Lazos familiares, temas perturbadores, casas llenas y vacías: una vuelta por el universo de Samanta Schweblin
La escritora argentina que vive en Berlín presentó este miércoles en el museo Malba su nuevo libro de cuentos, “El buen mal”
6 minutos de lectura'

Cualquiera que conozca la obra de Samanta Schweblin, es decir, que haya leído sus libros -de los premiados cuentos de Siete casas vacías a los que acaba de publicar en El buen mal (Random House), pasando por aquellos de Pájaros en la boca, y las novelas Distancia de rescate y Kentukis-, podrá decir que en la presentación de anoche en el auditorio del Malba estuvo todo. No por lo exhaustivo del recorrido -que no fue cronológico ni biográfico- sino porque en exactos 60 minutos, guiada por preguntas e intervenciones de una entrevistadora ducha, la periodista Hinde Pomeraniec, los temas, puntos de vista y el estilo que definen a la autora afloraron muy naturalmente. Habló de lazos familiares, casas y animales (conejos, caballos, gatos tienen protagonismo en sus textos), y se establecieron ecos entre estos relatos de ahora y otros anteriores mientras que su propia historia fue dando lugar a anécdotas personales con la escritura, la trayectoria y las geografías que fue habitando.
Residente en Berlín (“vivo a catorce mil kilómetros de mi casa, que es donde está mi familia”, en el sur de la Argentina), la escritora, que con este nuevo libro rompió un silencio de siete años sin publicar, partió justamente del presunto vértigo que anida en la exigencia de tener que sacar un libro nuevo, un acto que es cada vez “como poner un barquito de papel en el agua sin saber si va a flotar” y que, a la vez, “no lo querés soltar”. Al respecto, se rio de sí misma: “La presión no sé si estará o no, pero no acelera evidentemente el proceso”, aludiendo al tiempo que se tomó para este lanzamiento, y admitió que “los premios, la visibilidad que empieza a crecer y una especie de culpa de seguir yendo a los festivales sin libro nuevo” podrían funcionar como condicionantes. “Vos podés entrar a un material cargado de todos los miedos, pero la pista para saber si ese texto está funcionando es que te olvidás de todo, estás solo con él, y uno debería trabajar en completo silencio hacia esas voces, esas exigencias, esos pedidos”.

En la charla, Schweblin fue hasta la infancia para contar varias cuestiones en dos ejes de coordenadas: familia y literatura. Por ejemplo, en relación con su madre, saca a relucir una suerte de juego-ritual en el que cada noche ella comenzaba a leer y luego le proponía a Samanta que terminar la historia. “Mi mamá me prestaba real atención, quería saber qué iba a pasar. Quedaba en vilo y yo tenía una sensación de poder: puedo hacer que por unos segundos un adulto me espere, me mire; eso descubrí”. Más tarde, impulsada por su abuela Susana se presentó por primera vez a un concurso de letras del Fondo Nacional de las Artes sin saber bien lo que estaba haciendo. “Cuando me enteré de que ganarse el premio implicaba publicarlo me agarró un ataque total, y no escribí por cinco años. Fue una crisis terrible”. De aquellos cuentos “muy verdes”, en el sentido que no estaban listos para salir, apenas dirá que se los sacaron de las manos y nunca más los volvió a leer. También de chica son sus experiencias con Alfredo de Vincenzo, el abuelo artista que la formó no solamente los sábados en el taller de grabado adonde ella asistía con la “excusa” de ser su “asistente” (y en cuya intimidad leyó sus cuentos por primera vez), sino que él le hizo una suerte de “entrenamiento” con cada salida, cuando iban al teatro, a los museos. “Teníamos aventuras en Buenos Aires”, piensa ahora, a los 47 años, y revela que hacían diarios sobre los días que pasaban juntos. “El decía que escribía un diario, pero cuando falleció no lo encontré. ¡Y mirá que lo busqué, eh, estaba obsesionada!”. Del abuelo -fanático de Storni y Mistral- la conmueve aún transmitir esa emoción que le estremecía el cuerpo a él cuando leía; ella deseaba eso mismo para sí: “Quiero que me pase esto”.
Sobre la experiencia docente en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, pero más aún para referirse a la importancia de los seminarios que da en Lago Puelo -adonde sus alumnos llegan desde diferentes lugares del país y de América Latina en “una excursión interminable hacia el paraíso”, que demanda sucesivos viajes en avión, bus y remís-, usa una pregunta retórica que oficia a la vez de elocuente respuesta. “¿Y si un día no puedo escribir más? La angustia se me acabó. Esto me hace tan feliz como escribir”.
Se confesó en un momento: “Creo que soy cuentista por ansiosa: ¿¡por qué qué te voy a contar esto en 250 páginas si puedo hacerlo en 20?!”. Después Pomeraniec le preguntó por la intuición, que aparece en el cuento “La mujer de Atlántida”, uno de los más extensos de El buen mal. Conversaron sobre las residencias para escritores (en una de Shanghai transcurre “William en la ventana”); sobre la distancia, un tópico que atraviesa de diferentes formas la producción de una escritora que sin ser madre, pero siendo hija, claro, supo acuñar un concepto que hoy es ampliamente usado: el de “distancia de rescate”; las criaturas que tanto la atraen (“los animales son para mí como símbolos, señales, espejos, cambian nuestra percepción del mundo en solo segundos, no tienen lenguaje, pero comunican claramente”); y a propósito de casas ajenas apareció una inusual especie de voyeurismo que la autora practica: “Ir a ver la casa de alguien me encanta, mi cabeza explota. Es como ir a caminar por adentro de una persona -y hace una graciosa declaración-. Yo cuando voy a la casa de la gente les abro los botiquines”. Por supuesto no faltaron los temas perturbadores, que son el núcleo de sus cuentos, como el litio que se mete ahora en “El ojo en la garganta”, cuando el niño protagonista se traga una pila botón como la que se usan en los relojes o los controles remoto.
En el minuto 48, Schweblin acepta la invitación y lee el comienzo de “Bienvenida a la comunidad”, el relato que inaugura su nuevo libro. Que abre la puerta a ese universo donde pocas cosas son lo que parecen.
La charla completa se puede ver y escuchar en este link al canal de YouTube del museo Malba.
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