Leer antes de dormir
Tiene casi 3 años años y quiere tres cuentos antes de dormir. Uno lo elijo yo, otro él, el tercero no se sabe. Yo leo en voz alta o miro los dibujos e invento el relato; él, por su parte, comenta algunos detalles, corrige mis invenciones, completa las frases que dejo flotando. La lectura es siempre despareja: podemos estar mucho tiempo conversando sobre una página y otras pasan a gran velocidad. En el medio de la lectura, hay intervalos para acomodar un dinosaurio en el hueco del colchón o sacarse las medias o intentar escaparse de la cama. Y después de los tres cuentos oficiales, hay un cuento extra, un bonus track: el cuento con los ojos cerrados.
Yo cierro los ojos y empiezo a inventar. Él cierra los ojos y los abre mientras da vueltas para un lado y para el otro con la mano metida en el hueco de la remera. El cuento de los ojos cerrados tiene algo de su vida. La hormiga que vive en la oreja del niño se llama como una niñera que tuvo en un viaje, o el protagonista del cuento viaja en una víbora de madera que es idéntica a la que él trepa en el parque cada día. El cuento de los ojos cerrados nunca termina, sino que se va apagando y él o yo nos vamos quedando dormidos.
Después, si no me duermo en su cama, me toca mi libro antes de dormir. Esa gran novela que leo en cámara lenta. Estiro el brazo y la saco de la torre de novelas apiladas en la mesita de luz. Me digo: voy a leer algo para mí, no algo que necesito leer porque estoy haciendo algún proyecto. Abro la novela que vengo demorando hace meses: La muerte del padre, de Karl Ove Knausgard. La novela empieza: "La vida es sencilla para el corazón: late mientras puede". Pienso: Es perfecta. La primera frase de la novela es tan perfecta que no sé si puedo soportar leer lo que sigue. Sin embargo, leo hasta dormirme.
Me pregunto si uno se va a la cama con un libro para no ir tan solo a esa muerte cotidiana que es dormir. Como si el libro fuera una madre o un amante. Hablo con mi propia madre sobre eso y ella, profesora de literatura, dice que Roland Barthes escribió al respecto. Después, me lee partes de la conferencia de Barthes por teléfono. Mi madre me dice: "Fijate esta frase": "La economía del placer consiste en cuidar la relación con el libro encerrándose solo con él, pegado a él, con la nariz metida adentro del libro. Como el niño se pega a la madre y el enamorado se queda suspendido del rostro amado". Mi madre cambia un poco la frase mientras la lee porque dice que así quedará mejor en el texto que voy a escribir.
Leer en la cama es lo más parecido a dormir con los ojos abiertos. En realidad, es la manera más natural de sumergirse en el sueño porque durante la lectura te vas yendo de vos mismo. Y casi sin darte cuenta, estás dormido. Muchas veces, despierto un par de horas más tarde con la luz del velador prendida y un libro abierto sobre la cama. Para alguien que no sabe dormir, leer siempre fue el mejor remedio. Ahora pienso: leer también puede ser un buen modo de morir. Morir en medio de una frase, así silenciosamente.
La autora es escritora, dramaturga y directora de teatro