Leonardo Pitlevnik, juez, escritor y “borgeólogo”: “El Derecho es una forma de narrar el mundo”
En “Borges y el derecho. Interpretar la ley, narrar la justicia”, el penalista explora conceptos asociados con las nociones de la verdad en un juicio, los premios y castigos, los procesos al “mal absoluto” y la interpretación de las leyes que son, también, textos
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Existen libros sobre Borges y la matemática, Borges y la física, Borges y la Biblia, la filosofía, el cine, la memoria, la traducción, el tango, la ciencia ficción, la ciudad de Buenos Aires y la big data. A esa colección hay que añadir ahora Borges y el derecho. Interpretar la ley, narrar la justicia (Siglo XXI), del profesor, juez penal y escritor Leonardo Pitlevnik (Buenos Aires, 1964). El autor ha sido también, para quienes conocen las novelas policiales de Alicia Plante, “modelo” del personaje del juez y detective Leo Resnik. En sus lecturas de “Emma Zunz”, “La lotería en Babilonia”, “Deutsches Requiem” y “Pierre Menard, autor del Quijote”, Pitlevnik explora conceptos asociados con las versiones de la verdad en un juicio, los premios y castigos, los procesos al “mal absoluto” y la interpretación de las leyes que son, también, textos.
El autor había leído El Aleph a los veinte años. “Se trataba de una de esas ediciones delgadas de Emecé que, con el paso del tiempo, se amarilleaban y se deshojaban”, cuenta en el prólogo. “Seguí comprando de a puchos los libros de Borges al librero de siempre: un personaje que, en la entrada de una galería, se había acostumbrado a verme buscar entre los estantes y me dejaba hacer”. Pitlevnik -que publicó tres novelas- presentó su ensayo en el Salón Verde de la Facultad de Derecho (Figueroa Alcorta 2263) junto con Sylvia Saítta, Martín Farrell y Agustín De Luca.
“Más allá de su trascendencia, se trata de un clásico personal -dice Pitlevnik sobre Borges-. Me refiero a esos libros que leímos y volvemos a leer y a subrayar y a marcar párrafos enteros a lo largo de la vida. Es habitual que me encuentre con un verso o una imagen marcados hace veinte o treinta años y que siguen produciendo en mí un efecto similar. Ese que yo era disfrutaba del mismo texto que hoy vuelvo a leer. A todos nos pasa que después de leer aquello que nos impacta, necesitamos cerrar el libro un momento, respirar, volver al texto, comprobar que sigue allí, incluso tratar de memorizarlo. A esto podría denominar en mí, ‘el efecto Borges’”.
Su libro surgió a partir de lecturas de textos de lo que se conoce como el Movimiento de Derecho y Literatura. “Si bien puede reconocer sus fuentes diversas a lo largo de la historia, se desarrolló en el medio académico a partir de la década de 1970 -detalla el juez y escritor-. La mirada puesta en Borges parece inevitable no solo por el modo en que me marcaron sus libros sino porque, como dice Ricardo Piglia, a quien cito en el epígrafe, intentar dejarlo de lado es como dejar de lado el río y caminar a pie a Uruguay como si no hubiera agua”. Pitlevnik escribió primero algunos artículos y luego le dio forma al ensayo, que incluye referencias a destacados “borgeólogos” como Beatriz Sarlo, Daniel Balderston, Sylvia Molloy e Iván Almeida.
Borges y el derecho está estructurado en cuatro ejes, uno por cada cuento mencionado. “A partir de algunos de los relatos de Borges, gira en torno a temas centrales de la discusión jurídica: de qué modo entendemos el merecimiento y el castigo; cómo se narra un hecho desde quien acusa, desde quien se defiende y desde quien juzga; cómo pensar los delitos más atroces, si cabe algún discurso respecto de ellos que pueda significar explicación o perdón; y cómo leemos y entendemos la ley”.
En 2018, Pitlevnik hizo una residencia en el Borges Center, que dirige el investigador estadounidense Daniel Balderston. “Con el apoyo de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, que me formó y donde doy clases desde hace muchos años, pude aprovechar una estadía de varias semanas en la Universidad de Pittsburgh -cuenta-. Tuve la oportunidad, no solo de acceder a la biblioteca y el material del centro, sino también de asistir y exponer en unas jornadas sobre la obra de Borges con la participación de especialistas de Estados Unidos y de nuestro país”.
-¿Qué relación hay entre narración y derecho y en qué medida las ficciones borgeanas son útiles para pensar el derecho?
-El derecho es una forma de narrar el mundo. Uno puede pensar las constituciones como novelas de ficción que construyen un universo de reglas para acercar la realidad a determinados ideales más o menos igualitarios, más o menos autoritarios, según cada sociedad. Cuando leemos los textos de Balderston, Ana María Barrenechea, Sarlo o Piglia sobre la obra de Borges, se puede observar que además de lo literario hay ciertos bordes ligados a la construcción de una idea de comunidad, de castigo o de suerte que dan pie a un acercamiento ligado a perspectivas normativas. Además de los temas centrales que estructuraron el libro, en trabajos publicados por separado tuve la oportunidad de trabajar la idea de traición, lealtad, pertenencia y comunidad, los significados y tipos de prisiones que aparecen en sus ficciones y en las de Adolfo Bioy Casares, las posibilidades de juzgar y la noción de autoría y plagio.
-¿Qué se puede aprender, leyendo a Borges, sobre el castigo, el juicio, la condena y otras cuestiones jurídicas?
-Ciertas voces del Movimiento de Derecho y Literatura postulan que el acercamiento a las ficciones nos provee de cierta humana cercanía o mayor empatía con los personajes, con los conflictos emocionales o de orden moral. El personaje de “Deutches Requiem”, un nazi juzgado por sus crímenes en un campo de concentración, quizá desdiga esa forma de pensar. Al menos Borges lo concibe amante de Shakespeare y Brahms. Pero también es cierto que las ficciones nunca pueden deshacerse de esos interrogantes. Edipo rey, Crimen y castigo o El proceso giran también en torno a esas cuestiones. No creo que nos provean de mayor conocimiento en términos de cantidad o dato, pero sí hay cierta forma de pensar la justicia o el castigo que se vuelve menos rígida, más permeable.
-¿La literatura puede legislar y juzgar y el derecho imaginar y narrar?
-Que el derecho puede imaginar y narrar es para mí una certeza. La igualdad real ante la ley o el acceso a una vivienda digna son mundos mejores que estamos obligados a construir. En cuanto a la literatura, la cuestión es más difícil. Le rehúyo en general a los textos cuya intención es imponer una idea o convencer de lo bueno o de lo malo; aquello que Borges refería sobre la literatura comprometida. Se supone, además, que la decisión sobre el recorrido de un texto literario está sometida a criterios estéticos. Esto no impide, como en las ficciones de El Aleph o Ficciones, una lectura que derive en reflexiones sobre la ley o el juicio.
-Como juez, profesor y escritor, ¿qué lugar ocupa la literatura en su vida y de qué manera influye en su trabajo?
-Como el derecho es, sobre todo, lenguaje, esos dos mundos se vuelven porosos. Esto no implica fantasear el derecho desde una ilusión zonza, ya que es, en última instancia, un lenguaje de autoridad. Pero como es evidente que lo que uno es atraviesa lo que hace, me es imposible no pensar el derecho desde su condición narrativa: las manifestaciones de lo que creemos justo, cómo dictar una sentencia o el desarrollo de debates en las clases en la universidad. Una de mis novelas, Los murciélagos, es sobre dos hermanos que viven en la calle. Mis amigos suelen decir que mis primeros años judiciales en lo que, en esa época, se llamaban “tribunales de menores” se cuelan dentro de la historia.
-¿Está escribiendo ficción actualmente?
-Tengo los primeros esbozos de una novela, pero hoy trabajo en un ensayo sobre algunos conceptos que Borges deriva del Quijote y a partir de los cuales despliega un modelo social de lo argentino que, en mi criterio, puede ser leído con sentidos diferentes.
-¿Qué piensa de que los sobrinos nietos de Borges quieran “repatriar” los restos del escritor al país?
-No tengo opinión formada sobre ese tema. En general me parece razonable que uno pueda decidir en donde descansarán sus restos.
-¿Cuál la situación de la Justicia en el país?
-Tal vez el modo en que hablamos de ese “poder” encargado de la administración de los conflictos ya nos predispone a esperar demasiado. Los que, trabajando en el Poder Judicial, se llaman a sí mismos “la Justicia” es como si dijeran que trabajan en “la Belleza” o “la Virtud”. Creo que a veces carecemos de suficientes redes sociales, canales de comunicación, espacios de contención, es decir, todas las instancias previas a la administración de justicia. Recurrimos al castigo pensando que nos hará distintos o que solucionará problemas que, en realidad, no dependen de cuánta cárcel impongamos. El Poder Judicial en esos términos se ve sobrepasado o corre el riesgo de responder de manera burocrática, de terminar con cárceles atiborradas o con víctimas que se sienten abandonadas. Por otro lado, conozco muchos jueces y juezas cuya vocación y entrega pasan desapercibidas. También es cierto que el poder de encarcelar o absolver no es poca cosa y requiere de conciencia de las propias limitaciones. Puestos a elegir una forma de resolver cuestiones penales, mejor los jurados.
-¿Es verdad que el personaje del juez Leo Resnik que reaparece en las novelas de Alicia Plante está inspirado en usted?
-Si es así, debiera responderlo Alicia, a quien quiero y admiro.
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