Plan de evasión: las verdades de Casciari
Hace una semana Hernán Casciari, el creador de la marca Orsai y editor de la revista del mismo nombre, dio una entrevista por Youtube. Hacia el final de los cuarenta minutos de charla hizo algunas declaraciones que generaron un intenso debate en redes sociales. Fueron palabras sinceras, enfáticas, sostenidas con convicción. Por ejemplo: “Yo no creo en la literatura y, mucho menos, que se lea. La literatura era cosa de una época en donde no teníamos pestañitas que minimizar (…) la literatura era para un señor que tenía el tiempo suficiente para sentarse en un sofá con un libro de quinientas páginas, cuyas primeras veinticinco eran una descripción facial del personaje. ¿Quién tiene tiempo? Era buenísimo cuando no había otra cosa, pero ya está”.
La escena descripta, que parece extraída de un capítulo de Mad Men (serie televisiva inspirada precisamente en el universo literario de John Cheever), remite a un momento histórico determinado: la década del 50. ¿Casciari elige fechar el nacimiento de la literatura a mediados del siglo XX? No: está recreando una imagen de ocio arquetípica en la que un hombre de clase media (y no una mujer), mientras fuma y toma whisky en el sillón de su casa, lee un libro de Tom Clancy o John Dos Passos. Está hablando de lo que se conoce como literatura de evasión, o del género best seller.
Hace exactamente veinte años, en diciembre de 2003, César Aira publicaba un artículo titulado “Best sellers y literatura, vigencia de un debate”, en el cual con inteligencia e ironía describía al best seller como “la idea, que fructificó en países del área angloparlante, de hacer un entretenimiento masivo que usara como ‘soporte’ a la literatura. Algo así como literatura destinada a gente que no lee, ni quiere leer, literatura”. Y luego comparaba las virtudes y los defectos de la literatura y los best sellers, a lo que les destacaba la capacidad de entretener, y la adquisición de saberes concretos: “Leyéndolos se aprende de historia, de economía, de política, de geografía, siempre a elección y en forma entretenida y variada. Mientras que leyendo genuina literatura no se adquiere más que cultura literaria, que es la más inefectiva de todas”.
Casciari tiene razón cuando señala lo evidente: cierta literatura, la que podríamos denominar “literatura comercial”, viene perdiendo la batalla de la atención contra los contenidos audiovisuales. Primero fue la televisión, ahora las plataformas digitales. Entre leer una novela de quinientas páginas sobre la Segunda Guerra Mundial y sentarse a ver un documental sobre el mismo tema, muchísima gente elige lo segundo: es más sencillo, es más económico, exige menos esfuerzo. De esta forma lo que parece haber perdido sentido es la literatura de carácter pasatista, la que tenía por finalidad entretener, distraer o informar. Los libros a los que hacía referencia Aira en su ensayo, publicado en la infancia de Internet, muchos años antes del surgimiento de las plataformas. Casciari dijo la verdad, su verdad, una conclusión a la que llegó naturalmente. “Consumir historias es lo mejor que te puede pasar en la vida”, dice sobre el cierre de la entrevista. Consumir no es un verbo inocente. Quien consume satisface un deseo, muchas veces a través de una transacción comercial. ¿Acaso leer es lo mismo que consumir? ¿Alguien diría de sí mismo “estoy consumiendo un libro”? El oficio de Casciari, según sus propias palabras, sería el de crear contenidos e historias para que otros consuman. Casciari dijo la verdad, que no ofende. Y es por eso que, adaptado a los tiempos que corren, no escribe literatura: se dedica al teatro, la televisión y últimamente a producir cine. Su tarea es entretener, una actividad encomiable pero que no es la que debe cumplir necesariamente una novela, un ensayo, un libro de cuentos. La literatura, que a él no le interesa, puede ser, es, por suerte, muchas otras cosas.
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