, al que Lugones quiso retar a duelo por las críticas atrevidas del joven porteño al Romancero. “El pecado del libro está en el no ser; en el ser casi libro en blanco, molestamente espolvoreado de lirios, moños, sedas, rosas y fuentes y otras consecuencias vistosas de la jardinería y la sastrería; de los talleres de corte y confección, mejor dicho”, juzgaba Borges que, tiempo después, en el prólogo de El Hacedor, imaginó un reencuentro, en sueños, con Lugones en la Biblioteca Nacional.
En su Diccionario de escritores latinoamericanos, César Aira solo rescata de la producción lugoniana el ensayo por encargo gubernamental El imperio jesuítico (que Borges prologó para su colección Biblioteca Personal) y considera el resto de la obra prácticamente ilegible. No obstante, le dedicó en 2020 una nouvelle, Lugones, donde narra el último día de la vida del escritor.
“Una tarde a fines del verano pasado llegó a nuestra isla el más grande escritor argentino, Leopoldo Lugones, sin equipaje, de incógnito, y con un revólver en el bolsillo. Qué venía a hacer, no lo sabía el personal del recreo, y en realidad no llegó a saberlo nunca nadie. El revólver debería haber sido una pista, pero un arma puede servir a tantos fines que habría sido en vano especular: sea como fuera, todos supieron desde el primer momento que lo traía. Esto fue así: al pasar de la lancha al muelle de madera, con un paso que quiso ser desenvuelto pero en realidad estaba muy cargado de prudencia, a Lugones se le ocurrió sacar el reloj”, se lee al inicio del relato de Aira, donde por un tropezón en el recreo El Tropezón, el personaje de Lugones saca un arma en vez del reloj.
Para suicidarse, el escritor no usó revólver alguno: tomó whisky mezclado con cianuro. En su carta de despedida, solicitaba que se lo enterrara en una tumba anónima y que ningún sitio público llevara su nombre.
El fantasma de Lugones, con su retórica multiforme y a veces abstrusa, sus odas al paisaje y sus proclamas patrióticas, atravesó la historia literaria del siglo XX. Ezequiel Martínez Estrada, David Viñas, Noé Jitrik, Horacio González e Ivonne Bordelois, entre otros destacados autores, escribieron ensayos sobre él. Guillermo de Torre lo describió como un “espíritu potente” al que el tiempo colocaría en su debido lugar.
Su único hijo, Leopoldo “Polo” Lugones (jefe policial acusado de violador, torturador e introductor de la “picana” eléctrica en el país) se quitó la vida a finales de 1971. Alejandro, bisnieto de Lugones, hijo de la escritora y periodista Susana “Pirí” Lugones y hermano de Tabita Peralta Lugones (la autora de Retrato de familia), se suicidó, también en el Tigre, a finales de 1971. Pirí, hija de Polo Lugones, fue una referente de la cultura porteña en los años sesenta que luego integró las Fuerzas Armadas Revolucionarias y Montoneros; un grupo paramilitar la secuestró en 1977 y fue asesinada en febrero de 1978, cuatro décadas después del suicidio de su abuelo escritor. La película Familia Lugones: un viaje a la historia argentina del siglo XX, de Paula Hernández, reconstruye la historia de esta trágica estirpe, con Martín Piroyansky y Nahuel Pérez Biscayart como jovencísimos narradores y pesquisas. Se puede ver en YouTube y en la plataforma Cine.ar.
“De un modo u otro, Lugones da forma a lo que entendemos como literatura del siglo XX -dice el escritor y profesor Diego Bentivegna a LA NACION-. Sería imposible, por ejemplo, pensar el desarrollo del género fantástico y del relato ‘raro’ rioplatense, de Quiroga a Borges, de Wilcock a Levrero, sin Las fuerzas extrañas, de 1906. En poesía, como lo reconoció en su momento el propio Borges, muchas de las formas con las que opera el verso moderno habían sido exploradas premonitoriamente por Lugones, en especial en Lunario sentimental, de 1909; es un libro que desarma el canon del modernismo mucho antes de la irrupción de las vanguardias criollas”. El nicaragüense Rubén Darío, papa del modernismo hispanoamericano, había bendecido al Lugones de Los crepúsculos del jardín.
“En sus libros de poemas tardíos, los Poemas solariegos y los Romances del Río Seco, escritos en paralelo a las críticas violentas de los jóvenes de Martín Fierro, Lugones responde serenamente a esos ataques con una exploración del léxico, los decires y de la sintaxis populares de su región natal, el norte cordobés -destaca Bentivegna-. Es la búsqueda de la ‘zona’ que no es, sin embargo, un retorno a los orígenes y que no opta por el color local o por el ‘folklorismo’. Por último, no hay que olvidar que Lugones fue leído con atención, casi con obsesión, por críticos de diferentes vertientes ideológicas: Borges, Leonardo Castellani, Martínez Estrada, Samuel Glusberg, Juan José Hernández Arregui, Bernardo Canal Feijóo. Son lecturas que, en muchos casos, desmontan la lamentable linealidad entre posiciones políticas y opciones de estética y de pensamiento con la que reductivamente se sigue leyendo hoy, muchas veces, a Lugones”.
El legado de Lugones, por Pedro Luis Barcia
Hoy se cumple un año más de la decisión final de Lugones de “cubrirse deliberadamente de muerte”. Es conveniente, en su memoria, esquiciar cuál es su legado.
Al morir Darío, en 1916, Lugones lo llamó: “el último libertador de América “. (Cincuenta años más tarde, Borges hace suya la frase sin indicar la autoría.) Lugones fue un continuador de la labor dariana en lo que hace a la renovación y liberación de formas poéticas, a la diversidad de metros, al uso virtuosista de las rimas insólitas, y un largo etcétera.
Su creatividad metafórica es impar en la poesía argentina; pero es, de preferencia, un descriptor del mundo exterior, con tal precisión que, a veces, amortece el encanto de la sugerencia. Su veta lírica asoma más aisladamente.
Su evolución poética marca toda una amplia gama de tendencias y modalidades asumidas con una potente capacidad de innovación estilística: desde la entonación victorhuguesca y cosmogónica de Los mundos (1893) hasta la voz arraigadamente criolla de los Romances del Río Seco (1938); transitando por el “Himno a la Luna” (1904), que anticipó todo el ultraísmo (Borges dixit), y haciéndose eco de la latinidad clásica en sus Odas seculares (1910), cuando la celebración del Centenario grande.
Consolidó entre nosotros los previos despuntes aislados del cuento fantástico y el de ficción científica, con el aporte de un encomiable volumen: Las fuerzas extrañas (1906), que nos puso a la cabeza de estos dos géneros en toda Hispanoamérica.
Transitó parábolas extremas en lo político y en lo ideológico: desde una izquierda incendiaria juvenil a una derecha recia y aguerrida en sus últimos años; desde El dogma de obediencia contra el cristianismo hasta la aceptación plena y celebrada del aporte cultural del cristianismo a Occidente, en su libro inédito, que me tocó editar, El ideal caballeresco (1938). Pero, advirtamos que, en todos los casos, pudo decir, como el honesto socialista Jean Jaurès: “Nunca saqué pasajes de ida y vuelta”.
Como ejemplo de conducta para nuestros políticos tornadizos, practicantes del panquequismo activo, Lugones se sintió en la obligación moral de explicar a los argentinos las razones de cada uno de sus cambios ideológicos. Lo hizo en ensayos explícitos y paladinos. Lugones fue siempre un expuesto, un Ecce Homo, como subtitulaba la simpática caricatura de la revista Martín Fierro, y lo ratificara, con registro fúnebre, el soneto de Larreta a su muerte: “¡Ah, la virtud aquella de la faz de Ecce Homo/ y aquel nuevo perfume de Dios en sus canciones!”.
Una de sus actitudes más ejemplares fue la forma de pararse frente a la tradición cultural universal: libre de todo complejo de inferioridad y sintiéndose heredero de ese vasto legado. Además de manejar las lenguas modernas, estudió griego y latín y tradujo de esas lenguas obras clásicas, como una forma de “apropiamiento”, y de acercamiento de los argentinos a aquellas fuentes. En sus últimos años, estudió el árabe para tener acceso directo a esa cultura milenaria.
Borges, con buen humor -que jamás alteró la buena relación con Lugones, pues “el viejo” no se inmutaba-, lo escarneció en verso y en prosa, al tiempo que reconoció siempre en él al notable cuentista, al precursor poético y al maestro de la prosa: “señor de todas las palabras y de todas las pompas de la palabra”. Cuando debió mencionar a dos poetas argentinos memorables, uno siempre fue Lugones.
He recogido en los siete tomos de la serie Lugones desconocido parte de su obra que permanecía olvidada en las páginas de este diario, LA NACION, en el que colaboró por décadas. Aún queda tarea de cosecha de decenas de piezas valiosas que conviene salvar del olvido, pues ellas no son cadáveres flotantes en la “Estigia de tinta”, como llamaba Payró a las páginas de los diarios, sino una tarea noble de rescate de náufragos, como tituló una reseña de nuestro trabajo en estas planas la escritora María Esther Vázquez.
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