Laura Devetach: "Con la literatura se aprende de manera permanente"
Candidata al premio Hans Christian Andersen 2016, la autora de textos infantiles cree que los libros hacen equilibrio con "los jueguitos y las pantallas"
Los Roldán-Devetach son una familia "muy metida con los papeles", como dice Laura Devetach, autora de unos 70 libros, entre cuentos para chicos, novelas y textos teóricos. Compañera de vida y de profesión de Gustavo Roldán durante 55 años, la escritora todavía atraviesa el duelo por la muerte de su marido, en 2012. En el departamento del barrio de Once, que compartieron desde 1976, Devetach continúa con una tarea que le resulta tan necesaria como dolorosa: poner en orden la biblioteca, los materiales inéditos y los títulos a reeditar del autor de La canción de las pulgas. En 2016, cuando se anuncien los ganadores del prestigioso premio literario Hans Christian Andersen, al que está nominada por la Argentina, Devetach celebrará su cumpleaños 80.
Trabajo con la obra que dejó Gustavo; voy lento porque no puedo dejar lo mío de costado. Los dos tenemos mucha producción. Ordenar los libros me conmovió muchísimo porque, al abrirlos, comencé a encontrar marcas y papelitos, tanto míos como suyos. Para mí fue una pérdida terrible. La fui procesando bastante bien, pero es difícil: era una presencia insoslayable. Junto con mi hija, Laura, que también es autora y hace promoción de la lectura, organizamos el material para reeditar su obra. Mi otro hijo, Gustavo, es autor e ilustrador y vive en Barcelona. Queremos publicar lo que quedó inédito, pero todavía no lo vi. No he tenido tiempo. Voy por partes.
Cada uno trabajaba en su escritorio, pero nos consultábamos. Éramos lectores el uno del otro de nuestras primeras escrituras. Ahora no tengo ese lector único: a veces, le paso el texto a mis hijos o a algún amigo. Empiezo a escribir a partir de algo que ya tenía: puede ser una idea anotada en un papel, que un día se enciende y me toca el timbre. Suelo dejar estacionar el material un tiempo y luego lo veo con otros ojos. Cuando empecé a escribir mis primeros cuentos, se los contaba a los chicos. En aquella época, la década de 1970, vivíamos en un barrio de Córdoba. Las historias ya tenían un paso por la oralidad. Me servía para probar si faltaba agregar o sacar algún elemento.
Gustavo era el que me impulsaba a la acción, yo no me ocupaba de ver qué podía hacer con el libro. Cuando se organizó en Córdoba un concurso literario importante, mandé cuatro cuentos y saqué los tres primeros puestos y una mención. Después presenté un trabajo en un concurso del Fondo Nacional de las Artes y gané el premio Estímulo. Era La torre de cubos, que fue prohibido por los militares. Con el subsidio pude imprimirlo a través del sello de la Universidad de Córdoba. Lo mandé a algunos medios de Buenos Aires y fue muy bien recibido. Hubo un boom.
El edicto de prohibición de La torre de cubos, de 1979, es fantástico. Entre los argumentos decía que lo prohibían por "exceso de imaginación" y "falta de objetivos trascendentes". Prohibido imaginar. La protagonista hace una ventana con los cubos y ve otro mundo, uno que le gusta. En paralelo está el mundo de los adultos que trabajan todo el día y no tienen tiempo para los chicos. Y, por otro lado, familias más libres, en contacto con la naturaleza, el campo, y más posibilidades de juego. Lo que molestaba era un lenguaje distinto porque introduje palabras y modismos del interior. Vengo del norte de Santa Fe y viví muchos años en Córdoba. Escribo como hablo, de manera que cada etapa de mi vida tiene sus propias palabras.
Mi obra sigue vigente. Se ha reeditado porque tiene lo que le objetaron: la óptica del chico. No son cuentos contados desde la ideología del adulto, que quiere que aprenda a lavarse las manos y a comer a horario. Son problemáticas de chicos o sociales en las que ellos están insertos. De alguna manera, yo presentaba una nueva infancia. Aunque estemos viviendo una sociedad diferente, esos temas interesan siempre. A veces me pregunto si los libros no harán un equilibrio con los jueguitos y las pantallas. Un complemento.
Cuento historias pequeñas. Tengo un personaje, la tía Sidonia, que les encanta a los más chicos, que cuenta historias como la del garbanzo peligroso o la del grano de maíz. Cuando iba a contar el cuento a las escuelas, llevaba un kilo de garbanzos porque la mayoría no los conocía. Nos divertíamos mucho porque les preguntaba qué creían que era un garbanzo. Algunos sabían, pero otros decían: "es un bicho", "es un monstruo". Ahora no estoy tan en contacto con chicos. Por cuestiones de salud y por el cambio en mi vida.
La literatura es una. No hay literatura para chicos y para adultos. Es una de las ramas del arte. El arte necesita salir de adentro para afuera. Si bien uno como autor tiene que ver qué le ofrece a los chicos y cómo organiza esa comunicación, cuando escribo para un público o el otro no pienso que hago una literatura diferente. Escribo para los dos, aunque publico más para chicos. Con la literatura se aprende de manera profunda y permanente. Coordiné un taller literario, de experimentación y creatividad con la palabra, durante diez años. El objetivo era aprender a leer arte, no leer libros como instrumento sino meterse en la literatura como quien se tira a un río y nada.
Cuando me nominaron para el premio Andersen, tuve que preparar un dossier con 10 libros, textos teóricos, reseñas. Me costó trabajo armarlo. Aquí casi no hay reseñas de libros infantiles. Tengo de mis primeros libros, pero casi nada de los más recientes. Encontré estudios críticos de especialistas. Así me enteré que hay mucha gente que estudia mi obra a nivel académico. Además de La torre de cubos y Monigote en la arena, que son dos fotos mías de distintos momentos de mi vida, elegí los que me sentía más cerca afectivamente, como Todo cabe en un jarrito, Cuento escondido y Diablos y mariposas. El anuncio del premio, en 2016, coincide con mi cumpleaños 80. No tengo grandes expectativas, para mí ya lo gané.
Reconquista, Santa Fe, 1936
Laura Devetach nació el 5 de octubre de 1936 en Reconquista, Santa Fe. Es licenciada en Letras Modernas porla Universidad Nacional de Córdoba. Es autora de La torre de cubos (1966), Monigote en la arena (1975), Picaflores de cola roja (1977), Cuentos que no son cuento (1986) y Las 1001 del garbanzo peligroso (1990), entre otros cuentos y novelas infantiles. Entre los libros teóricos figuran Oficio de palabrera (1991) y La construcción del camino lector (2008). En 2008 recibió el título Doctora Honoris Causa en la Universidad Nacional de Córdoba.Es candidata al premio Hans Christian Andersen, en la categoría autor, junto con Diego Bianki, como ilustrador.
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