“Las señoritas” de Sarmiento. Historias de un grupo de maestras “heroínas” y una perlita: el rol de la abuela de Borges
Quiénes son las mujeres estadounidenses que el prócer argentino trajo al país para su plan federal de educación; la escritora Laura Ramos investigó el tema, al que le dedica su nuevo libro
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Todo empezó una tarde de lluvia. Laura Ramos caminaba por la avenida Juramento, en el barrio de Belgrano, cuando se largó una tormenta. Para refugiarse, la escritora entró al Museo Sarmiento, que nunca había visitado. Entonces no lo sabía, pero ese movimiento improvisado disparó su curiosidad por averiguar cuál fue la relación entre Domingo Faustino Sarmiento y Louisa May Alcott, la autora de Mujercitas. Emprendió un trabajo de investigación monumental del que surgió el libro Las señoritas. Historia de las maestras estadounidenses que Sarmiento trajo a la Argentina en el siglo XIX (Lumen).
Lo primero que vio Ramos en el museo fue una prenda femenina. “Me encontré con un vestido largo colgado. Quedé estupefacta. Era un vestido que podrían haber usado cualquiera de las hermanas March. Era oscuro, largo, con muchos frunces, discreto, cerrado en el cuello, muy del gusto puritano de mis amadas Mujercitas. En la ficha de la pieza había una referencia a los vestidos de las maestras que Sarmiento había traído a la Argentina”, contó a LA NACION la autora de Infernales, la biografía de las hermanas Brönte publicada por Taurus.
“Unos meses después fui a Concord, un pequeño pueblo cerca de Boston donde vivió Alcott. Estaba muy interesada en su vida, en su obra y en su círculo de amistades: Henry David Thoreau, Emerson, Hawthorne y las hermanas Peabody. Una de ellas, Sophie, estaba casada con Hawthorne y vivía en la casa pegada a la de la familia Alcott. La hermana de Sophie era Mary Peabody, viuda de Mann, la gran amiga de Sarmiento en Estados Unidos que impulsó el proyecto de las maestras. Sarmiento estuvo en esa casa de Concord y allí pudo haber conocido a los Alcott. En la casa de la señora Mann, sobre la chimenea, había un retrato de Dominguito, el hijo adoptivo de Sarmiento, muerto en la batalla de Curupaytí en la Guerra de la Triple Alianza. Conecté esa historia mientras recorría las casas de Alcott y Hawthorne, ambas convertidas en museo. Así, vi que Sarmiento, que para mí representaba la historia argentina, estaba conectado con mi mundo interior y mis lecturas más íntimas. Después de haber escrito una biografía sobre las hermanas Brontë, por la que pasé casi diez años sumergida en la literatura inglesa, mi querida Alcott me proporcionaba un pasaporte para entrar en la historia argentina”.
Para reunir las historias de las más de sesenta maestras que trajo Sarmiento al país, Ramos recorrió universidades de Estados Unidos, donde encontró materiales extraordinarios como cartas y diarios íntimos de las maestras. “Sin proponérmelo, me encontré escribiendo, como una médium, la historia de la vida privada copiada de las cartas de estas muchachas valientes”. De las veinte biografías que logró documentar para incluir en el libro, la escritora eligió las que más la conmovieron o sorprendieron por distintas razones. Estas son las cinco heroínas de Las señoritas.
La abuela de Borges
“Creo que el descubrimiento de la abuela inglesa de Borges fue uno de los hallazgos más grandes del libro. Fanny se me apareció por primera vez mientras leía el diario íntimo de la prima de dos maestras que trabajaron en Paraná, las hermanitas Allyn, que nombraba a una señora Borges. Anoté el apellido junto a una lista de nombres criollos para chequear más adelante. Unas semanas después leí en otro diario íntimo, el de la maestra Sarah Eccleston: ‘28 de agosto: La señora Borges, que invitó a Emmie a desayunar…’. Empecé a preguntarme quién sería esa señora Borges, cuando en otra entrada del mismo diario leí: ‘Mrs Borges es una dama inglesa que se casó con un sudamericano’. El pasmo y la agitación que me produjo esa frase me llevó a buscar material sobre la abuela de Borges. Me encontré con que Frances Anne Haslam había vivido en Paraná justo en esos años. Y no solo eso: por los diarios pude saber que Fanny hospedaba a las maestras en su casa.
Haslam había viajado a la Argentina desde Inglaterra en 1868 o 1869, a los 26 años, invitada por su hermana Caroline, casada con un italiano, Giorgio Suárez. Vivían en Paraná. Desde la azotea de la casa de su hermana, Fanny vio al joven coronel Francisco Borges al frente de sus tropas, cuando llegaba a la cuidad. Esa noche, en el baile de bienvenida a los soldados, Fanny y Borges se enamoraron. Se casaron y se fueron a vivir a la guarnición militar de Junín. Después de cuatro años en el fortín, donde tuvo a su hijo mayor, Fanny volvió a Paraná, a casa de su hermana, a tener a Jorge Guillermo, el padre del escritor.
Cuando muere Francisco en la batalla de La Verde, en noviembre de 1874, Fanny tenía 32. Con un niño de dos años y un bebé de nueve meses, decide dar pensión a las maestras estadounidenses que llegaban a la provincia. La residencia funcionó en la casona de la Alameda de la Federación número 525. Allí se alojaron, según las cartas que lo atestiguan, fuentes primarias inéditas, Katherine Grant, Myra Kimball y Sarah Strong, tres maestras con historias apasionantes que se cuentan en Las señoritas.
Cuando sus hijos empezaron los estudios superiores –el mayor la carrera militar y Jorge Guillermo, el Colegio Nacional y después Derecho–, Fanny se instaló en Buenos Aires y volvió a dar pensión a maestras. Primero en la calle Libertad 1346 y, después, en Serrano al 2100. Luego de su casamiento, Jorge Guillermo compró el terreno lindero al de Fanny, en el 2135 de Serrano, para construir allí una casa estilo art nouveau, donde creció Jorge Luis. Esa casa tiene una placa que indica que allí vivió el autor de Ficciones. Fanny fue enterrada en el Cementerio Británico de Chacarita, en la misma parcela de Caroline”.
Mary Graham, rayuela, fútbol y botánica
“Mary Graham era una pedagoga extraordinaria. En sus clases, primero en San Juan y luego en La Plata, impulsaba debates y discusiones. Decía que enseñaba Ciencias Naturales porque era la única disciplina ‘que podía desarrollar en la juventud la ley de la belleza, de la energía y de la verdad’. Entraba en el aula acompañada de un mono, que hacía muecas y gestos mientras ella hablaba. La pedagogía de Miss Mary (inspirada en las enseñanzas del suizo Johann Pestalozzi) señalaba a cada individuo como juez de sí mismo. Graham no permitía que hubiera un preceptor en sus clases ni tomaba lección a sus alumnos.
Enseñó a sus alumnos a jugar rayuela, fútbol, croquet, pelota, cuatro esquinas, a saltar a la cuerda, a bailar, a correr a la mancha. Antes de ella, no hacían gimnasia ni deportes. Los incentivó a cultivar la huerta y a cuidar de las plantas y de los animales. Además de un mono, tenía un perro, dos gatos grandes, cinco gatitos y dos loros que se llamaban Rumpy y Dumpy.
En La Plata la adoraban. Cuando murió, a los 60 años, en un departamento, ubicado arriba de la Escuela Normal, dejó en su testamento una suma para los alumnos más necesitados. Su cuerpo fue llevado a Buenos Aires en un tren especial y tuvo exequias oficiales”.
Mary Conway, la elegida del presidente Avellaneda
“Mary Conway, una de las tres maestras católicas que contrató Sarmiento, había estudiado en el Colegio del Sagrado Corazón de Rochester. Egresó con honores, tres idiomas y saberes mundanos como distinguir piedras preciosas, arreglar una mesa de banquete, decorar un salón. Viajó de Buenos Aires a Paraná en galera, vehículo al que describió como un calamitoso artefacto tipo Black María (el vagón negro de prisión, sin ventanas), tirado por cuatro caballos de desgraciado aspecto.
Después de cuatro meses en Paraná, donde estudió español, fue destinada a Tucumán. A fines de 1878, viajó a Buenos Aires a auxiliar a otra maestra, Agnes Trégent, que había fundado una escuela privada en la calle Reconquista. Después de la muerte de Trégent se presentaron ante Conway el presidente Nicolás Avellaneda y Manuel Quintana, que sería presidente veinte años más tarde, y le pidieron que continuara con la escuela. Sus alumnas la admiraban: ‘Mary era grande en todos los sentidos: muy alta, hermosa, digna, culta y con bellas maneras… Nuestro amor hacia ella estaba lleno de respeto e incluso de un gran miedo’, dijo Victoria Avellaneda, hija del presidente, que fue su alumna desde los once hasta los quince años. Cuando murió, en 1903, la familia Avellaneda ofreció su bóveda en el cementerio de la Recoleta para que fuera enterrada”.
Las temperamentales hermanas Armstrong
“Clara Armstrong estudió en la Escuela Normal de Oswego, en el estado de Nueva York, donde se graduó a los veintidós años. Luego aprendió francés, alemán e italiano. La mayor de las hermanas Armstrong tenía la cara redondeada, ojos celestes muy claros y labios gruesos, era bonita y de cuerpo muy opulento.
En 1877 dejó su puesto en la Escuela Normal de Winona, donde aún estudiaba su hermana Frances, para venir a la Argentina a fundar la escuela normal de Catamarca. Financiada con aportes particulares de padres y madres, la construcción convocó a toda la población: maestras, empleados municipales, hasta colaboraron el gobernador de la provincia y el intendente. El jefe de policía llevó a un batallón de presos de la cárcel para fregar pisos y bancos.
Miss Clara era directora y maestra de pedagogía, anatomía, geometría y botánica. Su sueldo era de cien pesos fuertes, equivalente a cien dólares, el doble de lo que ganaba una maestra en Estados Unidos. Era una educadora fuera de serie, no solía usar libros en sus clases, no solo porque no existían en español, sino porque su erudición los reemplazaba. Disecaba animales para estudiarlos y exhibía los esqueletos para ilustrar su anatomía. Amaba la ciencia y lograba que sus alumnos la amaran también.
En 1888, en San Nicolás, se enamoró del profesor alemán Enrique Herold. En 1898, en el entierro de Herold, con los ojos llenos de lágrimas, Clara le confesó a una discípula: “Con él se va mi corazón”. Le dijo también que siempre había estado tan ocupada que no había tenido tiempo de casarse. A 50 años de su fundación, la escuela que Miss Clara había construido en Catamarca fue bautizada Escuela Normal Clara J. Armstrong.
En 1884, la hermana menor de Clara, Frances, fue enviada a dirigir la escuela normal de Córdoba, donde fue recibida con insultos, piedras y escupidas, manifestaciones y protestas. La acompañaba la maestra bostoniana Jennie Howard. La población católica se resistía a la llegada de las maestras protestantes y la Iglesia pidió a sus fieles que no asistieran a la escuela normal. Frances, de 22 años, pidió una audiencia con el enviado papal e envió una carta al ministro de Instrucción Pública. El ministro Eduardo Wilde la amonestó por haber interferido en los asuntos públicos. El conflicto terminó con el quiebre de las relaciones con el Vaticano. Casada con un dentista estadounidense, Frances fue enviada a la escuela normal de San Nicolás”.