Leer a Latinoamérica
En su nuevo libro de ensayos, resumen de una vida de abundantes lecturas, Carlos Fuentes ofrece, más que un canon, un itinerario personal
¿Cómo se gestan Latinoamérica y su literatura? ¿Bajo qué demandas históricas y socioculturales? ¿Qué representa y cómo se ubica hoy esta producción en el mapa universal? Tales preguntas vertebran este libro de síntesis conceptual y estética.
El concepto de "Latinoamérica" manejado por Fuentes es lo suficientemente amplio como para exceder la lengua castellana. Incluye al Brasil, con textos fundadores como los de Machado de Assis y novelas contemporáneas, como La república de los sueños , de Nélida Piñón, y a los autores no hispanófonos del Caribe. También se permite sobrepasar las fronteras de nuestro continente al dedicar un capítulo, como "persona grata", a Juan Goytisolo, en homenaje a su visión de una España plural, verdadero antepasado de una América Latina multicultural y multiétnica. Asimismo, el autor ensancha los límites de lo que suele entenderse por "novela" para remontarse, como matriz de toda ficción en estas tierras, a la crónica de Bernal Díaz del Castillo, en el siglo XVI, y reivindicar largamente a Borges en el siglo XX, como inmenso renovador de la imaginación verbal y posibilitador, por tanto, de una novela diferente.
En Bernal Díaz del Castillo, Fuentes encuentra una épica "atribulada" o "vacilante", por cuyas fisuras se filtra la imaginación novelesca. El gusto por el detalle que humaniza, la ironía que baja a los héroes de su pedestal, la ambigüedad y la duda están ya presentes en esta crónica donde el conquistador da cuenta de la destrucción de la Utopía, que será de aquí en más eternamente diferida desde el horizonte político al relato y se constituirá en motor incesante de la narrativa. Tres son las modulaciones de esta Utopía latinoamericana: Maquiavelo (el deseo de lo que es), Tomás Moro (el deseo de lo que debe ser) y Erasmo (el deseo lo que "puede" ser y el consiguiente debate). En este último, con su mirada crítica y relativista, y en Cervantes ("la tradición de La Mancha"), Fuentes sitúa los referentes esenciales de nuestra particular creatividad.
Después de un repaso de la cultura colonial (no tanto de la literatura, salvo por sor Juana Inés de la Cruz) y de la relativa ruptura planteada por la Independencia (que -señala- no corrigió vicios políticos y perpetuó muchas opresiones), el autor pasa al siglo XX sin detenerse en el anterior, donde no encuentra (injustamente, se puede sostener), textos meritorios en los que ahondar, así como tampoco ha encontrado, en la península ibérica, narradores valiosos en el lapso que va de Cervantes a Galdós. Rómulo Gallegos es definido como el padre de la novela hispanoamericana contemporánea con Canaima (1935), donde retoma la dicotomía inaugurada un siglo antes por otro político y escritor: Domingo Faustino Sarmiento, en su Facundo (1845), el libro más importante, para Fuentes, del período decimonónico. La novela de la Revolución Mexicana (Azuela, Guzmán, Yáñez) reactualiza estos tópicos, profundizando en una "épica desencantada". Las páginas dedicadas a Juan Rulfo y a su Pedro Páramo , dentro de esta sección, destacan por la convergencia de múltiples niveles de análisis en una escritura de brillo poético; algo similar podría decirse de las que consagra a dos grandes caribeños: Alejo Carpentier y José Lezama Lima, donde desarrolla también sugestivas reflexiones sobre el barroco como modalidad por excelencia del arte latinoamericano como arte mestizo (indo-afro-americano) que habla la lengua de la contra-conquista.
Borges y Cortázar ocupan lugares especiales en el mapa literario de Fuentes. Borges es el que abre definitivamente la literatura de Latinoamérica hacia la tradición entera de Occidente, rompe los estrechos nacionalismos y lleva a su extremo (con refinada ironía) la idea del tiempo como "lugar" utópico latinoamericano en "El Aleph". La condensación de tiempo y espacio en un punto se corresponde con la "síntesis narrativa superior" que lo lleva a multiplicar las perspectivas y a confundir y cruzar los géneros en relatos que tematizan y problematizan la ambición de totalidad. Cortázar, con su "linaje de locos serenos", es quien recoge sobre todo la herencia de Erasmo. En su narrativa, afirma Fuentes, triunfan la heteroglosia y la multiplicación de las verdades. Los mitos prehispánicos se conjugan con las técnicas posrealistas. La Utopía se (re)construye en un complejo juego especular entre Europa y América, y viceversa, a uno y otro lado del océano. Es en la Argentina, por cierto, donde Fuentes localiza la "ficción más rica" de Latinoamérica.
No faltan, más cercanos, notorios escritores de otros países, empezando por García Márquez o Vargas Llosa, siguiendo por el nicaragüense Sergio Ramírez o el chileno José Donoso, entre bastantes otros. La narrativa mexicana actual ocupa un considerable espacio, desde los clásicos hasta los del crack , incluyendo dos "finales" con "quinteto de damas" y "tercia de caballeros". Resulta grato constatar que Fuentes no olvida a las "damas de letras", más allá de los consabidos "apartados para el género". Diversos nombres y obras aparecen junto a los de los varones, como sucede con escritoras argentinas que el autor ha leído y estimado: Luisa Valenzuela, Matilde Sánchez, Sylvia Iparraguirre.
Resumen de una larga vida de lecturas, realizado por un escritor eminente y prestigioso, La gran novela latinoamericana es una vasta memoria hedónica y crítica que se venderá como "canon" propuesto por una figura de autoridad. No es el primero ni será el último libro de este tipo. La "pulsión canonizadora", con su fuerza centrípeta que resume y reduce, solo encuentra su exacta contracara en la inversa pulsión, expansiva y centrífuga, (re)descubridora de nuevas voces y de tesoros postergados u olvidados. Entre ambas y por ambas se escribe la crítica literaria.
Algunos se quejarán, como lo señala el propio autor en sus "palabras finales", de los nombres que aquí faltan (o de los que sobran). Pero este itinerario personal de lecturas debiera ser apreciado ante todo como tal, y por lo mucho que dice, antes que cuestionado por lo que deja de decir. El ensayista (que no es aquí un historiador de la literatura en función académica) tiene derecho a sus particulares preferencias. Por lo demás, también resulta válido, aun con respecto a las obras y nombres ausentes, el marco crítico-teórico que elabora para leer a Latinoamérica, cuya verdadera identidad "es sólo la de nuestra imaginación literaria y política, social y artística, individual y colectiva".