Le Parc conquista París
La muestra del maestro cinético nacido en Mendoza y premiado en la Bienal de Venecia en los años 60 es el gran éxito de la primavera boreal; eternamente joven y vigente, habla en una entrevista exclusiva del arte y de la vida
PARIS.- "A través de mis experiencias siempre intenté provocar un comportamiento diferente del espectador […], encontrar los medios para combatir la pasividad, la dependencia o el condicionamiento ideológico, desarrollando las capacidades de reflexión, comparación, análisis, creación y acción." Con esa afirmación, que bien podría ser interpretada como su credo personal, Julio Le Parc define seis décadas de una fecunda producción artística que, después de muchos desencuentros, acaba de alcanzar en Francia –y en apoteosis– un merecido reconocimiento.
"No me disgusta para nada –ironizó–. Sobre todo después de haber resistido durante toda mi vida a la obsesión por la fama y la celebridad que aqueja a muchos artistas. Desde chico aprendí a adaptarme a todas las situaciones, aprovechando las buenas y haciendo evolucionar las malas", reconoció durante la entrevista exclusiva que le concedió en París a adncultura.
Invariablemente vestido de negro, pañuelo al cuello y boina, Le Parc sorprende por su capacidad analítica, su lógica y su energía: a los 84 años trabaja todos los días en su estudio de Cachan, en las afueras de París, guiado por la misma curiosidad y los mismos objetivos que lo animan desde que se instaló en Francia en 1958.
–¿La creación es una cuestión de inspiración?
–[Risas] Para nada. La realidad que nos rodea suscita interrogantes que me llevan a poner a prueba ésta o aquella idea. A veces funciona, otras no.
Principal figura del arte cinético mundial, el argentino se transformó en el gran protagonista de la temporada cultural, con una monumental exposición monográfica organizada del 27 de febrero al 13 de mayo en el Centro de Arte Contemporáneo de París, más conocido como Palais de Tokyo: 2000 metros cuadrados de un recorrido fascinante, lúdico, pero de un absoluto rigor, marcado por telas e instalaciones ópticas, cinéticas y luminosas que, desde los años 50, distinguen el universo creativo de Julio Le Parc. La muestra incluye desde piezas históricas hasta telas realizadas poco antes de la inauguración en su atelier. Para ocupar el espacio disponible, el Centro de Arte Contemporáneo mandó a hacer reproducciones gigantes de algunas obras. Por ejemplo, su Continuel-lumière cylindre (1962), que originalmente medía 2 metros de diámetro, ahora triplicó sus dimensiones.
"Muchos móviles fueron realizados especialmente en la Argentina para la exposición", señala Daria de Beauvais. La joven y talentosa curadora quiso colgar también telas menos conocidas: "Para devolver toda su complejidad a una obra que sigue construyéndose", dice. El Palais de Tokyo, con su aspecto de arquitectura industrial abandonada, parece haber estado predestinado. La escenografía, cuyo objetivo es desorientar al visitante, alterna zonas oscuras y luminosas con muchas de las obras que parecen flotar en el espacio.
La espectacular muestra atrajo hasta 12.000 personas por día durante los fines de semana, una asistencia que superó el interés suscitado poco antes por la exposición de Salvador Dalí en el Centro Georges Pompidou. Denominada simplemente Julio Le Parc, permitió que el público redescubriera el arte cinético, esa corriente plástica tan celebrada en la década de 1960 y desde entonces caída en el olvido, archivada demasiado rápido en el cajón de las corrientes de los seventies. Marginada injustamente, porque en verdad la obra de Julio Le Parc es de una actualidad absoluta.
"Es precisamente por esa razón que decidimos organizar una ‘monografía’ y no una ‘retrospectiva’ –explica Daria de Beauvais–. La obra de Le Parc, aun aquellas piezas que tienen tres décadas, parecen haber sido realizadas ayer mismo."
Electrizante para cualquier edad, la obra de Le Parc es como una linterna mágica de efectos prodigiosos que reposan en mecanismos simples, de una precisión de relojería suiza, que Jean de Loisy, presidente del Centro de Arte Contemporáneo, califica de low tech. "Ésa es sin duda una de las explicaciones de su genio. Le Parc es capaz de crear un efecto mágico con una lamparita en el extremo de un hilo o con una serie de minúsculas láminas de plástico que se mueven", dice De Beauvais.
La sensación de embarcarse en un mundo irreal e inesperado comienza en el gigantesco hall de entrada, donde un Continuel mobile plateado se agita sobre la cabeza del visitante. Desde allí se pasará alternativamente del júbilo a la admiración, de la sorpresa a la interrogación, del asombro a la fascinación. Una sensación de jovialidad se instala en el principio de la muestra donde, a guisa de circuito iniciático, el visitante descubre un bosque de enormes láminas móviles de metal, de una simpleza angelical.
Todo en Le Parc tiende hacia un mismo objetivo: ver, sentir, interrogarse sobre el secreto de la impresión visual, buscar el porqué y el cómo, encantarse con esa magia infinita de la luz y de la forma. Para él es fundamental desdibujar la huella personal del creador, razón que lo lleva a implementar un método de trabajo cercano a los procesos industriales, a partir de un sistema unitario y un programa determinado. Al mismo tiempo, el artista escapa a cualquier tentación colorista, seleccionando una gama de catorce colores puros –sin degradaciones– que se combinan infinitamente en formas anónimas sobre una superficie activa.
Tras 50 años de exilio francés y más de 30 de relativo silencio en su país de adopción, el éxito descomunal de la exposición no parece sorprender al artista, que confiesa "vivirlo sobre todo con naturalidad".
"El público tiene siempre la misma capacidad de ver, comparar y apreciar, independientemente de las modas y los nuevos medios de comunicación que aparecieron en la sociedad en los últimos 50 años", señala.
–En otras palabras, ¿para usted este éxito no es un nuevo descubrimiento del arte cinético?
–No se puede redescubrir algo que no se ve. Y eso es precisamente lo que sucedió con el arte cinético europeo.
El artista se refiere al black-out ejercido contra esa corriente de creación a partir de los años 60, en beneficio del arte pop que venía de Estados Unidos. Alborotador por naturaleza, Julio Le Parc nunca tuvo pelos en la lengua. Desde entonces –más bien desde antes–, siempre fue fiel a sus convicciones y a sus principios políticos.
Como miembro fundador del Grupo de Investigación de Arte Visual (GRAV), que reunía artistas de ambiciones realmente revolucionarias y que desde 1961 luchó por democratizar el mundo del arte, Le Parc pretendía transformar la relación entre artista y sociedad, entre la obra y la mirada, y superar los valores plásticos tradicionales. Con el GRAV, también alzó la voz durante la tercera Bienal de París en 1963. "¡Basta de mistificaciones!", dijeron sus miembros, estimando que era imposible escapar de un circuito cerrado del arte, un círculo vicioso en el que no había apertura posible.
"Mi punto de partida siempre fue reflexionar sobre los mecanismos de la difusión, sobre la mistificación del creador y la inserción en el circuito comercial –explica–. Es imprescindible que el espectador jamás se sienta inferior, que tenga la relación más directa posible con la obra, sin necesidad de haber estudiado estética o historia del arte."
Pero antes de fundar el GRAV, Julio Le Parc había recorrido un largo camino. Un camino que comenzó en Mendoza, su provincia natal, donde un día, a los 14 años, se dio cuenta, al pasar por delante de la Escuela de Bellas Artes, de que "era exactamente eso lo que quería hacer". La conciencia social se formó después, seguramente en Buenos Aires, donde trabajaba de día en una fábrica y estudiaba arte por la noche.
"Buenos Aires era el sitio importante –confiesa–. Al borde del Río de la Plata nos encontrábamos todos: los marxistas, los marinos, los panaderos… En la Academia Nacional de Bellas Artes, uno de mis profesores fue Lucio Fontana, que predicaba la idea del espacialismo y nos obligaba a reflexionar. Al mismo tiempo se iban desarrollando las ideas sobre el arte concreto: formas simples y colores. No había necesidad de pasar por la figuración. Todas esas historias siguieron habitándome."
En 1958, gracias a una beca del gobierno francés, Julio Le Parc llegó a París, por entonces la capital mundial de la creación artística. "El modelo dominante en pintura era entonces la abstracción lírica", recuerda. Pero Julio tenía otras ambiciones. "Yo me negaba a poner al público en situación de inferioridad. Quería que su mirada fuera menos pasiva. Por eso comencé a inventar movimientos con pequeños cartones y mecanismos simples."
En 1959 empezó a experimentar con los efectos de la luz en el espacio. A principios de la década de 1960 imaginó obras cuyo aspecto está relacionado con el desplazamiento del espectador y estableció ciertas reglas teóricas. Por ejemplo, una gama única de catorce colores que sigue respetando aún en la actualidad.
Gran Premio de la Bienal de Venecia en 1966, dos años después fue expulsado de Francia por haber participado en el atelier popular de la Escuela de Bellas Artes, que creaba los afiches de Mayo de 1968. La expulsión fue mantenida a pesar de la intervención de numerosas autoridades culturales, entre quienes se contaba el célebre escritor André Malraux.
La distancia no calmó sin embargo sus ardores. De regreso en Francia, fue uno de los artistas que se negó a participar en la exposición 72/72 del Grand Palais, en 1972, por considerarla una manifestación demasiado comprometida con el gobierno. En los años siguientes, en el marco de las Brigadas de Artistas Antifascistas, participó en numerosas manifestaciones en contra de las dictaduras en América Latina.
En la muestra del Palais de Tokio, la última sala propone un inmenso juego de punching-ball que invita a golpear contra figuras que representan la autoridad: un militar, un sacerdote, un padre, un jefe y un juez. Un juego de dardos permite la elección del "enemigo": desde el imperialista hasta el intelectual "neutro", pasando por el capitalista o el militar.
Los museos franceses le hicieron pagar su impertinencia. No era para menos si se piensa que, también en 1972, jugó a los dados su participación en una exposición en el Museo de Arte Moderno de París… y perdió. Pero Julio Le Parc mira todo eso con filosofía: "Cada uno hace lo que puede. Yo jamás pude amoldarme para poder ser considerado un artista oficial. Me hubiera gustado sin embargo tener más imaginación para ayudar a cambiar las instituciones, más sometidas que nunca a los diktats del mercado", lamenta.
–¿Se podría decir entonces que los condicionamientos del arte nunca cambiaron desde la década del 1960?
–Desde aquella época, el arte contemporáneo se desarrolló basado en el concepto de la rareza, pensando en el futuro, cuando recién podrá ser comprendido. Muchos usan como ejemplo a los impresionistas o a los cubistas y su apreciación tardía en Francia. Como está concebido en la actualidad, el arte continúa sometido a los mismos resortes.
Para Le Parc, en la producción actual, mucho sigue siendo incomprensible para el espectador si el artista o su entorno no le explican lo que está viendo. Ya es una primera exigencia obligar al público a leer textos en las paredes y después en los catálogos. "Para mí, por el contrario, el contacto directo con el arte es lo principal. ¿Es arte porque todo el mundo reconoce que es arte o porque el artista dice que es arte? Galeristas, críticos, todos se suceden para otorgar el certificado de arte. El último de ellos es el comprador, que le pone valor económico a la obra", dice.
Pero Julio Le Parc no es sólo la exposición monográfica del Palais de Tokyo. El 10 de abril el Grand Palais inauguró Dynamo: un siglo de luz y de movimiento en el arte. 1913-2013, donde el argentino participa junto con otros 142 artistas en una muestra gigante que ocupa cerca de 4000 metros cuadrados. Junto con jóvenes en pleno ascenso, como Ann Veronica Janssens, Saâdane Afif y Philippe Decrauzat, o monstruos sagrados, como Robert Delaunay y Marcel Duchamp, Le Parc representa la generación del arte cinético y del Op Art junto con Victor Vassarely, el venezolano Jesús Rafael Soto y François Morellet. El denominador común: todos conciben la creación artística como la invención de dispositivos que ponen en tela de juicio tanto la definición del arte como la posición del espectador, llamado a someterse a distintas experiencias.
–Se podría decir que, sea cual fuera el sistema oficial, los artistas se sienten siempre a contracorriente…
–Gran parte del arte contemporáneo es un producto financiero, comprado por financistas con alto poder adquisitivo. Pero cuando el arte se transforma en un producto financiero, se falsea todo. Por otra parte, es imprescindible que ese arte sea excelente, es decir que responda a unos códigos establecidos por ese mismo mercado.
–Cuando usted comenzó a crear, ¿las cosas eran diferentes?
–En todo caso, nosotros no buscábamos como ahora el éxito a todo costa. Nuestro único interés era tener tiempo libre para crear. De nada sirve tener grandes ideas en la cabeza: si no se las puede concretar con las manos, quedarán para siempre en el terreno de la teoría.
A los 84 años, Julio Le Parc sigue negándose empecinadamente a entrar en el molde: "Nunca haré una exposición que magnifique un período o automatice un estilo –afirma–. Quiero seguir experimentando, que el conjunto de cada una de mis muestras sea como una nueva obra".
Vida
De Buenos Aires a París
Nacido en Mendoza en 1928, Julio Le Parc reside en Buenos Aires entre 1942 y 1958, cuando obtiene una beca del gobierno francés. Desde entonces vive en París, donde funda en 1960 el Grupo de Investigación de Arte Visual (GRAV). En 1966 obtiene el Gran Premio Internacional de Pintura en la Bienal de Venecia y al año siguiente exhibe una de sus principales obras (Desplazamientos) en el Instituto Torcuato Di Tella.
Obra
Luz y movimiento
¿Pinturas, esculturas u objetos? Las obras de Le Parc, que experimentan con los efectos ópticos producidos por la luz y el movimiento, se consideran piezas de arte cinético. Están realizadas con materiales industriales e incluyen el factor sorpresa y la transformación, en muchos casos provocada por el espectador, invitado a relacionarse con ellas en forma directa.
Pensamiento
Una propuesta lúdica
"La noción del Artista Único e Inspirado es anacrónica. [...] La obra estable, única, definitiva, irremplazable va en contra de la evolución de nuestra época", sostenía en 1961 el primer manifiesto del GRAV, que defendió el trabajo en equipo y la participación activa de un público no especializado. Buscaron que los espectadores interpretaran las obras con libertad, y que eso los impulsara a reflexionar sobre su propia situación cotidiana de dependencia.
América Latina en la mira
El grandioso comeback de Le Parc, infatigable creador de mundos nuevos, no sería completo sin la enorme cantidad de proyectos que espera concretar en los próximos años
- Brasil: muestra aniversario
"En octubre, Brasil festejará los 85 años de Le Parc con una gran muestra denominada Le Parc Lumière, que ya fue presentada en Suiza y en México y que nos gustaría poder llevar también a la Argentina", anticipa Yamil Le Parc, director artístico de la exposición del Palais de Tokyo. Trabaja con su padre desde hace seis años y es su mano derecha . - Buenos Aires: escultura y libro
Un viejo y anhelado sueño, según contó un año atrás durante una entrevista en el marco de Art Conversations de arteBA, sería instalar en el paisaje porteño una escultura monumental y poder publicar en español el libro editado por Flammarion a propósito de la muestra. - Obelisco: luz en la 9 de Julio
Otro proyecto consiste en la iluminación del Obelisco de la avenida 9 de Julio. Le Parc fue el único artista autorizado, después de Yves Klein, para iluminar en 2012 el Obelisco de la Plaza de la Concordia, emblemático y espléndido eje del país imperial, en una inolvidable edición de la Nuit Blanche, la noche de los museos insomnes.