Lazos de escritura
TUMBA DE JAGUARES Por Angélica Gorodischer-(Emecé)-218 páginas-($ 29)
El cine ha prodigado imágenes de compositores componiendo y de pintores pintando, pero a la hora de representar la escena de la escritura se prefiere al escritor que quema sus páginas y que interrumpe o aniquila su obra. Lo que de verdad hay para contar de un escritor es el momento en que no consigue seguir; porque es entonces cuando se puede reflexionar sobre lo ya hecho. Esa interrupción es la obsesión que domina la última novela de Angélica Gorodischer.
Desde un núcleo original concentrado en la literatura fantástica y la ciencia ficción, Angélica Gorodischer ha expandido su escritura en todas direcciones, como si por haber hablado de planetas y de estrellas, su obra se prestase a cumplir similares procesos cósmicos. Hace años que ha dejado de ser sólo la autora de Trafalgar y de Kalpa imperial, sus libros más conocidos; en los últimos años su obra no cesó de crecer con novelas en las que la imaginación ya no necesita de naves espaciales o de mundos paralelos. En uno de sus últimos libros, Historia de mi madre, el registro fue absolutamente autobiográfico y algo de eso se filtra también en Tumba de jaguares. Aunque sus personajes son de ficción, los tres protagonistas y narradores son escritores y hablan de su oficio no en tono de jactancia o de justificación; hablan en el instante en que las palabras los abandonan.
La novela consta de tres partes que se imbrican unas en otras; cada una postula a las otras como obras de ficción. Cada uno de los tres escritores personajes escribe y es escrito a la vez. En "Variables ocultas", firmado por María Celina Igarzábal, Bruno Seguer, padre de una desaparecida, describe sus intentos de ocultarse en el mundo de la ficción para no tener que pensar todo el tiempo en el atroz destino de su hija. En "Contar desde cero", firmado por Bruno Seguer, Evelynne Harrington viaja a la selva tras un marido que comercia con unas tribus misteriosas y encuentra en la escritura un refugio contra el poder de un mundo amenazador. En "La incertidumbre", firmado por Evelynne Harrington, María Celina Igarzábal agoniza en un hospital y mientras espera la muerte, repasa los episodios de su vida, su relación con la literatura, los hombres y los hechos que la marcaron. Cada uno de estos tres personajes es protagonista de una narración y autor de otra; los tres escriben frases sobre el arte de narrar, entendido como un arte de supervivencia. Seguer, hablando de su esposa, dice: "No sabe que las cosas que no existen nos ayudan a vivir, que es lo imposible lo que nos sujeta a la vida y que cuando ya no los hay, nos morimos".
La primera parte -el lamento del padre por la hija desaparecida- y la tercera -la agonía- son de una intensidad ejemplar. El humor, que estuvo presente en buena parte de la obra de la autora, aquí casi no deja rastros. La forma de la obra y su carácter lúdico (afín a Borges y a Calvino) choca con la dureza de las historias, como si el recurso de la ficción dentro de la ficción no tuviera por fin "irrealizar" lo escrito sino, por el contrario, poner en escena el drama del escritor que inventa mundos mientras su propio mundo se "desinventa" y se apaga.
La interrupción recorre cada una de las páginas, y los títulos de las tres partes mencionan matices de esta inconclusión: "Variables ocultas", "Contar desde cero", "La incertidumbre". Pero Tumba de jaguares no habla de esta interrupción sólo para reflexionar sobre la escritura, sino para demostrar que las vidas también están llenas de hilos sin continuar, senderos clausurados, cortes inesperados, sin la ilusión de completud que se le puede pedir a un final.