"Mujer sentada sobre un hombre desnudo", pintura de 1942, representa a la protagonista vestida y reflexiva y a él, desnudo y dormido. Una actitud desafiante para la época, creada por una mujer que una década antes había posado sin ropa, bajo el agua, para la cámara de Henri Cartier-Bresson. Con la misma osadía que tuvo su madre al huir de Buenos Aires a comienzos del siglo XX, cuando ella tenía poco más de un año, para escapar de su marido.
Se dice que ya en Triestre, tierra de sus ancestros, Leonor Fini era obligada a vestirse como hombre para no ser descubierta por su padre. Y hay quienes sugieren incluso que esa disputa familiar provocó su fascinación por las máscaras, como la que cubre una parte de su rostro en una fotografía tomada en 1938. Debajo asoma, sensual, su pierna con una liga.
"Siempre sintió que la identidad era solo una máscara", declaró la curadora Lissa Rivera hace dos años, cuando el neoyorquino Museo del Sexo le dedicó una retrospectiva a sus pinturas, dibujos y objetos. Artista, ilustradora, escritora y diseñadora, fue una mujer libre que no encajó con ningún estereotipo. Convivió durante décadas con dos hombres a la vez y exploró sin tabúes el erotismo en su vida y obra. Poblada de personajes andróginos, incluye ilustraciones para la novela erótica Historia de O y Juliette, del Marqués de Sade.
"Autodidacta", aclaraba sobre ella Alfred H. Barr Jr. en el catálogo de la muestra colectiva Arte Fantástico, Dadá y Surrealismo que alojó en 1936 el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Para entonces Fini ya vivía en París, donde frecuentó a los grandes artistas de su generación, fue amante de Max Ernst y se hizo amiga de Jean Cocteau, Giorgio de Chirico y Alberto Moravia.
Más de ocho décadas después, mientras se prepara el catálogo razonado de su legado, Teresa Riccardi trabaja para impulsar una exposición suya en el porteño museo Sívori, que quedó postergada por la pandemia hasta nuevo aviso.
"Siempre imaginé que tendría una vida muy distinta a la imaginada para mí, pero entendí desde muy temprano que tendría que rebelarme para crear esa vida", dice Fini citada en la página de Sotheby’s, casa de subastas que acaba de marcar un récord para su obra: semanas atrás vendió por 980.000 dólares la pintura Figuras en una terraza, de 1938. Una vez más, ella y otras mujeres están representadas allí con cabelleras leoninas, tan poco domesticadas como sus espíritus salvajes.
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