Las vidas pasadas de Pedro Alonso: “Ahora mi trabajo es más chamánico”
Conocido por su personaje de Berlín en la exitosa serie televisiva La Casa de papel, Pedro Alonso O´Choro dice no tener ningún sueño suspendido en tiempos de pandemia. A punto de grabar la quinta temporada de la serie que le dio popularidad, presenta El libro de Filipo (Grijalbo). Es una historia que narra un episodio real de la vida del autor, cuando en París, en 2018, su pareja, la hipnoterapeuta Tatiana Djordjevic, lo condujo a una regresión a una vida pasada. Y descubrió que había sido un soldado romano. "En un tiempo no tan lejano, yo fui Filipo", se sorprende este polifacético artista que, además de actuar y escribir, se le anima a la pintura.
–¿Cuándo y cómo surgió la necesidad de escribir?
–Hace seis años empecé a escribirles a mis amigos, desde mi teléfono, mensajes diabólicamente largos. Yo me di cuenta de que cuando los escribía, a diferencia de otros momentos de mi vida, decía lo que se me venía a la cabeza. Pensé que era una buena forma de neutralizar las expectativas. Los guardé en un archivo, un día lo abrí y escribí el último mensaje diciendo: "Sea lo que sea esto, es el final". Ahí tenía el Potro noruego, un libro de más de 500 páginas que no publiqué. En ese momento claramente noté la configuración de una voz narrativa, y desde entonces no he parado de escribir.
–¿Te costó encontrar tu propia voz?
–Si lo pongo en perspectiva, tuve una transformación vital, existencial, hace catorce años atrás, y empecé mi vida, tanto en lo profesional como en lo personal, desde otro lugar. Una vida más meditativa e intuitiva. He venido trabajando con lo que no se ve, con lo intangible. Mi trabajo como actor en estos años ha cambiado por completo de la mano de lo que vengo haciendo con la pintura.
–¿La pintura fue la puerta de entrada a este nuevo mundo invisible?
–La pintura es una buena metáfora para explicar lo que me ha pasado. Yo pinto compulsivamente a medida que escribo. La pintura me dio la clave para buscar mucho de lo que espiritualmente me interesaba. La pintura te obliga a respirar, a no anticiparte. Me puse cada vez más expresionista, más abstracto. Ahora mi trabajo es más chamánico en muchos sentidos.
–Conociste a Tatiana en Montmartre, París, se cruzaron por la calle y se pusieron a hablar ¿Qué pasó a partir de ese encuentro?
–Nos conocimos y me planteó hacer una regresión a vidas pasadas, la propuesta estaba en la misma línea de mi búsqueda meditativa, chamánica e intuitiva; ella me generó confianza. Hicimos la regresión y fue un bombazo.
¿Qué pasó en esa primera regresión? ¿Cómo fue el proceso?
–Una regresión es básicamente un proceso que se articula a partir de una relajación profunda, que te mete en un estado de conciencia similar al que hay entre la vigilia y el sueño, te acuerdas de todo. Si el que te conduce lo hace bien y sabe cuándo preguntar y cuándo dejar de preguntar, y si uno entra declaradamente en la convención, como fue mi caso, funciona. En un momento, yo directamente transcribía lo que me iba pasando como en una película.
–¿Estabas volviendo a otra vida?
–A otra vida en la que yo era un tipo que se llamaba Filipo. Yo entré en la regresión como se entra en el libro, sin tener toda la información. Una vez dentro de la trama me fui dando cuenta en qué historia estaba y seguí tirando de mi voz narrativa. Al escribir el libro me obligué a ser menos torrencial en la forma de expresión. La escritura ha sido un ejercicio de transcripción de lo que encontré en las cuatro regresiones, pero tuve que hacer una construcción literaria a la que no estaba acostumbrado.
–En esta historia hay un encuentro clave entre Filipo y Yilak, dos hombres muy diferentes pero con varias cosas en común.
–La línea medular del libro es este encuentro. Yilak levanta todos los filtros que se le ponen en frente y Filipo, que es un tipo con un sistema muy estructurado, tiene íntimamente una pelea consigo mismo y con el mundo. Busca paz y se encuentra con alguien que lo desconcierta. Cuando has avanzado dentro de la historia, entiendes que tus ojos, los ojos del lector, son los ojos de Filipo y puedes ver a Yilak, no como un dios, sino como un ser humano abierto a escuchar el océano que lo rodea desde el presente. Te invita a encontrar la forma más empática, más sensible, más abierta de vivir tu propio destino.
–¿Se abre una posibilidad de aprendizaje?
–En ese sentido el aprendizaje no tiene fin y yo estoy en ese proceso. Tiene mucho que ver con un proceso que tengo en marcha en mi propia vida. Creo que la pandemia ha puesto a la luz que los paradigmas de occidente están crujiendo. Ves a muchos referentes políticos que siguen enquistados en una conversación que ya no tiene sentido, que se queda en lo ideológico. Me resulta profundamente aburrida. No me representa. El mundo nos está demandando otro tipo de soluciones. Otra mirada más lúcida, hasta más científica. Dar vuelta el espejo y mirarnos a nosotros mismos y ver qué hay que cambiar de un sistema que nos lleva a un colapso progresivo. En El Libro de Filipo hay muchos sesgos de lo que está pasando.
–Se puede percibir que es un libro hecho entre dos, me refiero a tu mujer Tatiana, que tiene participación en él a través de la conducción en las regresiones y además en las pinturas, que están realizadas a cuatro manos. ¿Es un trabajo en comunión?
–Estoy muy contento que se perciba de forma natural que el proyecto ha sido a cuatro manos. Más allá de que he sido quien lo escribe. Sin la necesaria presencia y acompañamiento de Tatiana no hubiese existido. Eso es en sí mismo un mensaje que procuro reforzar desde el principio. Por eso quise explicar más cosas sobre el viaje. En este encuentro con Tatiana todo va ligado, yo hice mi parte del trabajo y ella ha hecho la suya, y todo ha fluido de manera natural.
–¿De qué manera sentiste que te atravesó la vertiginosidad de tu trabajo, la ola de éxito que te abrazó a partir de La Casa de Papel?
–El éxito, de la manera que me ha llegado, no me deja indiferente. A veces mueve el barco de una forma muy seria. Se me ha pasado el tiempo del desconcierto, del shock que supone dimensionar que la cosa es global, que vayas donde vayas en el mundo hay gente que te conoce como si fueses de su propia familia. La profesión y la comunicación van como un tiro, todo pasa muy rápido y entendí que tenía que ponerlo fuera de foco, porque ahí no estaba el centro de mis intereses. Por eso procuro dosificar mis tiempos de exposición con mis tiempos de recogimiento. No he dejado de hacer nada de lo que estoy haciendo pero en vez de ir a un hotel a tomar tragos, me voy a la selva a terminar mi libro. Procuro buscar vías de reconexión. Agradezco mucho tener éxito porque me da acceso al talento, a gente increíble. Puedo viajar y puedo, por ejemplo, publicar mi libro en Argentina gracias a la visibilidad que tengo.
–¿Tus personajes como actor también están planteados desde una búsqueda espiritual?
–La búsqueda que me planteaba hace catorce años tenía que ver con que había algo en mí que me hacía ir más allá de lo que yo tenía. Empecé a decirme que yo no quiero inventar. No quiero construir cosas ajenas a mí; quiero trabajar con mi propia vibración, con mi propio archivo emocional. No necesariamente para regodearme, ni sufrir, ni atormentarme en mis miserias o emociones, sino para trabajar con lo que yo soy. Uno hace un ejercicio de mucha exposición y necesita un retorno en lo íntimo y para hacerlo hay que hablar con lo que se tiene. El principio de honestidad se vio reforzado y estoy en ese camino. Trabajar con lo que me mueve. Trabajar con zonas que te ponen a prueba. Reconectar con lo auténtico. Con lo propio y con lo ajeno.
Otras noticias de Arte y Cultura
Más leídas de Cultura
“Me comeré la banana”. Quién es Justin Sun, el coleccionista y "primer ministro" que compró la obra de Maurizio Cattelan
“Enigma perpetuo”. A 30 años de la muerte de Liliana Maresca, nuevas miradas sobre su legado “provocador y desconcertante”
“Un clásico desobediente”. Gabriela Cabezón Cámara gana el Premio Fundación Medifé Filba de Novela, su cuarto reconocimiento del año
La Bestia Equilátera. Premio Luis Chitarroni. “Que me contaran un cuento me daba ganas de leer, y leer me daba ganas de escribir”