Lecturas al paso, un gesto de felicidad universal
Día del libro. En Nanning, capital de la Región Autónoma de Guangxi Zhuang, China, una librería ofrece sus servicios en un túnel próximo a una estación del subterráneo
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Luces y colores. Por esos horizontes rumbeaba el viejo humanismo: luz para el entendimiento, color para el matiz, lo diverso, la apertura al mundo y a los otros.
En luces y colores habrán pensado también quienes, hace un tiempo y con la arbitrariedad que suelen tener estas fechas –Cervantes y Shakespeare fueron la excusa–, dispusieron que el 23 de abril sería el Día Internacional del Libro.
Ese viernes más de uno le habrá pedido una tregua a la peste y habrá festejado –hay tantos modos de hacerlo– el Día del libro, que es el día de la palabra, del viaje que no necesita de rutas ni de aviones, del germen de otras vidas en la de todos los días.
Ese día un fotógrafo celebró con esta imagen tomada en el subterráneo de la ciudad china de Nanning. Luces, colores y una suerte de librería al paso, prodigio abierto en un túnel que ahora es algo más que una mera transición entre lugar de partida y estación de llegada.
Los libros están ahí, al alcance de la mano; los rincones para leer –asientos blancos incrustados entre los estantes– se ofrecen limpios, resplandecientes de contemporaneidad. Ese gusto indefinible: curiosear entre estantes, indagar en los títulos que asoman en cada lomo, sumergirse en la delicia de las novelas gráficas, dejarse impactar por el vaivén preciso de un párrafo inolvidable.
La felicidad, ese don esquivo, suele habitar en estos lugares: en ellos nos muestra su gesto más íntimo y gentil.
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