Leonardo Padura vuelve sobre un Trotski “lleno de esperanzas” y la fuga de Siberia en un trineo de renos
Tras la publicación del diario en el que el revolucionario ruso narró su deportación a Siberia en 1907, el escritor cubano señala que sus ideas siguen vivas en América Latina
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El 3 de enero de 1907, el revolucionario ruso León Trotski y otros presos políticos inician su viaje de exilio desde San Petersburgo hacia Obdorsk, una ciudad sobre el Círculo Polar Ártico, a más de 1.600 kilómetros de la estación de ferrocarril más cercana. Trotski ya había sido desterrado a las colonias penales de Siberia seis años atrás. El inhóspito paisaje sigue igual, pero a la vez nada es lo mismo por el clima prerrevolucionario que se respira, escribe en Tudá i obratno [Viaje de ida y vuelta], publicado por primera vez en español con el título La fuga de Siberia en un trineo de renos (Siglo Veintiuno). Los campesinos “hablan sobre los temas políticos, reflexionan sobre cuándo va a terminar esto”; el niño cochero que los traslada en la tercera etapa “es consciente de que todos están de su lado y sin tapujos” vocifera:
— ¡Arriba el pueblo obrero! ¡Arriba los hambrientos! ¡A luchar!
“Era un joven Trotsky casi en estado puro. Un hombre solo, lleno de esperanzas”, lo describe el escritor cubano Leonardo Padura en diálogo con EL PAÍS sobre el libro en el que narró su deportación y posterior huida del destierro al que lo mandaba el régimen zarista.
Padura, autor de la novela El hombre que amaba a los perros (Tusquets, 2009), en la que describe las vidas de Trotski y el hombre que lo asesina en su exilio mexicano, Ramón Mercader, firma el prólogo de este pequeño hallazgo que permite asomarse a la personalidad íntima del político ruso. “Su publicación, por primera vez en lengua española, puede resultar un homenaje a la memoria de un pensador, escritor y luchador asesinado hace más de ochenta años que, en este mundo tan descreído de hoy, todavía hace pensar a algunos que la utopía es posible. O, cuando menos, necesaria”, subraya el escritor cubano.
Para Padura, el atractivo por la figura de Trotski sigue especialmente vivo en los países latinoamericanos. “Creo que el interés por Trotski en América Latina tiene que ver con nuestra larga historia de insatisfacción social y política”, responde. “Desde la llegada de los españoles, las independencias de los siglos XIX y XX, parece que todos los intentos por construir un camino de democracia y justicia no se han conseguido. Hemos derivado incluso en dictaduras muy lamentables. Trotski ha tenido gran influencia en determinado pensamiento para buscar respuestas y quizás soluciones a esa insatisfacción”, señala.
El novelista cubano cree que a diferencia de los líderes comunistas que gobernaron la Unión Soviética, Trotski, el revolucionario exiliado, ha resultado ser “un maltrecho vencedor” de la disputa histórica, de la que ha emergido como un símbolo de resistencia.
En 1907, Trotski tenía 27 años. En 1940, cuando es asesinado, le faltaban unos meses para cumplir 61 años. “Hay una similitud: la pasión. Tenía un gran optimismo político y eso lo convertía en el luchador que fue. Mantuvo siempre esa pasión y esa fe en que algo se podía hacer”, contesta Padura al comparar el joven revolucionario con aquel exiliado en Coyoacán en la recta final de su vida. “Pero no es igual el hombre que lucha con un horizonte que aquel que ya ha pasado por muchas etapas y decepciones y que ve cómo los ideales se han ido pervirtiendo. En este libro es un Trotski que está luchando, el otro (el que Padura recrea en El hombre que amaba a los perros) es un Trotski que ya luchó y que aunque sigue luchando sabe que por cada paso que da retrocede dos”, continúa.
A diferencia de sus textos más políticos, en La fuga de Siberia en un trineo de renos emerge el lado más humano del político ruso. A lo largo de las 40 jornadas de ida, descritas a través de las cartas dirigidas a su esposa, Natalia Sedova, el deportado reflexiona sobre el descenso diario de “un peldaño más hacia el reino del frío y el salvajismo”, donde el autor describe como un “frío tolerable” temperaturas de “-20. -25, -30ºC”.
Durante los once días de su fuga, en dirección inversa, Trotsky describe la embriaguez casi permanente de su guía, Nikifor Ivánovich, y las costumbres de aquellos que encuentra por el camino, como en este párrafo: “Los ostiacos son tremendamente perezosos; quienes se encargan de todas las labores domésticas, y no sólo de las domésticas son las mujeres: es bastante común sorprenderlas camino al bosque, yendo con un fusil a cazar armiños y visones”.
Los renos, a los que define como “criaturas fascinantes”, merecen la constante atención del autor. “Cuando emprendimos nuestra odisea, llevaban ya dos días sin alimentarse y va a ser otro día más sin dar un bocado”, escribe. “El reno lo es todo: te alimenta, te viste, te transporta”, destaca en otro pasaje del libro.
“Trotski fue un hombre con una altísima sensibilidad. Cuando entraba en el terreno de la política se convertía en un político pragmático y despiadado, pero era un hombre con una visión muy humanista y europea. Esa sensibilidad la expresó a lo largo de su vida en la relación con la naturaleza”, asegura Padura. En El hombre que amaba a los perros, recogió la estrecha relación de Trotski con los canes, en especial con Maya, la borzoi que lo acompañó en sus primeros años de exilio en Turquía. “Cuando su perra muere, Trotski sufre un fuerte ataque de ciatalgia y los que sufrimos ciatalgia sabemos lo doloroso que es, pero aún así la lleva en brazos para enterrarla en el muro del cementerio de la isla”, dice.
“Su gran magnetismo personal fue capaz de conmover el corazón de Frida Kahlo”, destaca Padura, quien detalla que el romance entre ellos le costó a Trotski “tener que escribir las disculpas más difíciles” en una carta a su esposa que firmó como “Tu perro fiel”.
En 1907, mucho antes de esa fugaz historia de amor, antes también del triunfo de la Revolución Rusa y de su posterior expulsión y orden de asesinato, Trotski logra cruzar los Urales y subir a bordo del ferrocarril que lo acerca de nuevo a San Petersburgo. En el libro deja por escrito la celebración por haber cumplido un objetivo mucho más pequeño que aquellos a los que aspira: su fuga. “En los primeros instantes me sentí sofocado y oprimido en ese espacioso vagón semivacío. Entonces, salí: afuera soplaba el viento y todo estaba inmerso en las tinieblas, y un grito incontenible se escapó de mi pecho. Era un grito de libertad y alegría”.
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